El 1 de mayo de 1974, Juan Domingo Perón pronunció ante el Congreso su discurso conocido como “Modelo Argentino para el Proyecto Nacional”. Este legado que nos dejaba para profundizar el desarrollo del país incluía un capítulo sobre política científico-tecnológica.
Para Perón, el devenir de la ciencia y la tecnología local daba saldo positivo, y a la vez insuficiente. La acumulación de conocimientos era satisfactoria, por el crecimiento de las universidades, la inclusión de tecnología exterior, la investigación aplicada y el avance de investigaciones de posgrado.
Pero este desarrollo exhibía deficiencias: la gestión de los recursos no era eficaz; los investigadores no podían dedicarse a tiempo completo, y los vínculos entre el sistema científico-tecnológico, el gobierno, la producción y el sistema financiero eran casi inexistentes. La incorporación de tecnología extranjera era cara, pero al menos permitía acumular información y generar tecnología propia.
Hacia 1970, la comunidad científica era incipiente y la mitad de ella trabajaba part time. Los institutos no tenían una capacidad de investigación que permitiese un trabajo interdisciplinario. Había miles de proyectos simultáneos en ejecución que tardaban en materializarse, lo que bloqueaba nuevas iniciativas por discontinuidad de recursos.
Los institutos se concentraban en el área metropolitana-pampeana y el personal tenía honorarios bajos. En definitiva, no existía una política científico-tecnológica diseñada desde una centralidad, que hiciera más operativa su realización. Así, los mejores científicos fueron emigrando, sin que pudiéramos retenerlos en proyectos de interés nacional.
Argentina exportaba barato su recurso humano e importaba carísima la tecnología. Esta cuestión no podía resolverse sólo a nivel nacional: necesitábamos cooperar con potencias y países en desarrollo. El mundo se hacía interdependiente en este ámbito y nuestro potencial permitía interactuar con centros de poder mundial sobre bases de reciprocidad.
A modo de conclusión, Perón afirma: “Lo científico-tecnológico está en el corazón del problema de la liberación (...) sin base científico-tecnológica propia y suficiente, la liberación se hace también imposible”.
El pensamiento latinoamericano
El planteo de Perón tenía un antecedente complementario. Allá por 1968, el físico Jorge Sabato había representado, en esquema de triángulo, un modelo vigente que propone la integración de tres polos, claves para el desarrollo económico, tecnológico y social.
Este enfoque postula que la existencia real de un sistema científico-tecnológico necesita de una fuerte interacción entre el Estado (como diseñador y ejecutor de la política), la infraestructura científico-tecnológica (como oferente de tecnología) y el sector productivo (como demandante).
Este triángulo también plantea “extrarrelaciones”: las relaciones de cada vértice con entidades del exterior que dan cuenta de la dependencia tecnológica: así, a fuertes extrarrelaciones les corresponden inter e intrarrelaciones locales más débiles, que vuelven menos independiente al país.
Este modelo se difundió en América latina con rapidez y alimentó la corriente de “Pensamiento Latinoamericano en Ciencia, Tecnología y Desarrollo”. Además, dio un marco axiológico y una visión estratégica a cualquier diseño de política pública en ciencia y tecnología.
Fue a partir de estos dos bloques conceptuales que la democracia argentina hizo un gran esfuerzo para federalizar las políticas de ciencia y tecnología. Aplicando este enfoque, y gracias al trabajo intenso y sostenido de todos los actores, fue que Córdoba consiguió tener un rol protagónico en este campo.
Córdoba, un “hub” de referencia
En la actualidad, nuestra provincia es modelo en materia de política pública de ciencia y tecnología porque, en nuestro ecosistema científico tecnológico, hay un potencial dinamizador de la producción, del sector agrobiotecnológico y las industrias automotriz y aeroespacial, que tiene una particularidad fundamental: el trabajo consolidado entre el Estado, el sector privado, las universidades y los centros de investigación.
Pero, para seguir en este camino, es fundamental que la nación siga financiando el esfuerzo histórico que la comunidad científico-tecnológica hizo, respetando el lugar clave que tiene la ciencia de base en este proceso.
Decimos que Córdoba es vanguardia porque, como comunidad, generamos políticas públicas y leyes que se sostuvieron durante décadas y hoy posicionan a la provincia como uno de los hubs más importantes de Latinoamérica.
Para seguir avanzando en este camino, hay que potenciar la colaboración, reconocida internacionalmente, entre los actores ya nombrados, trabajar para restituir el apoyo a la ciencia de base, profundizar la internacionalización de los diversos clústeres que componen el ecosistema científico-tecnológico de la provincia y gestionar financiación local e internacional para proyectos de innovación con resultados evidentes.
Argentina sólo despega con más producción y mejor empleo. Pero este objetivo no se puede lograr sin inversión estratégica y planificada en ciencia. El Gobierno nacional debe corregir su rumbo.
Necesitamos fortalecer la capacidad instalada para sostener un ciclo productivo y de desarrollo a largo plazo. Y esa “capacidad instalada” es principalmente el recurso humano ya formado. Estados Unidos es un ejemplo elocuente de lo que sostenemos. No habrá libertad sin ciencia nacional.
* Directora de Divulgación Científica de la Secretaría de Ciencia y Tecnología de la Provincia de Córdoba