Poseedora de un talento volteriano, Cristina Kirchner presentó una mancha como si fuera una condecoración por méritos en la batalla contra la “antipatria”.
Voltaire era un gran regisseur de escenificaciones que lo tenían como protagonista estelar y convertía en éxitos editoriales cada destierro, censura o encarcelamiento que el poder dictaba contra él. Igual que Cristina Kirchner.
La diferencia es que, si bien carecía de escrúpulos a la hora de amasar fortunas con negocios opacos, el lúcido escritor y filósofo iluminista era realmente perseguido a través de “la justicia” del absolutismo monárquico, porque su mordaz inteligencia convertía libros en armas destructivas contra el despotismo francés y el poder eclesiástico del siglo XVIII.
En cambio, a Cristina Kirchner sólo la percibe como una perseguida por sus virtudes revolucionarias la feligresía que la idolatra con fe inquebrantable.
Desde afuera, lo que se ve son enriquecimientos, tan descomunales como turbios, en personas que no podían enriquecerse limpiamente de ese modo; unos porque estaban en la función pública y otros porque en un santiamén pasaron de monotributistas a magnates.
Aun así, la oposición es tan gris y pusilánime que no puede disputarle la centralidad de la escena. Como en una ópera rock, en el centro del escenario sólo hay dos protagonistas: un personaje que caricaturiza el poder con actuaciones de alto voltaje, y una líder que sobreactúa el rol de heroína perseguida por sus virtudes y no por sus defectos.
Los dos lideran multitudes con rasgos de secta. Ambos son diestros prestidigitando emociones que a menudo van a contramano de razones.
El sentido común señala que es una gravísima muestra de falta de idoneidad para el cargo que un presidente insulte, haga señales obscenas, grite vulgaridades y use metáforas escatológicas para graficar el ascenso de la economía. Pero la oposición pusilánime se calla o apenas balbucea que son cuestiones de forma y no de fondo.
Esos silencios y balbuceos son la señal de que está fracasando como oposición. No se trata sólo de mal gusto y procacidad. Las obscenidades, la violencia verbal, el bullying y las groserías son, en boca de un presidente, un problema de fondo, no de forma.
Como en una película de zombis, Argentina es un cementerio en el que los cadáveres políticos resucitan por el fracaso de las siguientes camadas de cadáveres políticos.
El enemigo perfecto
En la escena actual, una zombi a la que un probable futuro zombi promete “clavar el último clavo del ataúd kirchnerista con ella adentro” logra primeros planos que la destacan sobre los pálidos actores de una oposición deprimente.
Le basta con llamar “idiotez” a la idiotez y gritarle al Presidente: “Qué me venís a joder con que te tenemos miedo”, mientras los políticos centristas y sensatos callan aterrados.
Por eso, aunque parezca lo contrario y no lo reconocería jamás, es más fácil imaginar a Cristina Kirchner votando por Milei que votando a Sergio Massa. Mejor es tener en la Casa Rosada un enemigo que encaje mejor en el relato kirchnerista.
Massa sólo le garantizaba muerte política con cuidados paliativos; en cambio, Milei encarna el extremismo económico y el conservadurismo recalcitrante que ningún centroderechista quiere tener como rótulo.
Milei es el enemigo perfecto; el que vocifera lo que ruboriza a la centroderecha. Por eso, para ella el mejor contrincante es el Presidente; y para él, la mejor contrincante es ella.
Esa no es la única razón por la que la líder K regresó al escenario político. También buscó la presidencia del Partido Justicialista (PJ), al que denostaba como una burocracia caduca, para convertirlo en guarida desde donde resistir las embestidas judiciales.
Grogui y desvencijado, el peronismo no pudo evitar que a las riendas las tomara la inventora del tren fantasma donde impresentables como Amado Boudou y personajes patéticos como Alberto Fernández asustaron a muchos votantes.
El sentido común señalaba el lado opuesto al kirchnerismo a la hora de encumbrar una conducción que resulte atractiva más allá de un inmenso club de fans casi sin posibilidad de crecimiento. Así como los republicanos centristas no supieron evitar que el “Grand Old Party” se convierta en propiedad de Donald Trump, el peronismo republicano no supo resistir la apropiación del PJ por parte de la expresidenta.
Los centristas deambulan erráticos, sin atreverse a describir lo que las bases kirchneristas se avergüenzan de admitir: el mileísmo copió al kirchnerismo la metodología schimittiana-gramsciana reciclada por ideólogos como Ernesto Laclau. Disfruta ejerciendo un sectarismo que difama y denigra para silenciar voces críticas, y sobreactúa poses ideológicas como si sus dogmas le otorgaran superioridad intelectual y moral. Igual que la viuda de Néstor Kirchner.
Cristina entiende a Milei mejor que la oposición denostada y humillada por el Presidente. Incluso lo respeta más que a los centristas. Y Milei le corresponde despreciando más al centro que al kirchnerismo.
* Periodista y politólogo