El debate sobre el nombre de una calle no es menor. Pertenece al patrimonio simbólico de una comunidad y refleja su memoria histórica, valores y aspiraciones.
Ubicado en el noroeste de la ciudad (tradicional espacio de quintas que fue mutando en subsectores fabriles, residenciales, comerciales, etcétera), donde se homenajea a naciones inmigrantes (rusos, españoles, alemanes, etcétera) y también a regiones (particularmente de Italia), el antiguo barrio de Los Boulevares presenta una arteria denominada “de los Yugoslavos”.
Surgen preguntas respecto a su pertinencia, considerando la historia de Yugoslavia, un país que dejó de existir oficialmente en 2003 tras un proceso traumático de disolución que en su última década de tensión arrojó una cifra de muertos que supera los 130 mil y podría alcanzar las 200 mil víctimas.
El nacimiento de Yugoslavia: un experimento político
Yugoslavia, cuyo nombre significa “tierra de los eslavos del sur”, surgió en 1918-19 al finalizar la Primera Guerra Mundial, como el Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos, otro de tantos estados que fueron producto de negociaciones “de arriba hacia abajo”.
Unió a diversas naciones, principalmente Serbia (donde se encendió la mecha que hizo estallar la Primera Guerra Mundial), Croacia, Eslovenia, Montenegro, Bosnia-Herzegovina y Macedonia, procurando consolidar un proyecto entre los pueblos sur-eslavos que compartían raíces culturales y lingüísticas (que con el correr de las décadas se ligaría al concepto “paneslavismo” estimulado principalmente por la Unión Soviética).
En 1929, el reino adoptó el nombre de Yugoslavia en un intento de profundizar la identidad común, mutando en una monarquía absoluta, con un regicidio en 1934.
Las tensiones entre los diversos colectivos y religiones (cristianos ortodoxos, católicos y musulmanes) persistieron, alimentadas por diferencias atávicas: históricas, económicas y políticas.
La Yugoslavia socialista: cohesión con control
Tras la Segunda Guerra Mundial, Yugoslavia se convirtió en una república socialista bajo la conducción de Josip Broz Tito, principal referente de la lucha contra la ocupación nazifascista.
Este período duró desde 1945 hasta la muerte del líder en 1980. El modelo federalista implementado por Tito (de padre croata y madre eslovena), combinando “repúblicas socialistas” con “provincias autónomas” buscaba equilibrar las autonomías regionales con el control centralizado, logrando una coexistencia frágil pero efectiva.
Este esfuerzo dependía en gran medida del férreo y personalista gobierno del expartisano Tito (se habría exilado en Argentina entre 1928-1930), luego mariscal de Yugoslavia, que no economizó (diría Sarmiento) represión de disidencias étnicas. Tras gobernar 35 años, su muerte dejó un vacío de liderazgo y afloraron las divisiones internas.
La disolución de Yugoslavia: guerras y diáspora
Si bien en 1990 nos topamos deportivamente con Yugoslavia en el fútbol (Mundial de Italia) y la vimos deslumbrar en nuestro país, alzándose con el título mundial de básquet (venciendo a la todavía existente Unión Soviética), la década representa un período devastador para el proyecto unificado.
El colapso soviético y la oleada de nacionalismos en Europa del Este impactaron en la región. La república federal comenzó a fragmentarse cuando Eslovenia y Croacia declararon su independencia en 1991, seguidas por Macedonia del Norte (1991) y Bosnia-Herzegovina (1992).
Estos procesos de secesión fueron muy cruentos. Las guerras yugoslavas, signadas por el pulso cruel de Slobodan Milosevic (el llamado “carnicero de los Balcanes”), incluyeron crímenes de guerra, genocidio y limpieza étnica, constituyendo una de las peores crisis europeas desde la Segunda Guerra Mundial.
El conflicto provocó una diáspora masiva, con millones de exyugoslavos emigrando a otras partes del mundo, incluida la Argentina.
En 2003, lo que quedaba de Yugoslavia se reorganizó como Serbia y Montenegro, y en 2006, ambas naciones se separaron definitivamente.
Hoy, los antiguos territorios yugoslavos son países independientes: Serbia, Croacia, Bosnia-Herzegovina, Montenegro, Macedonia del Norte, Eslovenia y Kosovo (de reconocimiento internacional limitado, se recuerdan las manifestaciones anti serbias del futbolista suizo de origen kosovar Xherdan Shaquiri en los mundiales de Rusia y Catar).
El problema de una calle
¿Por qué cuestionar Boulevard de los Yugoslavos? El término representa una identidad jurídicamente inexistente y sociológicamente difusa.
Es cierto que muchos emigraron de esa región a Córdoba con pasaporte yugoslavo, pero sus descendientes hoy se reconocen por sus naciones específicas: serbios, croatas, bosnios, eslovenos, entre otros.
Podría optarse por referir a la región de que se trata, a la diversidad de las comunidades que formaron Yugoslavia, a figuras culturales, científicas o artísticas destacadas, como el inventor Nikola Tesla (croata-serbio), el escritor y Nobel Ivo Andrić (bosnio-croata). O a inmigrantes recordados en la ciudad.
Alguna vez en Córdoba hubo calles que se llamaron “General Lonardi”, “Revolución Libertadora”, “6 de setiembre”, “Ciudad Trujillo”, yerros que se corrigieron.
Optar por una variante que trascienda las referencias a Yugoslavia (que sólo existió por unas pocas décadas, en una historia de siglos, tal vez milenaria), podría ser una acción más acertada para honrar a quienes, inmigrando desde aquellos lares, forjaron su hogar en Córdoba y contribuyeron a su desarrollo.
Posdata: qué interesante hubiera sido conversar sobre este asunto con el inolvidable Francisco Delich.
* Docente universitario