El Festival Nacional de Cuarteto fue un desafío a nivel profesional. Como periodista de espectáculos de un diario como La Voz, parte de mi trabajo tiene que ver con coberturas de shows y festivales. Estoy acostumbrado a las jornadas largas y a las madrugadas que se convierten en mañana de un momento a otro. Pero 12 horas seguidas de tunga-tunga (en el más literal de los sentidos) no son cosa de todos los días.
Me había tocado algo similar en 2022 y en 2023, en Cosquín Cuarteto y con jornadas dobles, pero también más cortas (ocho o nueve bandas cada noche). No obstante, en este caso la expectativa era otra: a medida que pasa el tiempo, y mientras me sumerjo en el universo de nuestra música popular, la complejidad y las diferencias sustanciales entre un estilo y otro, la variedad de referentes y versiones posibles de lo que es el cuarteto, me resultan más reconocibles.
Pienso en eso mientras camino en el predio del estacionamiento del Kempes y a lo lejos suena Trulalá. Son las cuatro y media de la tarde y La gaita de la Cenicienta, un clásico popularizado por Gary en la década de 1980 que hoy también se escucha en los bailes del “Loco” Amato, es un flashback alucinante. Un pasaje directo hacia un momento en el que el género modernizó su estructura original de piano, contrabajo, acordeón y violín, e incorporó teclados, percusiones y hasta trajes estridentes para sus músicos.
Cuando Monada se sube al escenario, algo cambia. El flow, como dirían en el hip hop, tiene un condimento particular, con nombre y apellido. Juanito Ninci porta como bandera ese tono vocal raspado y rugoso que tanto gusta en parte del circuito cuartetero. El mismo con el que Ulises Bueno o el más reciente Fernando Olmedo, de DesaKTa2, se convirtieron en figuras masivas. No obstante, la banda que comparten también los hermanos Lucas y Agustín juega su propia liga. Hace cuarteto a su modo.
Algo parecido podría decirse de Lorena Jiménez, la eterna “hija de” La Mona, y actualmente defensora y cultora del cuarteto más tradicional, aquel identificado con el sonido acuñado durante los años 1950, 1960 y 1970 y con los Cuatro Grandes: el Cuarteto Leo, el Cuarteto de Carlitos Rolán, el Cuarteto de Oro y el Cuarteto Berna. La Lore viaja al pasado y aprovecha el repertorio casi infinito de su papá para cantar “como antes”, pero también como ahora, y en esa mezcla vuelve a aparecer la misma idea: esto también es “cuarteto” con todas las letras.
Empieza el tramo central de la grilla y el concepto abona más y más con ejemplos sucesivos. Primero, Magui Olave, que es una popstar cuartetera a la vez cercana y distante, con un aura de estrella que se empapa de sentimiento popular cuando se la ve bailando una vez más en un escenario. Magui es una de las mujeres que ha logrado algo que parecía una proeza: ser una figura del género con nombre y apellido, al frente de un proyecto propio.
Cuando llega el turno de Damián Córdoba, la gente (el público que viene a ver a Jiménez y también el que se sabe más temas de Luck Ra que de Cachumba) ya empieza a moverse con el calor de la noche en alza. “El Wacho” es perfecto para ese momento: su adrenalina y su ritmo frenético, su actitud arrolladora, convierten a la pista de baile en un hervidero. Cuarteto al palo, como se dice por ahí.
Viene La Konga y su lista de canciones es lo más parecido a una playlist de Spotify tipo “This is…” o simplemente una de éxitos cuarteteros recientes. La historia sabrá reconocerlo debidamente y muchos colegas ya lo hacen en tiempo presente: la banda de Villa Dolores logró lo que nadie más con el género. De la pandemia a esta parte, el cuarteto se convirtió en la música que forma parte de cualquier evento: desde un recital de Luciano Pereyra a una presentación de Los Tekis en un tradicional festival folklórico. Todo eso tiene que ver con el toque de pop y Caribe que supo introducir el grupo que también vio antes que nadie el potencial de Luck Ra.
Antes del músico argentino más popular de los últimos dos años, es tiempo de DesaKTa2. Joaquín Martín y Fernando Olmedo están viviendo un sueño hecho realidad. Integran la banda que escuchan las generaciones más jóvenes cuando quieren poner un poco de cuarteto en una previa o cuando buscan ese agite y ese empuje que son parte de la identidad del dúo. Ellos han entendido más que nadie la dinámica de las plataformas y no paran de sacar temas, colaboraciones y covers. Lo suyo también es cuarteto el palo, pero con aires de reguetón, salsa y hasta una pizca de música electrónica. Ese bombo en el pecho es toda una novedad para una música en la que la percusión ha ganado terreno definitivo en las últimas décadas.
Vuelvo a pensar en qué es el cuarteto cuando lo que se ve en el escenario no es una banda ni un locutor. Los chicos de Un Poco de Ruido (streaming de cumbia que también le hace lugar a la música de Córdoba) son una atracción distinta en un festival que también mira las redes sociales con atención. Se nota, y no es menor, la decisión de cruzarse conceptualmente con el ciclo que se reproduce por millones en YouTube.
Cuando llega el turno de Luck Ra, se hace más clara la polarización que propone la grilla. El cantante y compositor nacido en el barrio Marqués de Sobremonte es la figura de contrapeso con lo que representa La Mona como referente. Entre el público, aunque algunos cantan como si nada La morocha u Hola perdida, los jimeneros “de ley” miran de reojo a esos chicos y chicas en sus veintitantos que conocen más a Bizarrap que al Negro Videla o a Pelusa. Es el efecto lógico del paso del tiempo y las tendencias haciendo lo suyo. Pero también es cuarteto. Basta ver lo que sucede alrededor para confirmarlo: la gente baila y canta, es feliz aunque sea por un rato. De eso se trata.
Mientras compruebo que el trajín de shows y de notoriedad ha impulsado al cordobés a potenciarse como cantante y frontman, mi cabeza hierve. Es evidente que hay cuestiones de clase y hasta de raza en todo esto que sucede en torno del cuarteto: cómo sentirlo, cómo tocarlo y cómo aprovechar su esencia y su clave rítmica para adaptarlo a los tiempos que corren.
Hay un cuarteto más “blanqueado” que otro, como plantean algunas investigaciones. Pero también es notable que en esas diferentes versiones (las más orquestales y latinoamericanas; las más “manijas” y percusivas; las que buscan un contacto directo con la tradición), lo que se mantiene es la idea misma de cuarteto: esa música de ritmo constante e instrumentación variable que ante todo nos pone a mover los pies y las caderas.
Si hace falta algún condimento para confirmar todo esto, la imagen de La Mona sobre el escenario, pese a cualquier impedimento físico, lo dice todo. El tipo tenía que encontrarse con su gente, con ese público que es lo más irracional y lo más hermoso que pueda generar un artista. Esa devoción y esa fiesta compartida entre el ídolo y su gente, también es cuarteto. Quizá su versión más canonizada con nombre y apellido. El legado eterno que tendrá la música de Córdoba y, también, otra razón más que válida para pensar que el tunga-tunga es capaz de cualquier cosa.