Reportes científicos advierten acerca del creciente aumento de trastornos digestivos funcionales (TDF) a nivel mundial.
Desde que se tiene memoria, las molestias asociadas a la alimentación y a la digestión afectaban a extensas poblaciones, atendidas entonces por chamanes y curanderos.
Antiguos documentos chinos e indios describen con precisión las dolencias hoy llamadas “TDF”.
Fue Galeno (129-201) quien, con base en la teoría hipocrática de los cuatro humores (sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra), sugirió que el desequilibrio de esos humores originaba los trastornos; un “desbalance entre lo natural y no natural”.
La existencia humana experimentó profundos cambios desde entonces.
La mayoría de los alimentos consumidos son de origen industrial, y el estilo de vida redujo las horas de descanso al tiempo que aumentó las dedicadas a la productividad.
No obstante, el concepto galénico sigue intacto: la humanidad se aleja cada día más de lo natural. No se alimenta, sino que “carga combustible”; duerme, pero no descansa, y vive en alerta.
Un extenso estudio publicado en la revista Gastroenterology en 2021 reveló que cuatro de cada 10 adultos sufren TDF; en particular, las mujeres jóvenes.
Alrededor del 90% de esas personas justificaban las molestias “por consumir alimentos específicos”, aunque las dietas restrictivas no solían ayudarles, ya que esas “intolerancias” cambiaban con periodicidad variable.
Niños con TDF
Los niños se han sumado a esta situación, de manera similar a otras enfermedades antes privativas de los adultos y que ahora los incluyen.
Un capítulo insoslayable son las enfermedades de transmisión alimentaria (infecciones gastrointestinales), asociadas a mala calidad de vida.
Pero quedan muchas otras; chicos y chicas que sufren por distensión abdominal, meteorismo (gases retenidos), acidez, constipación funcional, diarrea funcional o ambas alternadas, y que no muestran causas orgánicas (anatómicas).
Incluso expresan síntomas equívocos, como falta de concentración (niebla mental), cansancio y pobre rendimiento académico.
Las situaciones más accesibles para un tratamiento son aquellas en las que se identifican carencias específicas de nutrientes. La reposición de dichos elementos básicos suele resolver la dolencia.
De igual manera, cuando el origen es un desbalance en la microbiota (anteriormente llamada “flora intestinal”) –causado habitualmente por infecciones virales o por uso inapropiado de drogas antibióticas–, existen recursos para restablecer ese equilibrio.
Menos vulnerables son aquellos TDF infantiles en los que están implicados dietas excedidas en azúcares o grasas, uso prolongado de medicamentos, sueño no reparador, sedentarismo y mala higiene bucal.
Y, como en otras dolencias infantiles, es imposible dejar de considerar circunstancias que alteran el estado de ánimo. Existe suficiente evidencia de la interacción entre el cerebro, el intestino y su microbiota, un complejo bidireccional que origina síntomas no detectados con exámenes médicos exhaustivos.
Es importante que los chicos no sigan sugerencias de integrantes de la familia (de cualquier edad) que, al sufrir TDF, proponen restricciones alimentarias, suplementos dietéticos y hasta medicamentos “porque a ellos les hicieron bien”.
Más allá de la buena intención, los niños no son adultos en miniatura y deben ser abordados de manera singular e integral.
No hay dudas de que, una vez equilibrada la microbiota, retirados los medicamentos sospechados y evitados los alimentos con más cantidad de azúcares fermentables, un alto porcentaje de niños aliviarán sus síntomas.
No obstante, algunas molestias persistirán en tanto no cambien otras variables dependientes de un ritmo de vida acelerado.
Cuando Galeno sugería “volver a lo natural”, no sospechaba cuán “adultas” se volverían algunas enfermedades infantiles.
* Médico