En el territorio bonaerense, votarán ocho provincias. El enunciado permite entender la dimensión política de la elección de hoy. La menos poblada de las ocho secciones electorales bonaerenses es casi el doble de Tierra del Fuego. Las más populosas superan por casi un tercio a Córdoba o a Santa Fe.
La elección es local, pero la demografía es de impacto nacional. Esa doble condición política de la elección convierte los resultados en una ecuación compleja. Se solapan factores concurrentes: la necesidad de legitimación de las autoridades locales y de validación de los proyectos políticos nacionales.
Los intendentes y el Gobierno provincial ponen en juego su representación en órganos legislativos que son su condición de gobernabilidad. La Casa Rosada y sus opositores disputan el sentido general del voto, como plebiscito apenas indirecto de su posición nacional.
La elección es también la última escala a octubre. Lo que está en juego son la línea de largada y la magnitud de la propulsión. En octubre se dirimirá para todo el país el régimen de gobernabilidad de reemplazo para el esquema precario que funcionó desde la asunción de Javier Milei hasta la apertura del Congreso en el inicio del año electoral.
Ese régimen de gobernabilidad fue el consenso por defecto para que funcione un mecanismo de bloqueo mutuo entre el Ejecutivo y el Congreso, salvado por vía de excepción con el blindaje de un tercio de bancas para superar los vetos.
Salvo que un aluvión de votos respalde en octubre la gestión Milei, ese régimen caduco ya no regresará. La previsión de esa escena posterior a octubre ha provocado una aceleración de todos los proyectos políticos nacionales. Eso provoca una incertidumbre de alto riesgo para la estabilidad política y económica del país.
El oficialismo pretende obtener un tercio propio de bancas para el blindaje de vetos. Sin necesidad de alianzas y con una legitimación electoral que lo respalde para continuar en el recurso a esa vía de excepción. La oposición acelera a fondo para impedirlo. Usando una táctica parlamentaria de deterioro del principal activo electoral de Milei: la estabilización precaria de la inflación.
Esa táctica, liderada por el kirchnerismo parlamentario, tuvo tres etapas. Primero propició el repliegue del bloque parlamentario de los gobernadores que negociaba apoyos concretos al oficialismo y se diferenció al reclamar, de manera unánime, recursos federales que corresponden a las provincias.
En la segunda etapa, tras el cierre de candidaturas para hoy y octubre, la coalición táctica se lanzó a sacudir el ancla fiscal del programa económico. Hasta el jueves pasado, cuando avanzó en el Senado la modificación de la normativa para tratar los vetos.
La señal es clara: si el Gobierno no consigue su aluvión de votos en octubre, lo que viene es el gobierno del Parlamento. Lo primero en agenda: el Presupuesto nacional, la política económica, que hoy sólo maneja Milei.
Es tan audaz esta apuesta opositora como la decisión oficialista de encapsularse en el diseño ultravioleta de su oferta electoral. Lo del Congreso avanzando a fondo sobre el Ejecutivo es de una legitimidad contraintuitiva sólo equivalente a la obcecación de la Casa Rosada con mantener el recurso al gobierno por veto.
Este maximalismo generalizado, polarizado y predominante en la escena política, es el que genera la incertidumbre en aumento en los últimos días.
En términos económicos, la caducidad del régimen de gobernabilidad se traduce en la incógnita sobre el régimen de bandas cambiarias, que rige para contener el dólar desde el acuerdo con el FMI.
Hubo un itinerario poco virtuoso de la gestión económica, desde la flexibilización del cepo cambiario hasta la decisión de que el Tesoro interviniera en el inquieto mercado preelectoral. Estuvo el momento “comprá, campeón”. El Gobierno no escuchó su propio consejo. No compró las reservas que necesita.
Hubo también un momento de cruzada para una dolarización endógena. Para que floten los billetes verdes atesorados por fuera de los bancos. Viendo el volumen de divisas compradas tras el consejo de Luis Caputo, el idiosincrático idilio argentino entre el dólar y el colchón parece ser un romance de una vigencia conmovedora.
Punto clave
Todo esto conduce a una clave de la elección de este domingo. Al inicio de la campaña, la percepción generalizada era que la economía venía mejor y la política estaba mal. Una disrupción que el oficialismo confiaba encarrilar con votos. Su estrategia de oferta ultravioleta estuvo fundada en esa confianza en la alianza invisible con el electorado.
Al final de la campaña bonaerense, la percepción es que la economía entró en agitación y la política está todavía peor. Lo que era alineamiento rígido es observado como encapsulamiento. La confianza se transforma en duda.
En ese cambio de clima, operó la insolvencia de la Casa Rosada para afrontar un hecho previsible: una operación de inteligencia preparada para los últimos días previos a la elección. El oficialismo sabía que el “mundo servilleta” estaba ofreciendo productos de ocasión. Reaccionó con torpeza y acrecentó dudas fundadas sobre la transparencia del Gobierno.
El caso Spagnuolo y sus derivados reveló además una interna irreversible en el oficialismo. Karina Milei y Santiago Caputo están enfrentados y objetados. La hermana presidencial, por los costos no sólo políticos de su armado político. Y la hechicería digital del “Mago del Kremlin” pareció desdentada frente a la comunicación mainstream. Ambos fueron impotentes para impedir que el apellido Milei deambule ahora por Comodoro Py.