Javier Milei terminó su primer año de gobierno con números favorables. Muy lejos de los lúgubres pronósticos del kirchnerismo, que aventuraba una resistencia popular violenta ante el intenso ajuste que se anunciaba.
Y ese es el dato más relevante de la política argentina en el último año: una resignada aceptación de la disminución de su nivel de vida por parte de amplias franjas de las clases medias y de menores ingresos.
La inevitable reducción de los subsidios golpeó, como era previsible, en el bolsillo de la población con duros aumentos en transporte, energía, combustibles y agua. La sorpresa fue que esta vez muchos de los afectados aceptaron, y lo siguen haciendo hasta ahora, lo que en su momento rechazaron de Mauricio Macri.
Las razones de este decisivo y valorable cambio de actitud son múltiples y todas harto opinables. Un motivo podría ser la toma de conciencia de que el Estado no puede gastar sin límite y cubrir la diferencia con emisión monetaria, porque eso genera inflación y sienta las bases para la destrucción de la economía y la licuación de los ingresos.
Ello conlleva, probablemente, la convicción de la necesidad del esfuerzo, incluso intenso, para torcer el rumbo y estar mejor en el mediano y largo plazo.
La supresión de los aportes estatales a los organizadores de piquetes ha sido una medida largamente aplaudida. Milei acabó de un plumazo con la ridícula situación de financiamiento desde el Estado a los piqueteros, que torturaban día tras día a la población con cortes de calles y de rutas.
Además, los organizadores perpetraban la inmoralidad de quedarse con una porción estimable de los montos de los subsidios. De igual modo, Milei está hurgando y suprimiendo los innumerables bolsones de desfalco bajo la forma de ayuda social.
La decisión de enfrentar con firmeza estas calamidades le está valiendo el apoyo popular que revelan las encuestas, aun cuando la situación económica esté muy lejos de ser brillante.
Abajo la inflación
El éxito más rutilante del Gobierno nacional ha sido la drástica caída del aumento de precios, ahora estabilizado en torno del 3% mensual. Esto permite el renacimiento del crédito y la recuperación paulatina de la capacidad de consumo. La elección de este objetivo ha sido un acierto.
Milei calcula, no sin razón, que este éxito hará que el apoyo hacia su Gobierno se consolide y le sirva para triunfar en los comicios legislativos de 2025.
Pero la lucha contra la inflación no está exenta de efectos colaterales. El principal de ellos es el retraso cambiario, cuyo efecto ya está alcanzando al campo debido a la caída de los precios internacionales de los granos y a la vigencia de las retenciones.
¿Cuánto más se podrá sostener este valor de las divisas? Algunos economistas apuntan a sostenerlo a sangre y fuego en bajo nivel durante un tiempo prolongado, como garantía de estabilidad. Apuestan a fondos frescos del FMI y al ingreso de divisas provenientes de las ventas de gas y petróleo.
Una suerte de “enfermedad holandesa” propiciada en nombre del combate a la inflación. Aquí hay un tema pendiente, una postergación con consecuencias impredecibles.
La otra incógnita se refiere a la sustentabilidad del recorte del gasto. En algún momento deberá reiniciarse la obra pública. Queda también pendiente de una solución definitiva el tema de la deuda en pesos.
La intolerancia como estilo
Por fortuna, el Gobierno va corrigiendo algunas liviandades de su política exterior, aunque aún mantiene su estilo pendenciero, completamente impropio para las relaciones internacionales. El vínculo entre los países demanda una decantación y un tono calmo y mesurado que Milei está distante de preferir.
La Cancillería no puede estar sometida a humores cotidianos, a caprichos ideológicos, ni al irrefrenable deseo de transformarse en referente mundial de la lucha contra el comunismo. Brasil y Chile son aliados estratégicos en el continente, más allá de que sus presidentes actuales no sean del gusto de Milei.
La revaloración de las Fuerzas Armadas y de la seguridad ha sido, sin duda, otro gran acierto. El sometimiento de ellas al escarnio público durante décadas fue una política constante del peronismo, kirchnerista o no, que siempre reivindicó la acción del terrorismo guerrillero y condenó al comportamiento militar en forma genérica.
La convocatoria a declarar a Mario Firmenich nos hace pensar en un escenario futuro de mayor justicia en un terreno difícil donde las viejas pasiones oscurecen la búsqueda de la justicia.
Los permanentes ataques de Milei a la prensa constituyen una deuda pendiente, aunque en este caso somos escépticos respecto de un cambio de actitud. El Presidente está convencido de que su estilo frontal, incluso soez y patotero, gusta a sus votantes.
Cree que esos modos, inyectados de ira e insultos, son vistos como sinónimo de firmeza y de bizarría. Su estilo no admite otras opiniones. Quien las pudiera esgrimir están pagados por oscuros intereses o tienen malas intenciones. Al presidente no le gustan las opiniones disonantes. No es este un atributo del que pueda sentirse orgulloso, pero las encuestas dicen, por el momento, que este estilo “garpa”.
Estos desbordes autoritarios son vistos ahora como expresión de valentía, pero si la situación económica desmejora, llegarán las facturas por el combo completo.
Como fuere, esta historia apenas está comenzando. Vamos recién por los primeros hilvanes.
* Analista político