Para alguien que percibe el disenso como una osadía inadmisible de seres con un nivel intelectual despreciable, rendirse ante las evidencias expuestas por quienes ven las cosas de otra manera constituye una experiencia traumática.
Eso, sin dudas, debe haber vivenciado el presidente Javier Milei al verse obligado a modificar el esquema cambiario que, hasta pocas horas antes de ser corregido, era promocionado y defendido por los cenáculos oficialistas poco menos que como una imposición divina.
Durante varios meses, la estrategia diseñada por Luis Caputo, ministro de Economía de Milei, fue objeto de señalamientos críticos por parte de un amplio arco de economistas. En ese universo, sobresalieron las advertencias de aquellos colegas del economista libertario cuyo historial los pone más cerca del pensamiento del Gobierno.
El caso más emblemático es el de Domingo Cavallo, cuyas repetidas alertas se pueden leer en su blog en medio de frondosos párrafos dedicados a ponderar las virtudes del camino elegido por Milei.
Sin importar el tono de sugerencia expresado en aquellos planteos, ese gesto le costó muy caro al exministro del menemismo y de la Alianza: tras ser encumbrado por el líder libertario como “el mejor economista de la historia argentina”, Cavallo pasó a integrar, sin escalas, la larga lista de “econochantas” diseñada por el furibundo ejecutor del “ajuste más grande de la historia de la humanidad”.
Los platos rotos los pagó la hija del exfuncionario, que, por obra de la ruptura de relaciones entre su padre y el exadmirador, perdió su trabajo en la Embajada argentina ante la OEA.
“Sólo hay que temerle a Dios y un poquito a mí”, solía decir la expresidenta Cristina Kirchner, una frase que hoy Milei lamenta no poder acuñar como propia.
El presidente libertario exhibe la obsesiva necesidad de tener razón en todo y de ganar todas las discusiones teóricas vinculadas a su especialidad.
A lo largo de todo su peregrinaje rumbo a la gloria, que se inició en aquellos sets de televisión porteños donde sacó chapa de panelista estrella que “medía”, el actual presidente dio cátedra de economía abrazado con fervor religioso a la corriente de pensamiento denominada “Escuela Austríaca”, cuyos exponentes más destacados son Carl Menger, Friedrich Hayek y Ludwig von Mises.
Con ese arsenal teórico en las alforjas, y a fuerza de histrionismo y descalificaciones e insultos a sus interlocutores de turno, Milei logró instalar en la agenda una bandera que, según sus desaforadas convicciones, terminaría para siempre con la emisión espuria de dinero y, por lógica derivación, con el populismo inflacionario y con la pobreza: la dolarización.
Para llegar a ese objetivo, aseguró ante los muchos que le prestaban oídos que el Banco Central iba a “volar por los aires” (valga el pleonasmo), al compás de una batalla sin cuartel contra la odiadísima “casta”, una figura cuyos límites difusos nunca se pudieron aclarar.
Dogma exótico
La panoplia discursiva del extraño y verborrágico economista sonaba por entonces completamente novedosa y deslumbrante en estas latitudes. El exótico dogma caló muy fuerte en las filas de muchos centennials ávidos de romper con el pasado de frustraciones vivido por sus padres, abuelos y bisabuelos, pero también prendió entre argentinos adultos cansados de soportar crisis económicas enfrentadas con las mismas fórmulas de siempre.
La política, las Paso y la segunda vuelta se encargaron del resto. Es decir, de dotar a Milei del voto antiperonista necesario para que su dogma llegara finalmente al poder. Según la teoría desplegada por el ahora presidente, todo hacía suponer que se avecinaba el fin del “estiércol”, es decir, del peso como moneda de curso legal.
Hoy, casi un año y medio después de la llegada de Milei a la Casa Rosada, no hay dolarización; el Banco Central recibió una buena cantidad de dólares del FMI para fortalecer sus reservas y está más activo que nunca; el peso está fortalecido a expensas de la balanza en cuenta corriente del país, y la inflación, pese al supuesto equilibrio fiscal, aún da señales de robustez.
Lejos ya los ecos de la Escuela Austríaca, el programa del libertario no es ni más ni menos que la misma receta ortodoxa que el país y su tejido social vienen soportando desde hace décadas.
El tan comentado “atraso cambiario” con intervención en el mercado de divisas que el Gobierno llevó a la práctica desde después de la megadevaluación de diciembre de 2023 es, sin ir más lejos, la misma receta que han aplicado todos los gobiernos desde 1983 hasta la fecha, casi sin excepción.
La idea es utilizar esa estrategia como ancla antiinflacionaria, herramienta a la que los oficialismos tratan de abrazarse férreamente en años de elecciones, como 2025.
Después de tanto defender a puros insultos la sobrevaluación del peso, Milei terminó sin reservas en el Banco Central y una vez más, como tantos lo hicieron antes, acudió al FMI en busca de oxígeno para llegar más o menos airoso al próximo desafío electoral.
En sus tiempos de candidato, el libertario señalaba esa claudicación como un símbolo de gobiernos fracasados.
La pregunta es cuánto tiempo más la sociedad le tolerará a Milei, con paciencia franciscana, las promesas de un paraíso que nunca aparece en el horizonte, en medio de insultos, exabruptos y fórmulas ya conocidas, con resultados también conocidos.
En el camino, ha quedado el dogma, viejo, ajado y abandonado.
- Politólogo y periodista