En una entrevista reciente que mantuve con Javier Timerman (asesor financiero internacional), él sostuvo: “La Argentina necesita un colchón de dólares. Y los necesita porque es un país muy susceptible a cualquier tipo de shock, ya sea interno o externo. Porque Argentina tiene una historia”.
Agregó también que no es casualidad que, en este escenario en el que el Gobierno ha hecho mucho para estabilizar la economía, sigamos con un riesgo país elevado.
Esta afirmación evidencia una realidad compartida por buena parte del establishment económico, incluso entre quienes simpatizan con la actual administración: la economía argentina necesita acumular reservas propias. No sólo por los compromisos asumidos con el FMI –que exige acumulación de divisas por encima del financiamiento que él mismo otorga–, sino como condición necesaria para garantizar la estabilidad económica y la confianza de los mercados.
Las medidas anunciadas por el Gobierno nacional en la semana que pasó parecen ser un reconocimiento de esta verdad incómoda: Argentina necesita dólares, y hoy no logra generarlos en la magnitud que requiere.
En plena temporada alta de liquidación agroexportadora, los dólares disponibles no alcanzan para cubrir una demanda elevada y creciente de turismo, consumo con tarjetas e importaciones, más servicios de deuda y demanda de los ahorristas para atesoramiento.
A pesar de los esfuerzos oficiales por reencauzar el ahorro en dólares de los argentinos hacia el sistema financiero, la compra de dólares de los individuos continúa y en el mes de la liberalización del cepo cambiario ascendieron a U$S 2 mil millones.
En este escenario de cuenta corriente deficitaria, dólares que no salen del colchón y una inversión extranjera que aún no despega, el equipo económico recurre al financiamiento externo.
Mediante instrumentos diversos y flexibilizando normas macroprudenciales que el mismo Gobierno había establecido semanas atrás, busca atraer capitales de corto plazo que aporten los dólares necesarios. Pero esto plantea preguntas inevitables.
¿Puede sostenerse la estabilidad cambiaria con deuda orientada a fines financieros o especulativos? ¿Qué grado de certidumbre ofrecen flujos de capital tan volátiles? ¿El superávit fiscal garantiza dólares o constituye una condición necesaria pero insuficiente?
Superávit sin confianza: el límite de la ortodoxia
La erosión de la confianza en Argentina es un proceso de larga data. No comenzó con esta gestión ni puede atribuírsele exclusivamente al gobierno de Javier Milei. Sin embargo, el Gobierno enfrenta el desafío crucial de reconstruirla. Y en esa tarea, quizá no alcance con voluntad técnica y ortodoxia fiscal.
El presidente Milei ha mostrado determinación en ordenar variables macroeconómicas, pero no ha establecido las bases de consenso político y estabilidad institucional necesarias para consolidar ese orden. Declaraciones como “si eliminamos el riesgo Kuka, se desploma el riesgo país” simplifican en exceso una realidad compleja, reduciéndola a una lógica binaria que no ayuda a generar previsibilidad.
Respecto de la discusión sobre el tipo de cambio que hoy está en boca de todos, finalmente queda en manos de quienes evalúan invertir: ellos definirán su conveniencia siempre que perciban certezas sobre la estabilidad de las reglas del juego. Porque, en rigor, el tipo de cambio no es la única variable relevante: toda inversión responde a un entramado de factores específicos.
Sin embargo, hay una condición ineludible y transversal: la previsibilidad normativa. Y, en Argentina, la historia demuestra que ni las leyes bastan si no existe un compromiso institucional que trascienda ciclos y orientaciones ideológicas.
Convencer es más difícil que tener razón
Está claro que el modelo político-económico de las últimas décadas fracasó: condenó a amplios sectores de la sociedad a la pobreza estructural, profundizó la desigualdad, pulverizó la credibilidad del Estado, desincentivó la inversión y deterioró la calidad de vida de la mayor parte de los ciudadanos argentinos. Pero el diagnóstico sobre el fracaso del pasado no garantiza, por sí solo, el éxito del futuro.
El gobierno de Milei representa, en muchos sentidos, una ruptura con ese pasado. Con luces y sombras, impulsa transformaciones profundas e interpela creencias arraigadas. Pero aún no define del todo su rumbo ni el camino para alcanzarlo.
Quizá el Gobierno lo tenga claro y, como afirman, “todo marcha de acuerdo al plan”. Pero aun si así fuera, no alcanza con sostenerlo: se necesita algo más que convicción técnica. Hace falta capacidad de convocatoria, inclusión social y un horizonte común para conducir los esfuerzos colectivos.
También requiere persuadir a los actores económicos de que este proceso es sostenible, creíble y duradero. Porque la economía argentina no sólo necesita dólares: necesita que alguien decida invertirlos. Y esa decisión, por ahora, no llega.
- Licenciada en Administración