Un sismo de primera magnitud sacude a la economía mundial. La guerra comercial que hasta el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca era un trabajo de zapa que enfrentaba a Estados Unidos y China como principales contendientes, es ahora una conflagración a cielo abierto.
Trump dispuso una suba generalizada de aranceles; China le respondió a Estados Unidos con la misma moneda. El fantasma de una recesión global y de un rebrote inflacionario en la principal economía de occidente derrumbó en las bolsas el valor de las empresas y los bonos soberanos.
Para la retórica belicista de Trump, la jornada de sus anuncios fue el “Día de la Liberación” de Estados Unidos ante el avance comercial de sus competidores. Una publicación de genética liberal incuestionable como The Economist advirtió: el día de los anuncios fue el “Día de la Ruina“; los aranceles de Trump causarán estragos económicos y le ofrecen una oportunidad de triunfo estratégico a China.
Desde una ideología distinta, el diario The Guardian recordó el perfil de los dos contendientes principales: Donald Trump y Xi Jinping. Ambos han tenido carreras políticas marcadas por sus experiencias con la economía real en la década de 1980. Ambos tuvieron enfrente el desafío exportador del milagro japonés. Los dos construyeron su pensamiento político con la recuperación del nacionalismo económico como idea subyacente, durante el período en que la globalización se expandía como un fenómeno incuestionable por el planeta.
A la Argentina, el sismo la encontró en terapia intensiva. La economía apenas consiguió eludir -con un enorme ajuste fiscal- el desastre de una nueva hiperinflación. La estabilización de los precios está lejos de haber concluido y el nuevo contexto global cambió las condiciones para la resolución de su principal desafío externo: cómo hacer frente a los vencimientos de deuda sin reservas suficientes, mientras rige una restricción estatal sobre el mercado de cambios, porque la cotización del dólar es el ancla elegida para calmar los precios internos.
Desde el regreso de Trump hasta su reciente desembarco en Normandía, el índice de riesgo país trepó para Argentina de los 600 puntos de enero a más de 900. Es un indicador relativo: aunque fuese menor esa sobretasa de interés, el crédito privado externo está paralizado a la espera de certidumbres por la nueva guerra comercial.
Esto explica la aceleración del gobierno nacional en los trámites para acceder a un nuevo programa del FMI. El presidente Milei intentó acercarse a Trump durante un evento social, pero fracasó. En realidad, las gestiones se acumulan. Milei todavía tiene pendiente el pedido a Trump por el FMI y ya le llovió la garúa ácida del nuevo régimen arancelario estadounidense.
Obcecaciones
La política recomendable para el país, en medio de un escenario económico tan incierto, debería tener una dosis de cautela y diálogo, de los cuales carece hoy el núcleo dirigencial argentino. Sobre la Casa Rosada pesa una responsabilidad especial. Los tiempos expansivos para el estilo prepotente del triángulo de hierro presidencial han terminado, no por mérito de sus adversarios sino por imposición de una realidad rebelde.
La derrota tan previsible como inapelable del Gobierno en su intento por ocupar una posición propia en un poder independiente como es la Corte Suprema de Justicia es toda una señal de los nuevos tiempos. En el Senado, donde Milei necesitaba conseguir dos tercios de los votos para designar sus candidatos para la Corte, la insolvencia política de su equipo consiguió esa mayoría agravada, pero en contra.
Milei intentó zafar señalando un acuerdo de la casta para contradecirlo. Lo que ocurrió fue lo contrario: fracasó por comprarle a la casta un proyecto llave en mano que no funcionó. Al entregarle su respaldo a la candidatura de Ariel Lijo, entró en una emboscada. Se rebajó con esa candidatura ajena porque le dijeron que así evitaría la guerra con la mayoría kirchnerista del Senado. Ató a ese mástil a su candidato más afín, Manuel García-Mansilla, con el armado de pliegos siameses. Extravió en la aventura su discurso anticasta. Y al final tampoco evitó la guerra.
El balance de la derrota todavía es incompleto. Contra Ariel Lijo entró una denuncia por la narcolepsia de la causa que obra en su juzgado en relación con los desastres kirchneristas en YPF. Tiempo atrás, el fallecido Héctor Recalde había protegido a Lijo en el Consejo de la Magistratura frente a los pedidos de juicio político. Como Lijo era candidato a la Corte, Recalde tenía suspendidas esas investigaciones. Siguiendo su criterio, por un “principio de primacía de la realidad”, ahora han cambiado las cosas.
Manuel García-Mansilla vacila sobre su continuidad en la Corte. Intentó una salida tangencial al anunciar que pediría a los ministros del máximo tribunal una opinión sobre su continuidad. Una extraña acción declarativa de certeza.
El Gobierno le pide que continúe en el cargo. Podría haberlo ayudado retirando el pliego antes de que le voten en contra. No lo hizo. Ahora lo presiona en público. ¿Así lo respeta el gobierno como juez independiente? El director técnico de la excursión infecunda salió a despegarse del descenso: Ricardo Lorenzetti declaró que él jamás aceptaría ser juez de la Corte en la situación de García-Mansilla, designado por decreto.
Pero el mayor de los daños por el fracaso lo sufrirá el Gobierno. Toda su estrategia para el Poder Judicial ha quedado suspendida sin visos de recuperación: 184 ternas de funcionarios judiciales sin acuerdo para avanzar, la Procuración General en condiciones similares y un 40% de fiscalías sin designar. La Corte deberá prepararse para un período incierto de funcionamiento con tres miembros.
Por lo menos hasta la renovación parlamentaria, aquello que el asesor multipropósito Santiago Caputo imaginaba como un paseo negociado con el senador Eduardo de Pedro quedará drásticamente en veremos.
El Gobierno cree que la obcecación es un mérito, porque la sociedad reclama liderazgos fuertes. Alguien debería advertirle: siempre que se consigan los resultados.