Hay varias razones que explican el porqué de la maraña de regulaciones, medidas, resoluciones y varios etcéteras que ha dictado el Estado en los últimos 50 años. Una es que han sido excusas para justificar la cantidad de empleados que todas las administraciones fueron nombrando con el paso de los años: algo para hacer había que darles. Así, todas las capas geológicas que se han ido anquilosando en las estructuras oficiales deben expedirse en algún punto, lo que ha llevado la lentitud y la ineficiencia hasta la exasperación.
La segunda razón es que a todos nuestros gobernantes les ha maravillado sentir cómo, desde el momento en que asumen, les empieza a correr una especie de sangre azul por las venas. Y descubren que obrar en nombre del Estado tiene un poder casi mágico sobre la ciudadanía. Porque el Estado, en las democracias, goza del honor de aplicar justicia, regular la vida cotidiana, imponer sanciones y promover la ocurrencia de determinadas cosas.
La tercera razón es que en muchos casos una regulación fue dispuesta para tapar, diluir u ocultar otros problemas que, por alguna circunstancia que no viene al caso, no se quiere o no se puede abordar. El cepo cambiario, los controles de precios, los permisos para importar, los impuestos a la importación y los cupos a las exportaciones son algunas de las regulaciones que se inventaron para eludir el abordaje de los problemas de fondo.
La expresidenta Cristina Fernández realizó el fin de semana una arenga en Rosario que resultó ser toda una confesión. “A ver, Milei, ya que sos tan guapo, desregulá los medicamentos para que podamos tener genéricos importados y reducir el costo de los presupuestos sanitarios”, dijo.
Lo que se lee de manera indirecta es que ella supo desde siempre que el camino era la desregulación de los medicamentos y que su gobierno no pudo hacerlo. Eso tan difícil lo podría hacer alguien con los modales de Milei. Es más, sonó hasta como un desafío eso de “sos tan guapo”; un solapado pedido: que se anime.
Y lo que dice de manera muy directa es que, si se desregula, los precios bajan. En este caso, con los genéricos importados podrían bajar los costos de la salud. Eureka: es así en la teoría, así ha sido en el mundo; falta ver qué ocurrirá en la Argentina.
Importaciones y precios
La importación parece ser la herramienta que eligió el Gobierno para forzar la baja de precios. Sabemos que somos muy caros en dólares (los tours de compras al exterior y el furor por Brasil lo confirman) y el Ejecutivo no está dispuesto a devaluar el peso, porque entiende que en pocos meses estaremos parados otra vez en el mismo lugar.
¿Cómo forzar, entonces, una inflación a la baja sin seguir reventando la actividad económica?
Hay dos vías: bajar los costos de las empresas y fomentar la competencia. Los costos se bajan cuando se eliminan trabas burocráticas (había empresas que destinaban personal sólo para cumplir con el programa de Precios Cuidados y similares), cuando se sacan sobrecostos (las Sira, por caso) o cuando se bajan impuestos. El 22 de diciembre, por caso, se termina la vigencia del impuesto Pais (recargo del 7,5% a las importaciones y del 30% al dólar oficial para el turismo) y desde ayer Arca dejó de cobrarlo por adelantado.
La Unión Industrial de Córdoba y Fedecom, entre otras entidades, piden que los municipios cobren tasas justas y proporcionales al servicio que prestan. Reniegan del 10% sobre la electricidad y sobre el agua, por ejemplo.
La segunda vía está en fomentar la competencia. El consumidor tiene poca plata en la mano, elige bien qué se lleva, busca precios y ahora tendrá la chance, incluso, de traer hasta tres mil dólares en mercadería del exterior sin viajar. Teléfono para los que vienen remarcando sin que les tiemble la mano.
Pero, claro, una cosa es permitir que algunos usuarios traigan por Amazon algo y otras es desregular en serio y dar el debate que falta. ¿Seguimos pagando 35% de recargo a los autos producidos fuera del Mercosur? ¿Tendrán de por vida exenciones impositivas las fábricas de Tierra del Fuego?
El gasto tributario en ese régimen –liberación del IVA para compras y ventas, exenciones de Ganancias, derechos de importación y la alícuota reducida de impuestos internos– será del 0,2% del producto interno bruto en 2025. Si pagaran, se podrían bajar un tercio todas las retenciones agrícolas y hasta bajaría el precio de la tecnología, lo que ayudaría a la reducción de los costos empresariales y de las familias.
Y, respecto de los genéricos, Cristina tiene razón. El DNU 70 al que alude el ministro de Desregulación, Federico Sturzenegger, eliminaba el defecto de origen de la Ley de Genéricos de Ginés González García, que le permitía al profesional “sugerir” una marca comercial. El DNU sacaba eso e indicaba que “toda receta o prescripción médica deberá efectuarse en forma obligatoria expresando exclusivamente el nombre genérico del medicamento o denominación común internacional que se indique, seguida de forma farmacéutica dosis/unidad con detalle del grado de concentración”.
Sin embargo, la reglamentación de enero de ese párrafo borró con el codo lo que se había escrito con la mano y permitió que el profesional pudiera “también sugerir una marca comercial”. En ese caso, el farmacéutico, “a pedido del consumidor”, tendrá la obligación de sustituirla por una especialidad medicinal de menor precio que contenga los mismos principios activos, concentración y forma farmacéutica, y comunicarle al médico que ha realizado otra sugerencia. Un chino; inviable.
Hay que desregular y hay que promocionar la prescripción de genéricos, locales e importados. En España, un diclofenac o un omeprazol cuesta 85% menos de lo que cuesta en la Argentina. Somos un país pobre, con salarios de pobreza y precios de países ricos. Y, encima, reguladísimos. A ver si son tan guapos y desregulan en serio.