La historia reciente es la más conocida: para el Javier Milei candidato, el papa Francisco era en 2022 “el representante del maligno en la Tierra”, un hombre “parado del lado del mal”. Un año después, lo acusó de tener “afinidad por los comunistas asesinos” y de violar los 10 mandamientos al “defender la justicia social”.
Después tuvo que pedirle perdón y, tal como dice la carta de invitación oficial a la Argentina, se espera que su visita traiga “frutos de pacificación y de hermanamiento de todos los argentinos, ansiosos de superar divisiones y enfrentamientos”.
La voltereta ideológica de Milei llegó solita, por prudencia y por corrección política, sin que el Papa se pronunciara nunca al respecto.
No es el primer presidente argentino que se ve obligado a viajar de un extremo ideológico a otro en relación con este tema.
Hasta el 13 de marzo 2013, el Jorge Bergoglio arzobispo de Buenos Aires soportó los embates de periodistas y militantes kirchneristas que le achacaban haber tenido relación en el secuestro de los sacerdotes Orlando Yorio y Francisco Jálics, ocurrido en 1976 a manos de la dictadura militar.
Pero todo acabó por arte de magia ese día de marzo, con la llegada de Francisco al Vaticano. La presidenta Cristina Fernández desactivó todas las críticas y hasta olvidó su enojo por el atrevimiento que Bergoglio había tenido en 2008, durante el paro nacional del campo, cuando le había reclamado a la presidenta que tuviera un “gesto de grandeza” para destrabar aquel conflicto que dividía al país.
A los cinco días de asumir, Francisco recibió a la primera autoridad extranjera de su papado: Cristina Fernández de Kirchner. Fue el primero de siete encuentros oficiales entre ambas figuras, entre 2013 y 2015.
En esos dos años sumaron más reuniones que las que tuvieron con él en ocho años los presidentes Mauricio Macri (dos veces) y Alberto Fernández (dos ocasiones).
Con Macri era fácil adivinar la tirantez que existía entre ellos. Bastaba con mirar cualquiera de las fotos oficiales en las que posaron juntos, para encontrar el gesto adusto y lejano de Francisco, así como la incomodidad de Macri.
Con Alberto Fernández fue una relación insípida, a tono con todo lo que tocó el ahora expresidente, mudado a España. El momento más tenso se vivió en enero de 2023, cuando el Papa criticó abiertamente la pobreza y la alta inflación que ocurrían en Argentina, durante una entrevista para la agencia AP. Dijo que eran consecuencia de “mala administración y malas políticas”.
El mismo Alberto le respondió públicamente que “cuando gobernaba Perón era otra época”, y que “cuando empezaron a sucederse gobiernos dictatoriales, siempre regidos por las lógicas liberales y conservadoras, generaron lo que generaron”. Ya era tarde. La palabra presidencial estaba a esa altura más devaluada que el peso.
Siempre atento, a su manera, el Papa vislumbró con buen tino lo que ocurría y lo que se venía en Argentina.
Francisco hizo lo mismo con las cuatro presidencias argentinas que van pasando durante su papado: de manera más o menos voluntaria, más o menos inadvertida, logró torcer cualquier relato en su contra, para demostrar que Vaticano garpa mucho más que Casa Rosada.
