El consumo en 2024 cerrará con una caída de casi el 8%. Hay que ir hasta 2002 para encontrar indicadores de descenso similares. En noviembre pasado, la caída de las ventas respecto de noviembre de 2023 fue de -20%. Es cierto, había “plan platita” entonces y temor electoral, pero ese es el dato.
En lo que va del año, la venta de naftas acumula una caída del 9%. El precio de un litro de súper se cuadruplicó, el boleto de colectivo en la ciudad de Córdoba trepó 400% en un año. La luz, el gas y el agua se hacen sentir duro en las cuentas del hogar. El trabajo formal recortó casi 130 mil puestos de trabajo, el 2% del total, pero la mitad de esa caída se dio en la construcción, actividad dinamizadora por excelencia.
Ninguna medición, ni privada ni oficial, habla de una recuperación total del salario respecto de noviembre del año pasado. Algunos más, otros menos, pero todos los salarios están para atrás.
Lo asombroso e inusual para la política tradicional, tal y como la hemos entendido hasta acá, es que, pese a esos datos negativos (y algunos más), la gente avala. Hay una mayoría silenciosa que creyó que había que cruzar el Rubicón, que así la cosa no iba más, que había que dejar de cavar adentro del pozo. Milei encarnó una demanda social de cambio rotundo: la gente alumbró a este outsider, no al revés y lo votó para que probara una estrategia que no incluyera ninguna receta del pasado.
Hay mucho agite mediático y digital en estos días: aparecen los antimileístas diciendo que el vaso medio vacío de datos negativos no se cuenta en las redes, donde mandan el Gordo Dan y sus acólitos. Están los que argumentan con el recurso contrafáctico, algo así como “con Massa estaríamos peor”. Y los que justifican la foto diciendo que tantos años de retraso no se pueden solucionar con gradualismo de buenos modales.
No había ninguna posibilidad de frenar una hiperinflación y hasta arriesgar la estabilidad institucional y financiera de la Argentina si no era con una brutal recesión. Milei dijo que venían dos meses duros, de los cuales seis serían extremadamente difíciles. Nunca en sus 11 meses de gestión había alcanzado 57% de imagen positiva. Es lo que tiene ahora, aun con esos datos negativos.
Convenció en esto de que no hay plata y todavía conserva viva la esperanza: una buena parte de los argentinos cree que esta vez el sacrificio habrá valido la pena y que habrá tenido sentido el “ajuste más grande de la historia”.
¿Será así?
Ese es el desafío que se viene. Es hasta más complejo que el de 2024. Hace un año todo era incertidumbre ante un Milei que no tenía experiencia en funciones ejecutivas, con una marcada minoría en ambas cámaras del Congreso, sin gobernadores ni intendentes de su partido y con una situación social delicada. Todo estaba a punto de estallar y había tan poca expectativa entonces que en la actualidad no existe dirigente político y económico que no le reconozca habilidad en haber llegado hasta acá.
Milei no tuvo vergüenza de hablar de ajuste. Lo ensalzó. Y lo inédito en esta Argentina de diciembres violentos es que la sociedad lo toleró y que lo hizo casi sin chistar.
Claro que en el vaso medio lleno se anotan algunos logros evidentes: la economía es más estable, la brecha cambiaria se ha vuelto inexistente, el riesgo país se acerca a los 700 puntos, se normalizaron las importaciones y, de manera lenta e incipiente, comenzó una reactivación.
Aunque el déficit cero explica cómo llegamos hasta acá, pero no alcanza para garantizar el crecimiento. Es indispensable para bajar la inflación y condición necesaria para crecer, pero no suficiente.
El Gobierno necesita en este 2025 mostrar que realmente el esfuerzo de este año fatídico valió la pena.
¿Va a hacer las reformas estructurales? ¿Cuál primero? ¿Con quiénes elegirá no pelearse en un año electoral? ¿Con los gremios, como hizo en 2024? ¿Va a bajar impuestos distorsivos cuando le sobre plata o hará campaña? ¿Será la obra pública el atajo políticamente correcto –del que comieron todos en los últimos 25 años– para volver a hacer más de lo mismo? ¿Va a dar todas las batallas juntas o de a una? Y si elige el pragmatismo de lo posible, ¿le alcanzará para convencer al ciudadano de que el sacrificio de hoy es el progreso del futuro?
Porque está claro que dejamos de cavar en el pozo. Pero todavía estamos varios metros bajo tierra.