Con una nueva reforma previsional de tratamiento rápido, el gobernador Martín Llaryora va cerrando un año más que complejo para su gestión.
El contexto nacional, los humores sociales y el desgaste del proyecto gobernante han ido configurando un escenario político provincial en el que prevalecen las dudas sobre las certezas.
Por caso, los cambios que aprobó esta semana la Legislatura, con delegación de facultades en el Ejecutivo para meter mano a sueldos más altos en busca de compensar las jubilaciones más bajas, no han significado en lo inmediato respaldos sociales por fuera del sector público o de los propios beneficiarios.
Es que, más allá de lo intrincado que es el sostenimiento del sistema previsional provincial, lo que le está pasando a la gestión llaryorista es una especie de resquebrajamiento de la relación con los ciudadanos. Y le está costando encontrar temas con aprobaciones explícitas.
Lo reconocen hasta algunos de los funcionarios provinciales, que admiten las dificultades para recuperar sintonía con sectores mayoritarios de la población. Incluso cuando replican algunas medidas que toma la administración nacional de Javier Milei.
El aval social parece estar más vinculado con quien ejecute la decisión que con el contenido mismo de la acción.
“¿Por qué a Milei le bancan cosas y a nosotros no, cuando son muy parecidas?”, se preguntan con cierta insistencia por los pasillos del Centro Cívico.
Las razones pueden ser tan diversas como complejas, pero el peso del desgaste se hace sentir cada vez más.
Fusible sobre fusibles
De hecho, los relanzamientos de gestiones con cambios en los gabinetes de la Provincia y de la Municipalidad capitalina fueron bastante acotados.
En el caso del intendente Daniel Passerini, sigue con el mismo equipo en cancha pese a los señalamientos que le hacen propios y extraños para que dé más dinámica a su administración.
Llaryora miró el banco de suplentes y, a diferencia de lo que les había pasado en algún momento a sus antecesores, se encontró con que tenía poco para poner en juego.
Por eso, después de la derrota electoral de octubre, la única novedad que pudo mostrar es sumar al polifuncional Miguel Siciliano para intentar imponer una nueva dinámica en la gestión.
Siciliano se para sobre varias carteras que siguen activas con sus respectivos ministros. Por ahora, se posiciona como una especie de vocero todoterreno del Gobierno provincial y toma funciones de los ministros de Vinculación Comunitaria, Daniel Pastore, y de Gobierno, Manuel Calvo. Y va por algunas áreas de la órbita de Seguridad, como el programa Cordobeses en Alerta.
Pero lo más importante es la clara delimitación capitalina del nuevo ministro, que habrá que ver si empieza a suplir tareas de secretarios de la Municipalidad de Córdoba.
Es como que el gobernador puso un fusible sobre otros fusibles. El hecho es que hay temas que no llegaban a impactarle al gobernador porque sus colaboradores absorbían el impacto, pero eso se va diluyendo.
Con un problema adicional: hasta ahora, el malestar o rechazo con la gestión estaba afuera; ahora hay cada vez más disconformidad interna.
Por ahora, no tiene dimensiones que puedan afectar la gobernabilidad, pero hay ruidos que suben muy lentamente sus decibeles.
Mientras, ese juego de equilibrista en la relación con el presidente Milei sigue sin ser sencillo. No tiene margen ni para ser aliado incondicional de La Libertad Avanza ni para posicionarse como un opositor.
Las urnas de octubre le pusieron esos límites, cuyo posible corrimiento configura buena parte de esos interrogantes que les ganan a las certezas.
