“Traten de que las tres últimas semanas de la campaña transcurran igual que las tres primeras”. Esa fue –palabras más, palabras menos– la sencilla indicación política que Martín Llaryora deslizó a la tropa del oficialismo provincial a su regreso de una gira entre inversores de Reino Unido, Luxemburgo y Bélgica.
“No hay que cambiar nada”, reiteran en el Panal. Se refieren a la construcción de los seis gobernadores de Provincias Unidas liderada por Juan Schiaretti y también a la gestión provincial, que tiene niveles de aprobación similares a los del momento del traspaso de mando, en diciembre de 2023.
La ajetreada semana posterior al viaje al exterior incluyó dos anuncios cordobesistas de alto voltaje. El lunes, la Provincia presentó la nueva edición del Plan Primer Paso –un ícono cordobesista, que este año se postergó hasta la campaña– y el miércoles Llaryora concretó en Santiago Temple la puesta en marcha de la obra para completar los tramos de la autopista Córdoba-San Francisco, que la Nación prometió en 2015 y luego abandonó por completo.
Mañana habrá otro acto de los trabajos en el segundo tramo faltante: obras nacionales pagadas por la Provincia, pese a que la Nación se queda con los recursos para rutas que prevé la Ley de Combustibles. Esencia de cordobesismo para perfumar el discurso de Provincias Unidas.
El oficialismo provincial se preparó para una campaña que evaluó mucho más complicada de lo que le está resultando. Los preparativos tuvieron que ver con el tamaño del objetivo: además de lograr un resultado que posibilite la creación de una tercera fuerza dirimente en el Congreso, Llaryora empieza desde ahora a pelear su reelección, como casi todos los gobernadores de Provincias Unidas. Uno de ellos será luego candidato a presidente.
El Panal se pertrechó para una batalla ardua: puso como cabeza de lista al dirigente con mejor imagen en la provincia, sumó aliados como si los necesitara, atrajo intendentes de todas las latitudes políticas y encolumnó toda la gestión hacia el objetivo de incrementar las chances de ganar la elección. Si de algo no se puede dudar en Córdoba es de la expertise del PJ cordobés en ese rubro.
El oficialismo provincial corre con todos los beneficios de la experiencia, de un aparato gigantesco y entrenado, y de la evidente disponibilidad de recursos. A tres semanas, los riesgos a la vista para el Panal son dos: la fuga de votos hacia la lista de Natalia de la Sota y los efectos del ejercicio ininterrumpido del poder durante 26 años. Un dirigente como Guillermo Kraisman liberado de la cárcel en medio de la campaña; una Defensoría del Niño que trasciende por los tickets de consumos europeos de su titular, Amelia López.
Libertarios, por el sendero contrario
Los libertarios recorrieron el camino opuesto. Creyeron que la elección de medio término era pan comido. Definieron las listas y la estrategia electoral de cada una de las provincias en los días posteriores al inesperado triunfo en la Ciudad de Buenos Aires, cuando el presidente Javier Milei rebautizó a su partido “La Libertad Arrasa”. El problema de ese plan electoral es que se aplica a la realidad argentina reformateada por el resultado electoral en la provincia de Buenos Aires.
La campaña libertaria naufragó en varios frentes simultáneos y no tiene brújula. El Gobierno adjudica a la derrota bonaerense y a la recuperación de expectativas del kirchnerismo todos sus males: tanto los financieros y cambiarios como los políticos.
No obstante, quienes observan la economía real advierten desde principios de año señales elocuentes que el Gobierno no quiso ver: el control de la inflación es insuficiente como argumento político, sobre todo porque para contener los precios se puso freno de mano a la actividad económica. La recesión se esperaba para después de octubre –como la devaluación– y se anticipó. Esto solo alcanza para explicar el resultado bonaerense, pero además el Gobierno se dedicó a fabricar enemigos y a multiplicar errores políticos.
Tras la derrota, el modelo Milei mostró sus límites de manera brutal frente a una economía con estallido del riesgo país, esbozos de corridas cambiarias, tasas siderales y una creciente sensación de insolvencia en la gestión de la economía y del Estado.
El único antídoto que el Gobierno tiene para todo eso antes del 26 de octubre es el respaldo de Estados Unidos. Se trata de un apoyo político tan explícito que por momentos parece que el presidente Donald Trump y el secretario del Tesoro, Scott Bessent, se hubieran puesto la campaña al hombro. Las dimensiones del apoyo económico se terminarán de ver después de las elecciones, pero está claro que la geopolítica juega a favor de Milei.
Al frente financiero se sumaron problemas políticos que el Gobierno está muy lejos de poder controlar y que afectan lo medular del proyecto “anticasta” de Milei: al todavía no esclarecido escándalo por las supuestas coimas en Andis se le superpuso la certeza de que José Luis Espert, el principal candidato del principal distrito electoral, viajó con frecuencia en aviones de un empresario detenido por supuestos vínculos con narcotraficantes, que además le pagó 200 mil dólares por un supuesto trabajo que Espert nunca hizo.
Contra todos, Milei decidió sostener la candidatura de Espert. En los hechos, esa decisión equivale a suspender la campaña libertaria en la provincia de Buenos Aires y también en buena parte del país: se reiteran hostilidades durante las visitas proselitistas y el Gobierno vive un verdadero bloqueo discursivo.
La restauración del diálogo con Mauricio Macri –quien promete trabajo conjunto después de las elecciones– es la única reacción en semanas completas de ostracismo político.
En ese paisaje de campaña naufragada, Córdoba es una isla para los libertarios.
Es alto el pesimismo que embarga a quienes deben impulsar en este contexto la lista de Gonzalo Roca, pero la campaña es posible en el centro del país.
La semana pasada fue el turno del ministro de Desregulación, Federico Sturzenegger, y se planea para los próximos días la visita de Luis Caputo, además de nuevas incursiones presidenciales que apuntan a conservar respaldos clave, como los de buena parte del empresariado, y a recuperar la confianza del campo, muy afectada tras el episodio de la fugaz y digitada quita de retenciones.
En Córdoba la campaña libertaria todavía es posible. Pero no es fácil.