El peronismo evocó otro 17 de octubre añorando las épocas de liderazgos únicos y bien definidos, como fue una de las características fundacionales de ese movimiento.
No hay cosa que desordene más que el llano en la política, más en tiempos en los cuales todo está puesto en tela de juicio y es tan cambiante y fugaz.
El Partido Justicialista, hasta hace unos días presidido por el más que desprestigiado, denunciado y sospechado Alberto Fernández, debate para su nueva jefatura entre una dirigente a la que están a punto de confirmarle una condena por corrupción como Cristina Fernández de Kirchner y un gobernador de las provincias con más problemas en su administración como el riojano Ricardo Quintela.
Cristina pasó de aquellos posteos que ordenaban no sólo a toda su agrupación, sino también al gobierno de su vicario Fernández y hasta sacudían a la política entera, a una carta para autopostularse que a las dos cuadras del Instituto Patria ya casi no tenía efecto.
Apenas pasaron meses entre una cosa y la otra.
Doble jefatura
Mientras, el peronismo de Córdoba sigue aclarando que es una fuerza provincial que nada tiene que ver con la casa central nacional, que se separó hace rato de la franquicia y que usa o no usa la marca de acuerdo las conveniencias del momento.
Pero atraviesa una serie de particularidades respecto de la jefatura.
Está claro que la gran diferencia entre el peronismo nacional y el provincial es el ejercicio del poder, que siempre ordena.
En principio, el jefe es el gobernador Martín Llaryora pero es evidente que no tiene ese liderazgo único que alguna vez soñó y expresó.
A Llaryora la frase “hay una generación que se retira”, pronunciada la noche de su ajustado triunfo electoral, le duró sólo unas semanas.
Rápidamente el gobernador admitió que debía coexistir en ese liderazgo con su antecesor Juan Schiaretti. Se terminaron poniendo más o menos de acuerdo en que para afuera de la provincia el jefe es Schiaretti y para adentro de Córdoba es Llaryora.
Asoma también en ese esquema, sin competir por liderazgo pero con una cuota de poder, el intendente capitalino Daniel Passerini, que va alternando algo de juego propio con disciplina a la no formalizada pareja de conductores.
Pero el equilibrio de Llaryora y Schiaretti, que tienen una maestría en guardar las formas heredera del fundador José Manuel de la Sota, tiene sus inevitables puntos de roces.
La relación con el presidente Javier Milei, el comportamiento de los legisladores nacionales, la superposición y celos entre funcionarios en las más diversas áreas son algunas.
Pero hay una en especial que está dando mucho que hablar y que se libra en los pasillos de Tribunales.
El peronismo enfrenta una situación inédita para sus 25 años de poder. Tiene una larga lista de funcionarios de distinto rango presos y en poco tiempo dos importantes ministros de Schiaretti estarán sentados en el banquillo de los acusados en sendos juicios orales y públicos.
Hay algunas de esas causas que se tramitan en la Justicia provincial que refieren a hechos ilícitos cometidos en anteriores gestiones pero que siguen ocurriendo en la actualidad, como los casos que involucran a altos jefes policiales o los del Servicio Penitenciario.
Hay otros hechos claramente anclados en el pasado, como podría ser el caso Neonatal, donde bien podría decir Llaryora que cambió no sólo de ministro sino de perfil en la conducción de esa cartera y ninguno de los suyos tiene relación con esa causa que investiga muerte de bebés.
Pero hay un marcado interés del poder político en la marcha de ese juicio citado para el inusual mes de enero. Hay un especial celo en que no vayan a quedar salpicados los funcionarios judiciales de alto rango de estrecha relación con Schiaretti.
Todo en medio de una sorda interna tribunalicia, que promete varios capítulos de acá a enero, haciendo honor a la sigla de PJ que comparten el Poder Judicial con el Partido Justicialista.
