Arrancó la campaña en Córdoba. De eso no hay dudas. Rodrigo de Loredo interpretó que fraguar la voz de Martín Llaryora en un video, haciéndole decir cosas al gobernador que en realidad forman parte del menú de críticas habituales del radical hacia la gestión provincial, era la manera indicada para darle play a la previa del proceso electoral que ya comenzó y que desembocará en los comicios del 26 de octubre, en los que el radical será candidato.
De Loredo cree desde siempre en la disrupción. Y considera, aun con el nivel de rechazo que generó su falso video de Llaryora en las redes, que los tiempos comunicacionales y los modos del presidente Javier Milei habilitan a jugar por fuera de los límites y los cánones de la política tradicional. Con o sin inteligencia artificial, ahora y antes, este tipo de acciones se encuadra en un concepto antiquísimo que no pasa de moda: campaña sucia.
El impacto de la pieza audiovisual no tiene discusión. Ya hay estudios que muestran que la repercusión fue importante. Las búsquedas y menciones sobre el jefe de la bancada de la UCR en Diputados se multiplicaron desde la viralización del falso discurso de Llaryora. La visibilidad es un objetivo cumplido para el radical. En cambio, si esa exposición es positiva o negativa para sus intereses electorales, no está claro. Y posiblemente nunca lo esté.
De Loredo cruzó un umbral. Usó un artilugio impropio para quien, en reiteradas ocasiones, pone en el altar de las convicciones valores democráticos y de buen proceder. Falsear, trampear e intentar engañar –por más que se avise de la manipulación, como sucedió en este caso– nunca puede ser un camino para quien ocupe o aspire a tener un lugar de liderazgo, del tipo que sea. Ser capaz de hacer cualquier cosa por un propósito debería infundir desconfianza, no lo contrario.
Para defenderse de las críticas –algunas, incluso, de dirigentes de su partido–, De Loredo recuerda que en 2023, cuando disputó con Daniel Passerini el poder de la Municipalidad de Córdoba, fue víctima de una campaña descarnada ejecutada por el peronismo cordobés. Durante semanas, y en la previa a la votación –lo cual lo hace más grave aún–, De Loredo fue emparentado con el narcotráfico.
Sólo basta con googlear aquellos momentos para recordar expresiones de encumbrados peronistas capitalinos que tallaban la escultura del “De Loredo narco”. Por distintas vías, a dos candidatos a concejales que fueron parte de la lista deloredista se les atribuyeron conexiones indirectas con el mundo de las drogas.
Sin la ayuda de la inteligencia artificial, pero con el poder que otorga el manejo de todos los resortes del Estado, el oficialismo ejecutó esa jugada fangosa, en el tramo final de la campaña capitalina. Hacia dentro del PJ, la acción fue considerada un éxito por los ideólogos. Ninguna de las acusaciones lanzadas sobre esos candidatos a concejales prosperó en la Justicia. Fue otro flagrante caso de campaña sucia.
Por supuesto que aquel hecho no justifica este accionar del radical. Muestra, en cambio, que el barro es más habitual de lo que parece en la política cordobesa.
Llaryora y el factor divisorio
Llaryora aseguró que se siente injuriado por el radical. Y en su entorno aseguran que darán unos días a De Loredo para que recapacite, pida disculpas y despublique el video en el que Llaryora no es Llaryora. “Queremos darle la oportunidad. Si no hay reacción positiva, veremos cómo seguimos”, aseguran en el entorno del gobernador. De Loredo no tiene pensado retirar el video de sus redes. ¿Irá Llaryora a la Justicia a denunciar injuria en su contra?
Al margen de la afectación personal que pueda sentir el gobernador por el accionar del radical –los deloredistas hablan de “sobreactuación”–, en el Panal no son pocos quienes están convencidos de que De Loredo terminará siendo funcional a la estrategia electoral del oficialismo en 2027. El llaryorismo necesita al radical en esa cancha. Hay interés, en ese sentido, en que De Loredo renueve la banca que pone en juego en octubre. Es la forma de garantizar que siga compitiéndole a Luis Juez el título de retador del peronismo dentro de dos años.
Antes de ir por la renovación de esa banca, el diputado necesita primero arreglar algunos problemas internos en su partido. La interna radical prevista para el domingo 3 de agosto es arena gruesa que raspa el paladar del líder radical.
Competir en un proceso interno dentro de la UCR es adentrarse en un túnel oscuro en el que no es fácil avizorar la salida. “Se entra, pero nunca se sabe cómo se sale”, advierte un veterano correligionario sobre lo que se viene.
Mientras sigue convencido de que el video fraguado sobre Llaryora fue una buena idea, De Loredo se pregunta si hubo intereses externos que impulsaron al juez federal Miguel Hugo Vaca Narvaja a hacer lugar al planteo del mestrismo para dirimir las candidaturas en la UCR a través de las urnas. Será un largo y tenso julio para los radicales. Y no habrá inteligencia artificial a la que pedirle ayuda.
