Cada paso de la estrategia electoral de Javier Milei parece estar ajustado a un cálculo desactualizado. Cuando cumplió un año de gobierno, con la inflación en baja a un ritmo que nadie predijo y encuestas que lo mostraban con una popularidad impensada para el ajuste que hizo, el Presidente diseñó el trazo grueso de su año electoral. Propuso un eje discursivo: el crecimiento de la economía, eso que en los países desarrollados se asume como un debate en serio cuando la inflación está completamente domada.
Después, desde el Foro de Davos, agregó a su narrativa una proclama de batalla cultural contra la corrección política. Como para agitar alguna polarización, porque el consenso sobre el éxito del programa de estabilización de precios parecía extendido y consolidado.
El diseño político derivado de ese diagnóstico fue evidente. El triángulo de hierro de la Casa Rosada decidió que en octubre se plebiscitará la gestión de gobierno y Milei debe ganarlas con nitidez. Solo, sin el lastre de las alianzas políticas. Sin socios que reclamen su cuotaparte. En la convicción de que la suspensión de las Paso cristalizará la fragmentación del sistema político, con ventaja para el Gobierno.
Santiago Caputo fortaleció el diseño discursivo del liderazgo excluyente; Karina Milei reforzó la detonación de armados coalicionales.

Pero eso, que parecía campo orégano en enero, no está tan claro a finales de marzo. ¿Qué sucedió? La mayoría de los analistas políticos atribuye el cambio de tempo del año político al paso en falso del Libragate.
Es verdad, dicen las encuestas, que eso le hizo daño al Gobierno. También la secuencia de errores posteriores: Santiago Caputo asomando en la superficie, donde demostró que no sabe nadar. Milei redoblando la apuesta contra todo el sistema institucional, designando dos jueces de la Corte por decreto con un atajo de endeble constitucionalidad.
Todo eso no explica el cambio de clima. ¿Por qué la noticia del día es la expectativa que el propio Gobierno abrió sobre un acuerdo con el FMI? En enero, el equipo económico mostraba los números del riesgo país cercano a 600 puntos y decía que podía salir a los mercados a refinanciar la deuda sin infartarse por las vacilaciones de Kristalina Georgieva. Hasta ensayó una operación de deuda privada en dólares, para mostrar que esa alternativa era un camino posible. ¿Fue sólo el Libragate lo que llovió después? ¿O hubo alguna causa más relevante?
¿Qué pasó entre el 14 de febrero (el San Valentín aciago del Libragate) y el 14 de marzo en el que comenzó el drenaje de reservas para contener el dólar frente a la incertidumbre de los mercados?
No fueron sólo las causas endógenas: comenzó a gobernar Donald Trump. El mundo entró en una convulsión geopolítica, además de la guerra de aranceles comerciales que el presidente norteamericano había prometido sin eufemismos desde los tiempos de su campaña.
¿Alineados con qué?
Loris Zanatta –un observador político sagaz, insospechado de populismo por cualquiera que haya leído sus escritos– acaba de definir el momento geopolítico. Le reconoce a Vladimir Putin un éxito inesperado: ha conseguido escindir Occidente, dividir Norteamérica, sembrar cizaña entre los europeos y herir a fondo la “alianza atlántica”.
Se vislumbra en el horizonte un rompecabezas de nacionalismos con “destinos manifiestos” y espacios de expansión basados en “leyes de la historia, identidad de los pueblos, etnias prevalentes y fe dominante”.
Putin parece haber conseguido la retirada del liderazgo norteamericano, apenas disfrazado con una hoja de parra que no oculta nada. “Si el siglo 20 fue el ‘siglo americano’ fue gracias al excepcionalismo estadounidense”, dice Zanatta. Y ese excepcionalismo, con buenos o malos gobiernos, era la Ilustración, el impulso laico y democrático.

“Si ya no están dispuestos a asumir los costos del liderazgo, del libre comercio, de la democracia, del multilateralismo, de los derechos humanos, ese excepcionalismo ha muerto”. Y con el excepcionalismo, la época en que los Estados Unidos eran grandes de verdad.
Según Zanatta, la retirada de Trump, que es la admisión de fatiga de Estados Unidos con su liderazgo global, es la novedad geopolítica que conmueve a la política mundial. Con un agregado explosivo: la euforia proteccionista desató incertidumbre en los mercados, lo que devaluó por inercia toda moneda ajena al dólar.
Ahora bien, Milei y su equipo económico venían confiados en la creciente estabilidad de los precios, con cepo cambiario, pero con una disciplina fiscal activa. Tanto que hasta arriesgaron una disminución del porcentaje mensual de devaluación programada.
Zanatta insinúa que hay en el alineamiento de Milei con Trump una confusión conceptual. Estados Unidos con Trump no es homologable a los tiempos de Carlos Menem con George Bush y el Consenso de Washington.
Entonces: ¿le conviene a Milei seguir con el diseño político de enero?
¿Le será útil seguir apostando a la polarización discursiva frenética de su asesor Santiago Caputo, quien ahora, para validarse como político, posa en público con Barry Bennet, el estratega de Trump?
¿Le servirá del mismo modo la guillotina de su hermana Karina, que va por la 10ª purga interna de la famélica tropa libertaria y quiere cenarse en mayo al clan Macri en la ciudad de Buenos Aires?
Sergio Massa, Axel Kicillof y Máximo Kirchner se reunieron para limar asperezas y preparar la batalla electoral en el mayor distrito provincial del país. ¿Debe seguir Milei hostigando a quienes lo ayudan? ¿Ese diseño de enero no merece ningún recálculo?
Y si no lo merece (porque cree que la situación económica sigue siendo la misma) ¿qué hace el equipo económico rezando por un acuerdo con el Fondo que en enero consideraba casi auxiliar y accesorio?