Juan Carlos Maqueda y Cristina Kirchner tuvieron vidas paralelas. Pertenecen a una misma generación política; ambos despertaron a la vida pública en tiempos en los que toda la política parecía empezar y concluir en el reclamo por el regreso al país de Juan Domingo Perón. Vivieron en el vórtice de los años 1970, los del ascenso y la caída del peronismo y la tragedia de la dictadura militar. Tras la restauración democrática, ocuparon bancas para el debate y espacios de poder ganados por el peronismo en sus respectivas provincias.
Cristina Kirchner llegó a la cima del poder: fue dos veces presidenta de la Nación y encabezó el Congreso Nacional como vicepresidenta. Aunque según su propia definición fue una abogada exitosa, nunca pasó por el Poder Judicial. Maqueda estuvo en la cabeza de los tres poderes: ocupó la Presidencia de manera transitoria, encabezó el Congreso -también por relevo temporario- y es todavía integrante de la Corte Suprema de Justicia. Un triplete que, en distintas condiciones, sólo un cordobés consiguió antes: José Figueroa Alcorta.
Maqueda y Cristina también coincidieron en un momento emblemático de su generación: la Convención que reformó la Constitución Nacional hace 40 años. Hasta allí las vidas paralelas. Desde entonces, sus caminos tomaron rumbos diferentes. Tan diferentes que Maqueda firmó como juez de la Corte la inconstitucionalidad de la ley que Cristina Kirchner propuso como presidenta para “democratizar” el Poder Judicial. Ambos constituyentes de 1994 entendieron de manera diametralmente opuesta la letra de la Constitución que sancionaron.
Esa divergencia acaba de manifestarse de nuevo. En un homenaje reciente que le hizo el Colegio Público de la Abogacía de la Ciudad de Buenos Aires, Maqueda instó a “recuperar las instituciones de la democracia constitucional” reivindicando a los poderes legislativos y al Poder Judicial para que cumplan su función: poner límites al Ejecutivo. Maqueda estaba rodeado por otros dos protagonistas del ´94. El presidente de la Corte Suprema, Horacio Rosatti, también fue convencional; Carlos Rosenkrantz, expresidente del máximo tribunal, fue un asesor clave del convencional Raúl Alfonsín.
Maqueda alertó por el clima de época. Están lejos las certezas de entonces sobre la globalización y las virtudes de la democracia liberal. “La diferencia entre democracia y autocracia está más vigente que nunca, pero los límites están difusos”. Su voz resonó como una advertencia ante las versiones cada vez más insistentes sobre una decisión del presidente Javier Milei, de constitucionalidad dudosa: la designación por decreto de dos jueces de la Corte para eludir el acuerdo del Senado. Milei mantiene esa duda. La ambigüedad estratégica es un rasgo propio de los populismos políticos.
Días atrás, Cristina Kirchner apareció proponiendo una nueva reforma de la Constitución Nacional, insistiendo con aquella vieja idea de elegir a los jueces por voto directo, porque la elección indirecta que rige actualmente le parece una rémora del orden monárquico; y reclamando mayor control de los decretos de necesidad y urgencia (porque una ley de su autoría consagró el régimen actual, en tiempos en que había que desatarle las manos al entonces presidente Néstor Kirchner).
Por sobre todo, Cristina se diferencia de Maqueda por su ética personal. El juez de la Corte se encamina al retiro sin objeciones fundadas a su desempeño público. La expresidenta todavía espera de la Corte Suprema la revisión de su doble condena por corrupción y tiene en agenda dos juicios orales más. La voz de la convencional de hace cuatro décadas ha quedado asordinada por los berrinches públicos de la encartada de hoy.
Ni orden ni progreso
Esa condición fugitiva es la que sigue definiendo toda la inteligencia táctica de la expresidenta. Al cumplirse un año del gobierno de Milei, armó una foto de familia para exhibirse como presidenta del PJ nacional. Fue en realidad una postal del peronismo bonaerense. Mostrando a su hijo Máximo y a Sergio Massa, el derrotado de la última elección. Y poniendo de nuevo en evidencia el cerco sanitario que ha desplegado para que no se le acerque Axel Kicillof, el despreciado de turno. Toda la composición de imagen fue en favor de Javier Milei.
Milei está celebrando un año de gestión con respaldo social porque se animó a enfrentar el mito de la gobernabilidad peronista. Ese diseño político que presumía de usar el Estado para controlar el conflicto social a cambio de financiar el engorde de sus estructuras políticas con una economía de inflación persistente, pero administrable. Un país sin saqueos en diciembre, a cambio del impuesto inflacionario todo el año. Una extorsión carísima.
Cristina, Massa y Kicillof fueron los artífices de un vaciamiento doctrinario del peronismo histórico. Lo resumió Juan Manuel Abal Medina (h), exjefe de Gabinete de Cristina Kirchner: transformaron al peronismo en una fuerza testimonial, incapaz de transformar la economía... por temor a realizar ajustes en la economía. Ni un ajuste tarifario se animaron a hacer aquellos que se jactaban de ser el partido del orden y el progreso. Era más fácil entregar documentos de identidad no binarios, asumirse identitarios para minorías, que sacarle la soga de la inflación al cuello de las mayorías.
Sin animarse a ajustar, el peronismo fue decididamente inflacionario y tolerado hasta el borde del abismo hiperinflacionario. En ese punto de quiebre, sus votantes optaron por votar a Milei en defensa propia. Cristina era vicepresidenta de ese gobierno; Massa era el ministro de Economía. Kicillof, el ideólogo que le reclamaba al Estado inflacionario que provocara más inflación. Su canción era todavía más vieja que la del resto.
Con tamaña defección estratégica de su colega constituyente del ´94, sobrada razón tiene Maqueda para temer por la extensión sobre Argentina de la ola de fragilidad democrática que predomina en el mundo: “Una preocupación mayor por los resultados que por los métodos para alcanzar esos resultados”.