El final de año es bastante más tranquilo de lo que se imaginaba al comienzo. Algunas variables macroeconómicas bastante ordenadas, el riesgo país bajando más de lo previsto, la inflación en términos un poco más normales de lo que vivimos en el comienzo del año pasado.
Y el indicador que más preocupa fue de siempre el dólar, que es el que marca la temperatura y el ánimo argentino.
En ese contexto, Diego Dequino, director del Centro de Estudios en Economía, Sociedad y Tecnología (Ceesyt), dice que hay que apurar desregulaciones para que el retraso cambiario no afecte la competitividad.
–¿Está atrasado el dólar? ¿Está barato? ¿Estamos bien?
–En términos de la economía, el dólar está atrasado. En términos de los argentinos, las situaciones son contradictorias, porque el amor que los argentinos tenemos con el dólar nos produce sensaciones diferentes. Entonces, no sabemos si comprar para guardarlo, si cambiar para comprar algún bien, si huir de vacaciones. Pero en términos de lo que es la economía real, este dólar que anda hoy por el orden de $ 1.100, para redondear entre todos los paquetes de dólares que den de vuelta, es un dólar que tiene un rezago respecto a los valores históricos. Y cuando digo histórico, no me voy al siglo 21, sino estoy hablando de los últimos 10, 20, hasta 25 años atrás.
–¿Y eso qué impacto tiene en la industria nacional?
–El gobierno evidentemente tomó una decisión de dónde quiere que esté el dólar. Tanto el Banco Central como el Tesoro intervienen con la compra y venta de títulos públicos y juegan a mantener más o menos los valores en los que se están moviendo. El Gobierno ha dicho: “El techo es éste y no te lo voy a subir más”; es decir: “No te voy a devaluar. Lo que voy a hacer es ayudar a bajar el piso”. Y ahí aparece el tema de las desregulación. Tenemos un ministerio creado para ese tema, y también aparecen estos movimientos que empieza a hacer el Gobierno en, por ejemplo, facilitar la importación de bienes, no solo en cantidad, sino con los dólares oficiales, y también bajando dos veces el impuesto Pais. Por supuesto que ahí se llenan de preguntas, porque un dólar atrasado en la economía argentina es como un auto a nafta que lo pasás a gas, por lo que no le podés pedir muchas más prestaciones. Si vos querés pedirle más prestaciones a ese auto que está a gas, no te queda otra que alivianar la carga: empezar a tirar cosas por la ventanilla, equipaje... que serían las regulaciones. Y la otra sería meterle más stock, más nafta, que sería la inyección dólares vía blanqueo, una nueva colocación de deuda o un desembolso del FMI.
–La discusión de la competitividad, ¿no ofrece una oportunidad importante para examinar los costos de distintas actividades? Esta vez nadie le echa la culpa al salario.
–Hoy, integrarse al mundo implica competir, implica que los recursos migren, tanto de capital como humano y por lo tanto, tener sistemas equivalentes en materia de presión fiscal o de legislaciones laborales. Con lo cual, partiendo de esa idea, me parece que es quizá una oportunidad que tiene la economía para empezar a revisar su punto de dolor y dónde hay oportunidades. Esto colisiona con la misma receta que plantea el Gobierno. Porque el Gobierno no plantea un plan. De hecho, es un gobierno anti-plan, que aplica medidas, pero que no tiene un plan. ¿Por qué no se eliminan las retenciones, o las bajan a la mitad en vez de eliminar todo el impuesto Pais? En términos fiscales, ¿se podrían compensar? Evidentemente esas son decisiones. En las retenciones hay un sector de la economía –el más competitivo, el más productivo, el con mejor entramado social que tenemos–al que le hemos puesto un cielorraso que le hace que se pegue con la cabeza. Ahí aparece la arbitrariedad. Sí creo que la economía y los sectores productivos tienen una gran oportunidad para poder revisar sus patrones de competitividad y su capacidad de producción.
–El año que viene, algunos sostienen que Argentina podría crecer en un 3 y un 5 por ciento. ¿Será parejo?
–Va a ser diverso ese crecimiento. Hay algunos sectores a los que les va a ir muy bien; de hecho están volando, como se dice. Por ejemplo, la energía. Pero otros que no la sienten, como el comercio, eso lo vemos a diario. Lo que está ligado a la demanda interna va a seguir sufriendo, porque la caída de salarios y jubilaciones, dependiendo en qué sector de la economía se mire, formal, informal, sector público, están, comparado con el año pasado, entre el 3% y hasta el 20% de caída. Y si nos vamos 6, 7 años para atrás, las caídas están entre un 20% y un 50% del poder adquisitivo. Este es un dato dramático. No hay que ser ingenuo y creer que eso va a recuperar un mes. Eso va a llevar un tiempo largo. Por eso, lo que es comercio y consumo van a seguir sufriendo. Sí creo que se abre una gran oportunidad con el tema del crédito. Los indicadores personales, los créditos plenarios, los hipotecarios... son todos valores que se podrían multiplicar por 10, por 20, por 30 veces y hasta por 50. Eso puede ayudar a dinamizar los sectores de demanda interna. Y creo que la industria va a tener grandes desafíos: el Real brasileño se está devaluando y veremos qué pasa con la asunción de Donald Trump y el tema de las tarifas en Estados Unidos y qué hace China al respecto. Ahí va a haber bastante punto de dolor.
–¿Se puede llegar, en un corto plazo, a 2 de inflación mensual?
–Las dudas que quedan ahí, me parece, son tres. Una, el tipo de cambio. Si el Gobierno va a liberar el cepo total o parcialmente; lo que podría tener un pase de precios. La otra tiene que ver con la corrección de tarifas, que se fueron corrigiendo encima de la inflación núcleo, pero a las que le está faltando un 30, un 35 más. Con lo cual, ahí si las tarifas le sueltan la cadena, eso también va a meter una presión para que la inflación esté encima del 2. Y la última tiene que ver con los salarios, porque están muy atrasados en términos de sus valores históricos recientes. A mi modo de entender, el conflicto, si no se honra con mejores paritarias, muy probablemente escale en el año electoral, y entonces ahí va a haber un trade-off.