Puede faltar bioetanol, pero en la mesa de los argentinos es imposible que falte el azúcar, aseguran quienes conocen el negocio. Este producto tiene una importancia equivalente a la carne, el pan o la leche en la idiosincrasia de los argentinos.
Por ello, las alarmas sonaron cuando el valor de la sacarosa o sucrosa, como se la conoce a nivel industrial, alcanzó entre los $ 860 a $ 899 por kilogramo, según sea el punto de venta un supermercado o un negocio de barrio. Inclusive hay lugares donde se la marca a más de $ 1.000, con un margen de ganancia sideral.
A lo largo del año, subió casi 350%, en el último mes dio otro salto. En la comparación interanual (contra septiembre de 2022) el incremento es abrumador para la canasta familiar: entre 450% y 500%, según la marca y la región del país, fuera de cualquier comparación con otros alimentos.
¿Pasó ese sofocón de precios o pueden aparecer más aumentos? La respuesta a esa pregunta es vital para la industria alimentaria en general. Casi todos los rubros que producen algo que se consuma como alimento, necesita del azúcar.
Según empresarios cordobeses del rubro panificación, desde enero el producto aumenta invariablemente todos los meses en la primera semana. Pero, desde la otra punta de la cadena, en los ingenios, afirman que ese goteo puede ralentizarse porque la producción para el año está garantizada.
Cómo es el sector
¿Cómo funciona la industria azucarera argentina? Según el Centro Azucarero Argentino se muelen unas 24 millones de toneladas de caña por año, cultivadas por unos 6 mil productores independientes, en unas 400 mil hectáreas distribuidas la mayor parte en Tucumán y una fracción en Salta y Jujuy.
Ese volumen genera alrededor de 1.750.000 toneladas de azúcar, para este año, se estima que serán unas 100 mil toneladas menos. Esa cantidad alcanza para atender un mercado interno que consume 1.350.000 toneladas como máximo. La diferencia (unos 500 mil metros cúbicos) termina en alcohol y una fracción, se exporta como azúcar.
En total hay 19 ingenios, de los cuales cinco están en manos de dos grupos. Los 14 restantes pertenecen uno por empresa. En general esas plantas, salvo excepciones, cuentan con alguna flexibilidad para hacer azúcar o bioetanol indistintamente, según el momento de la oferta.
Producir azúcar o alcohol no es lo mismo. El factor de conversión es de 1,675 kilogramos de azúcar por litro de alcohol. Pero el productor de caña que le vende al ingenio no toma en cuenta esa relación: se paga siempre en función del precio del azúcar. El ingenio compra la caña y le entrega en pago bolsas de azúcar al cañero.
En la góndola
Este año de sequía se estima que por tonelada de caña salen unos 90 kilos de azúcar terminada. De eso, entre 60 y 75 kilos vuelven a manos del cañero que en una operación administrativa se la entrega nuevamente al ingenio para su comercialización o le da otro destino.
Y aquí está una de las claves que explica, según el sector de la producción, que no haya en el mercado una posición de oligopolio ni nada que se le parezca. La oferta está atomizada entre los ingenios y los productores cañeros, con una particularidad: del sistema de contratación entre ambos está expresamente excluido el IVA.
Es el cañero en todas sus escalas de producción el que decide el pago de los impuestos, lo cual vuelve vulnerable la recaudación ante la mirada pasiva del Estado que solo observa el primer punto expuesto en esta nota: la importancia estratégica del azúcar en la mesa de los argentinos.
El motivo de ese “siga siga…” está en parte expuesto en la web del Centro Azucarero: el sector es el mayor generador de empleo en el Noroeste argentino, “con un fuerte impacto socioeconómico en la región”, remarca, ya que genera “61.000 puestos de trabajo directos y 140 mil indirectos”, señala en su web. Más de la mitad de esos empleos están en el campo.
Ese es el perfil del sector. Pero, ¿qué puede pasar en lo que queda del año?
La molienda arrancó tarde como consecuencia primero de la sequía, que disminuyó los rindes de sacarosa, y se demoró por las lluvias posteriores que complicaron el acceso de la maquinaria a los campos. Hasta ahora se llevan cinco meses de producción.
En la industria creen que, aun con esta problemática, habrá azúcar para atender sin inconvenientes al mercado interno e inclusive aportar algo para la exportación. El precio final al consumidor dependerá también de la evolución de los costos impulsados por la inflación general.
Pero suceden cosas increíbles en esa cadena. Un ingenio entrega el producto por kilogramo a un precio de $ 610 pesos más IVA. Sumado el 21%, el precio del paquete llega al sector minorista a menos de $ 740. Quien marca a $ 890 obtiene un 20% de margen.
Pero hay casos, con precios ya superiores a los $ 1.000, donde esa diferencia entre la compra y la venta es del 37%, mucho para un producto de la canasta básica.