Andrés Larroque es uno de los dirigentes de La Cámpora que mejor expresa lo que Cristina Kirchner espera y desespera del Gobierno. Está pidiendo la cabeza de Martín Guzmán. Su último argumento fue una chicana: dijo que nadie votó al ministro.
Pero nunca se vota a un ministro.
Larroque tuvo un razonamiento anterior menos ramplón. Admitió que la crisis social se acelera a toda velocidad y que los instrumentos de asistencia estatal son insuficientes, porque siempre lo serán cuando la política económica tiende a inducir más pobreza.
La política económica, para Larroque, es algo que está siendo manejado por “cuatro vivos jugando a las escondidas”. Con esa gavilla no hay consenso posible: el kirchnerismo auténtico debe pararse afuera. Está claro que para Larroque dos de esos cuatro avispados son Alberto Fernández y Martín Guzmán. El resto es de menor nivel, más bien para la retórica.
Para cualquier observador imparcial parece más evidente que los cuatro protagonistas del acuerdo marco que define la política económica son los mismos que apunta “el Cuervo”, más Kristalina Georgieva y Cristina Kirchner. La vice hostiga el acuerdo con virulenta grandilocuencia, pero en los hechos lo convalida quedándose en el Gobierno.
Esta constatación apenas puede aliviar a Guzmán, porque lo están tiroteando desde todos los flancos. Cristina envió a Larroque a recordarle su condición de advenedizo. Georgieva mandó al director del Departamento del Hemisferio Occidental del FMI, Ilan Goldfajn, a subrayarle un par de precisiones.
Goldfajn reconoció que el Fondo deberá revisar la proyección de inflación de 48 por ciento como techo anual que se había establecido en el programa acordado con el Gobierno argentino. Lo dijo y el dólar se despertó de la vigilia engañosa de las últimas semanas.
Mucho más que 48%
Pero el funcionario de Georgieva separó los tantos. Aclaró que el acuerdo con Argentina tiene supuestos y tiene objetivos. La inflación es un supuesto. Puede cambiar por los nuevos conflictos de la economía global. Pero las metas del acuerdo no van cambiar.
A grandes rasgos, esos objetivos son: reducción del déficit, freno a la emisión sin respaldo, recomposición de las reservas en divisas. En otras palabras: aunque a Guzmán la inflación se le escape otra vez en el pronóstico, lo mismo tendrá que cumplir esas metas.
Ese horizonte es el que mira Cristina: hay ajuste en cualquier escenario. Cumpliendo o incumpliendo el acuerdo con el FMI. Ante esa evidencia, su estrategia de control de daños es frágil: tensar con el Gobierno sin irse. Larroque lo puso en otros términos: “Nos encontramos trabados como fuerza política, con este formato de coalición”. Hay que ocultar el apellido Kirchner de la mesa de los vivos que medran en la oscuridad.
Las encuestas de opinión más recientes demuestran que ese artificio no pasa la prueba de ácido ni aún en los segmentos menos politizados de la población. El rechazo al kirchnerismo trepa a niveles inéditos: casi el 70 por ciento de imagen muy mala en la encuesta que elaboró la Universidad de San Andrés. Hasta el FMI está mejor. La institución que conduce Georgieva tiene 30 puntos menos de rechazo.
El derrumbe de la antigua popularidad del kirchnerismo es atribuido por sus dirigentes a los efectos de la crisis económica.
Puede que esa explicación aluda a una condición necesaria pero insuficiente. Todos los sondeos de opinión revelan que las opciones políticas en crecimiento toman del corpus ideológico del kirchnerismo sus características más ajenas a los valores de respeto al pluralismo y afirman todo lo opuesto al aludir a las recetas económicas.
Crece un populismo de derecha: libertario en su discurso económico, intolerante en su expresión social.
Esa nueva vertiente –aupada en las desesperaciones de la crisis, gritándole desde otro lenguaje a los cuatro vivos oscuros– interpela especialmente a la principal oposición. Juntos por el Cambio parece cegado por las especulaciones de sus dirigentes, obsesionados con las primarias del año próximo. Florecen candidaturas en cada esquina. La discusión sobre la inclusión o el rechazo a Javier Milei está generando en el PRO su propio Gualeguaychú.
En el radicalismo, la presidencia de Gerardo Morales se apoya en la discusión del PRO para resucitar aquel viejo diseño de acuerdo con Massa con el que perdió en el Gualeguaychú de primera generación. Elisa Carrió volvió a escena para terciar en esas disputas, pero esta vez compiten con ella Miguel Pichetto, Emilio Monzó y las señales que envía el peronismo antigrieta. También ellos, como Larroque, se perciben ceñidos y atrapados por el formato de coalición.
