Está claro que Javier Milei logró ganar en la segunda vuelta por el apoyo que le dio la enorme mayoría de los votantes del PRO luego de que la alternativa electoral se redujo a Sergio Massa o los libertarios.
Imaginaban ya el escenario ideal: ganaba Juntos por el Cambio, tenía 10 gobernaciones, casi la mitad del Congreso, y encaraban la famosa agenda de reformas pendientes. Pero Milei le arrebató al PRO la bandera del cambio y creyeron que incierto era mejor que malo. Significa un salto vacío: Milei prometía destrucción y confrontación y los argentinos votaron eso. Es más, hasta podría concluirse que Milei es la consecuencia de un mandato social que se alumbró a la luz del hartazgo y la decadencia profunda del país.
Juntos por el Cambio quedó a la deriva, shockeado por el veredicto de las urnas y sin procesar el duelo de una interna costosísima que los llevó puestos. En estos 10 meses garantizó, en casi todos los casos, los votos que aseguraron proyectos clave del oficialismo, y le estiraron la soga de la gobernabilidad a Milei, quien no tiene gobernadores ni intendentes y que apenas cuenta con un puñado de legisladores. El plafón ideológico fue acompañar el mandato de cambio porque, al fin y al cabo, mucho de lo implementado (sobre todo el paquete de reformas de Federico Sturzenegger) estaba en la plataforma de gobierno de Patricia Bullrich.
El punto de quiebre fue el blindaje al veto presidencial sobre la ley de financiamiento universitario. Ahí se terminó de jugar el alineamiento del PRO: si la médula es el equilibrio fiscal, un aumento el lunes a los jubilados, otro el martes a los universitarios y el miércoles uno a los pilotos, como marcó el economista Hernán Lacunza, termina en deuda, emisión e inflación.
Una lectura simplista podría ser que Mauricio Macri y Santiago Caputo limaron asperezas, intercambiaron credenciales y se prometieron llegar juntos al altar. Los libertarios entendieron que nunca podrán construir de cero un gran partido de gobierno, con candidatos potables en todo el país, si no arman una alianza con quienes vienen trabajando desde hace rato en el rubro. Los macristas aceptaron que no son los que mandan y que, a lo sumo, el acuerdo de colaboración se circunscribirá a áreas determinadas.
Pero el dilema de fondo es más profundo y este lunes Macri lo reveló en su disertación en Córdoba: qué va a pasar en 2027. ¿Se van a desconocer en dos años? ¿Se van a canibalizar, como Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta? Parece que no, que se han prometido amor, quizá no eterno, pero al menos hasta 2031.
La novedad es que Macri aceptó que 2027 puede no ser del PRO. Contó que impuso dos condiciones cuando aceptó conducir nuevamente el partido. Una, que acordaran una lista de consenso entre los dos sectores. Y la segunda, que Milei tenga derecho a ser reelegido. “Lo correcto es apoyar para que a este gobierno le vaya bien, y eso significa que en el menú pueda reelegir”, dijo. “Este proceso necesita estas ideas ocho, 12, 20 años… La batalla es infinita”, enfatizó.
Admitió que Juntos por el Cambio se construyó con “mucha diversidad ideológica” y que eso “generó mucha traba desde adentro a las reformas que se quisieron hacer” y que ahora lo que venga tiene que ser “el resultado de un proceso de confianza”.
El interrogante del PRO
La pregunta que sigue es: ¿tiene otra alternativa el PRO? ¿Podría hacer otra cosa que no pensar sólo en 2027? Sí y no.
En la foto de hoy, no tiene opción. Macri coincide con Milei en que el superávit fiscal es innegociable, porque es la condición para que en el corto plazo todo lo demás pueda suceder: crecimiento, baja de impuestos, levantamiento del cepo. Es probable que sus votantes le estén pidiendo eso: que apoye hoy el rumbo del Gobierno.
“Milei no tiene dos discursos; valoro el sincericidio. Es frontal, a veces demasiado frontal, demasiado duro y violento. Los ‘viejos meados’ creemos en otro tipo de formas, pero estamos en otros tiempos; la autenticidad es lo más valioso”, remarcó el expresidente. Dijo varias veces que Milei está haciendo lo que dijo que iba a hacer y que la sociedad apoya eso.
Pero también puede pasar que en 2027 este estilo de gobierno se agote, que la ciudadanía entienda que el período de locura terminó, que basta de motosierra, de malos modos y de exacerbación permanente, y que sea el turno de los “viejos meados” con formas más republicanas, pero con el pulso más débil para patear el tablero. El partido republicano federal de los peronistas no cristinistas, como Juan Schiaretti, también se anota en esa avenida del medio. Pero, claro, necesitan que alguien haga antes el trabajo sucio.
