La definición política más consistente de los últimos dos años es que la sorprendente irrupción del vehemente Javier Milei en el escenario nacional fue producto de una nueva crisis de los partidos tradicionales.
En 2001 también hubo un quiebre entre la dirigencia política y la sociedad. En aquel momento, la solución provino de la propia política. Primero, con el arribo al poder del peronista Eduardo Duhalde a través de una asamblea legislativa. Luego, mediante el voto popular, llegó al Gobierno el entonces ignoto –y también peronista– Néstor Kirchner.
En aquella crisis económica y social, de la cual surgió el reclamo “que se vayan todos...”, no emergió un outsider, como sí ocurrió en 2023 con el libertario Milei.
Con el líder anarcocapitalista –como el propio Presidente se define– sentado en el sillón de Rivadavia del despacho principal de la Casa Rosada, el oficialismo y los partidos de oposición están enfrascados en los preparativos para la campaña electoral que se avecina, con la mira puesta en las elecciones legislativas nacionales del 26 de octubre.

Milei padece las dificultades de gobernar un país con una profunda crisis económica, sin respaldo político territorial y con muy poco peso en el Congreso. Pero tiene un aliciente, en un contexto de complicaciones en la gestión: la crisis de los partidos de oposición.
El histórico peronismo, el centenario radicalismo y el novel PRO, los tres principales partidos de las últimas dos décadas, están atravesados por fuertes crisis internas, con matices y por distintos motivos.
PJ: astilla del mismo palo
Cristina Fernández de Kirchner, dos veces presidenta de la Nación y vice en una ocasión, decidió el año pasado hacerse cargo de la presidencia del PJ nacional.
Cuando estuvo en la cúspide del poder, a la expresidenta nunca le interesó conducir el partido. Ya sin la capacidad del pasado reciente de decidir candidaturas a dedo para luego difundirlas por sus redes sociales, Cristina Fernández se recostó en la conducción partidaria, con el objetivo de seguir siendo influyente en el peronismo.
Hoy la realidad marca que el kirchnerismo sólo tiene mucho potencial electoral en la decisiva provincia de Buenos Aires. Pero perdió predominio en la mayoría de las provincias gobernadas por el PJ, donde tallan los gobernadores. Varios de ellos, hoy distanciados de la expresidenta.
De manera sorpresiva, a Cristina Fernández le apareció una astilla del mismo palo: el gobernador bonaerense Axel Kicillof desafía su liderazgo y la enfrenta. Esta situación hace crujir a todo el peronismo.
Hay ruido de quiebre en el PJ bonaerense. De todos modos, no habría que descartar un acuerdo político entre Cristina Fernández y Kicillof, de cara a octubre.
Lo que no se podrá arreglar es la relación personal entre ellos, que parece no tener retorno. Los separan intereses y posturas opuestas.
Kicillof aspira a ser candidato presidencial en 2027. El exministro de Economía de Cristina Fernández no quiere ser “otro Alberto Fernández”; es decir, no desea competir por el poder nacional llevado del brazo por la expresidenta.
En la otra vereda, Cristina Fernández y su entorno, sobre todo su hijo Máximo Kirchner, consideran a Kicillof un “traidor” y un “desagradecido”.
El propio Máximo Kirchner dijo de manera pública que en 2019 su madre eligió a Kicillof antes que impulsarlo a él mismo como candidato a gobernador bonaerense.
La interna en el principal distrito argentino contamina al PJ en todo el país. El peronismo depende de la resolución de la pulseada entre Cristina y Kicillof.
Si hay un quiebre en Buenos Aires, lo habrá en el resto de las provincias. En este escenario complejo, Juan Schiaretti, entre otros peronistas, cree que el ciclo del kirchnerismo está cumplido.
El exgobernador se ilusiona con salir con la ambulancia para rescatar a los heridos de esa interna. Ya lanzó su propio partido nacional (Hacemos), que se alimenta con algunos dirigentes peronistas en las distintas provincias. Por ahora, Hacemos es fuerte sólo en Córdoba.
El radicalismo, en peligro
La UCR ya atravesó varias crisis a lo largo de sus más de 130 años de existencia. Pero la actual parece ser terminal.
Sin un liderazgo claro a nivel nacional –ya que el presidente es el porteño Martín Lousteau, muy cuestionado en la mayoría de las provincias–, el radicalismo sólo suma incertidumbre de cara a octubre.
El centenario partido parece destinado a convertirse en una fuerza provincial, pero sin un denominador común a nivel nacional que le permita ser una verdadera opción de poder.

Lousteau es senador porteño y afrontará un duro examen el próximo 18 de mayo, cuando se realicen las elecciones legislativas en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (Caba). El radicalismo conformó una alianza y lleva a la joven Lucille Levy como primera candidata a legisladora porteña.
Las encuestas le dan muy mal a la lista que impulsa Lousteau. Una mala elección porteña puede terminar de hundir al presidente del radicalismo nacional.
En el resto de las provincias, entre ellas Córdoba, la UCR buscará armar alianzas locales sin consultar a la conducción nacional.
El PRO, en su laberinto
El PRO (Partido para una República con Oportunidades) fue fundado en 2005 por Mauricio Macri y un grupo de dirigentes, en Capital Federal.
Con ese sello, en alianza con otros partidos, Macri llegó a ser jefe de Gobierno porteño y luego presidente de la Nación.
Hoy, el PRO gobierna Caba, Chubut y Entre Ríos, más un centenar de municipios en todo el país.
El partido fundado por Macri se partió en las pasadas elecciones presidenciales, cuando Horacio Rodríguez Larreta desafió el liderazgo del expresidente y se lanzó como precandidato presidencial.
Macri, quien intuyó que el entonces jefe de Gobierno porteño intentaba “jubilarlo” de la política, apoyó la candidatura de Patricia Bullrich, quien derrotó ampliamente a Rodríguez Larreta en las Paso.
Después de las elecciones generales, donde Bullrich quedó fuera del balotaje, la excandidata presidencial se sumó a la campaña de Milei. Con el triunfo de los libertarios, la exdirigente montonera se convirtió en ministra de Seguridad de la Nación y también tomó distancia de Macri, quien se resiste a que su partido sea fagocitado por La Libertad Avanza.
Al igual que la UCR, el PRO se juega una parada decisiva en las elecciones legislativas porteñas. Los Macri (Mauricio y el actual jefe porteño, Jorge Macri) impulsan la lista que encabeza la diputada nacional Silvia Lospenatto.

El macrismo se juega a todo o nada contra los libertarios, que impusieron al verborrágico vocero presidencial Manuel Adorni para tratar de hacer pie en territorio de los Macri.
La elección porteña puede terminar con 17 años de triunfos macristas en Caba, con un agravante: las primeras encuestas marcan que el kircherista de origen radical Leandro Santoro podría cantar victoria en territorio amarillo.
Los libertarios juegan a ganador, pero se darían por satisfechos con que no ganen los Macri. El PRO y el propio expresidente exponen sus futuros en esos comicios porteños.
Por distintos motivos, el PJ, la UCR y el PRO afrontan un horizonte cercano complejo. Tan complejo como la inestabilidad y desconfianza de los mercados financieros que enfrenta el outsider –ahora con poder– Javier Milei.