Desde que Donald Trump asumió la presidencia de Estados Unidos y emprendió las primeras acciones de su nueva administración, la figura política de Javier Milei comenzó a experimentar algunas transformaciones –al principio tenues, luego más visibles– que impactan en su posición de liderazgo en la Argentina.
Algunas son alteraciones que el Gobierno argentino esperaba; otras son contagios cuyos efectos el equipo de Milei no alcanza a prever ni a dimensionar a tiempo.
Es como un cambio de primer orden en el sistema gravitatorio, donde Milei venía ocupando el centro y en derredor orbitaba el resto de las fuerzas políticas argentinas. Hay momentos en los cuales la cercanía de Trump desplaza ese eje. No siempre Milei se beneficia con las consecuencias.
La fuerza de gravedad se explica con una ecuación: cuanto más masivos sean los cuerpos y más cercanos se encuentren, se atraerán con mayor fuerza. Más por afinidad ideológica que por estrategia política, Milei buscó siempre la cercanía con Trump. Quiere estar atraído al máximo por el campo gravitatorio del presidente norteamericano.
Pero Trump y Milei son cuerpos políticos de masa distinta. Al lado de Trump, Milei admite ser un planeta enano. Es tan desproporcionada la masa del mundo Trump que el presidente argentino no tiene ningún margen para administrar las distancias.
Tres sucesos recientes confirman este cambio en la física del poder. El primero es la indisimulable incomodidad en la cual quedó Milei luego del giro de Estados Unidos en sus relaciones políticas con Ucrania. Si el voto argentino a favor de Rusia en las Naciones Unidas ya le había generado algún costo interno a Milei, la emboscada pandillera que Trump y su vice James Vance le hicieron en Washington al presidente ucraniano Volodimir Zelenski enmudeció la narrativa habitualmente engreída de la Casa Rosada. Consecuencias indeseadas de la cercanía gravitatoria con un planeta gigante.
Del segundo hecho acaba de dar cuenta el propio Milei cuando dijo que el periodismo norteamericano está hurgando en el resumidero del Libragate por la cercanía de la Argentina con Trump. Medios como The New York Times o The Washington Post están investigando sobre la estafa perpetrada con la criptomoneda que Milei difundió en sus redes sociales. En especial, esas zonas grises donde habitan las sospechas por el cobro de comisiones para acceder a un diálogo privilegiado con el Presidente.

Si Milei cree que esos periodistas escrutan su entorno sólo para dañar la imagen de Trump, con más razón debería haber calculado el riesgo de darle su endoso en redes a los pungas del Libragate. Son efectos colaterales sobre los que siempre conviene “estar interiorizado”.
El tercer hecho fue menos negativo. Milei fue al Congreso para inaugurar las sesiones ordinarias. Lo más relevante que expuso fue la idea de que un acuerdo con el FMI para reprogramar la deuda argentina está cerca. Quedó como algo difuso entre la promesa y el anhelo.
Poco después, en un gesto inesperado, Donald Trump respondió en una conferencia de prensa que no descartaría un eventual acuerdo de libre comercio con Argentina y elogió la gestión Milei.
La política y los mercados tradujeron: si en medio de su amplia marejada proteccionista Trump pudo decir algo así, entonces no suena descabellado que el acuerdo con el Fondo esté ahora menos distante. En este caso, la atracción gravitatoria de Trump tuvo un efecto positivo para Milei. Le proveyó al discurso de Milei en el Congreso una credibilidad añadida desde el centro del sistema.
Debate persistente
El acuerdo con el FMI se ha transformado en un tema clave para el Gobierno, porque la asistencia financiera del Fondo vendría a saldar el debate económico más sensible del año electoral: la existencia o no de un retraso cambiario (por lo tanto, la necesidad o no de una devaluación).
Milei niega toda evidencia de rezago en el valor del dólar. Este martes reflotó su narrativa de combate: cualquiera que opine lo contrario es asimilado a la condición de operador de una nueva devaluación del peso.
La reacción pública de Milei apareció tras una nueva publicación de Domingo Cavallo. El exministro de Economía se esmeró en aclarar que lo más importante para el equipo económico es evitar una “devaluación desestabilizante”. Un ajuste del dólar que complique el clima de desinflación.
Pero luego expone un razonamiento de hierro: si no hay problemas con el esquema cambiario actual, ¿por qué el Gobierno sigue usando dólares del superávit comercial –dólares que podrían reforzar las exiguas reservas del Banco Central– para acortar la brecha entre el dólar oficial y el paralelo?

Si, como dice el Gobierno, el precio del dólar no está atrasado y tendría que ser más bajo, ¿por qué no se elimina el cepo para que el precio se desplome? Cavallo parece confiar más que el propio Milei en los méritos fiscales del Gobierno. Dice que la “verdadera ancla nominal de una economía que ya ha derrotado la inercia inflacionaria es el ajuste fiscal que permite el control monetario, y no el tipo de cambio”.
El debate sobre el retraso cambiario articula de manera directa con las gestiones ante el FMI. Los técnicos del Fondo no quieren recomendar asistencia financiera para que el equipo económico sostenga un valor artificial del dólar.
Para la decisión política superior a esa instancia técnica, es significativo lo que dijo Trump sobre un potencial acuerdo de libre comercio con Argentina; pero también el amplio margen de acción que le deja al Gobierno argentino una oposición en constante descomposición.
Con excusas de bajo calibre, una porción importante de los legisladores dejó vacías sus bancas en la inauguración del año parlamentario. Si quisieron imitar el gesto de Milei cuando habló de espaldas al Congreso, sólo consiguieron alimentar el consenso social que existe sobre la condición de austeros para el esfuerzo que caracteriza a la mayoría de los legisladores.
Más aún con resaca carnestolendas.