El presidente Alberto Fernández vive horas de definiciones. También de incertidumbre. Luego del rechazo del cristinismo al acuerdo con el FMI, el jefe del Estado debate con su entorno si decide un quiebre definitivo o si busca un acercamiento con su influyente y hoy distante vicepresidenta Cristina Kirchner.
Las versiones indican que hay un empate entre sus funcionarios y sus funcionarias más cercanas: la mitad propone un gobierno “albertista” puro para los dos años que quedan de gestión. Mientras que la otra mitad cree que sin un “cierto acompañamiento de Cristina” el escenario que viene es “muy complejo”.
Como siempre, se puede estar acompañado por fieles funcionarias y funcionarios, pero la última decisión la tiene que tomar el Presidente. Es lo que habitualmente se denomina la soledad del poder.
Fernández es futbolero, pero seguramente le vendrá a la memoria aquella frase del recordado fallecido exboxeador Oscar “Ringo” Bonavena. “Cuando suena la campana, te sacan el banquito y uno se queda solo”. Esa es la tensión que atraviesa Alberto Fernández, a la hora de decidir. Y anoche se reflejó en su rostro.
Si el Presidente no tomó decisiones políticas drásticas en los 27 meses que lleva en la Casa Rosada, parece difícil que empuje a un quiebre definitivo con la vicepresidenta, como proponen los “halcones albertistas”.
Los próximos días serán claves. Es posible que Alberto Fernández reformule su gabinete. En esa decisión –más allá de las palabras– estará la realidad sobre cómo queda la relación de fuerzas en la interna del Gobierno nacional.
Si el Presidente mantiene en su gabinete al ministro del Interior, Eduardo de Pedro, y a los dirigentes cristinistas en las principales cajas del Estado (Anses, Pami, Afip, Aerolíneas Argentinas e YPF), será una prueba que no hay ruptura.
Si estos funcionarios y funcionarias dejan sus cargos, será un indicio concreto de que se produjo el quiebre en el oficialismo. Entonces, habrá nacido el albertismo, en el momento de mayor debilidad del Gobierno.
No obstante, hay un dato que alimenta la posibilidad de que no habrá ruptura. Massa fue uno de los que participó de las arduas negociaciones del Presidente con el equipo económico y sus íntimos para decidir las medidas, cuya letra chica se conocerá en los próximos días. Anoche no hubo anuncios concretos.
Massa se convirtió en un intermediario indispensable entre el Presidente y su hermética vice. Tuvo un rol preponderante para que el Congreso aprobara el acuerdo con el FMI.
El presidente de la Cámara de Diputados tiró por la ventana el proyecto que había escrito el ministro de Economía, Martín Guzmán, para redactar otro que tuvo más letra de la oposición. Este texto fue el que se convirtió en ley, ante el rechazo del cristinismo duro.
Aunque no lo admita por ahora, Massa tiene la aspiración de ser candidato presidencial del Frente de Todos el año que viene. Sabe que un quiebre del frente gobernante es el camino más seguro para una derrota, en 2023.
Si Massa sigue cerca del Presidente, es porque sabe que, más allá de las tensiones, habrá espacio para una convivencia en el poder con Cristina Fernández.
El exintendente de Tigre no avalaría un estallido en el oficialismo. Es más, anoche, fuentes albertistas admitieron que hubo algunos contactos con cristinistas. Nadie se animó a confirmar si el diálogo llegó hasta la propia vicepresidenta.
El gobernador, distante
Mientras la quinta presidencial de Olivos era un hervidero de reuniones y versiones, el gobernador Juan Schiaretti eligió apostar a lo seguro.
No fue al azar que el Centro Cívico organizó ayer por la tarde un acto con el sector agropecuario.
La excusa fue al entrega de aportes de Buenas Prácticas Agropecuarias (300 millones de pesos) en un encuentro que se realizó en el Centro de Convenciones de Ferial, una hora y media antes del discurso del presidente de la Nación. El gobernador se rodeó de los representantes de las cuatro entidades del campo cordobés.
Antes las crecientes versiones de que la Nación aumentará las retenciones a algunos subproductos agropecuarios, el gobernador volvió a ser enfático para defender al campo, uno de sus grandes aliados de sus tres gestiones no consecutivas.
Tampoco fue una casualidad que un rato antes de reunirse con los dirigentes agropecuarios, Schiaretti recibió en el Centro Cívico al diputado nacional por el radicalismo Facundo Manes. En medio de tanta pelea política, el gobernador trata de mostrarse como un gobernante dialoguista.
Más allá de las medidas que se implementen desde la Casa Rosada, Schiaretti ya tiene un diagnóstico y actuará en consecuencia en los próximos dos años: cree que la gestión de Alberto Fernández no tiene rumbo. Para ser más preciso, el gobernador está convencido de que está camino al fracaso.
El voto a favor del acuerdo con el FMI será el último apoyo del schiarettismo a la Nación. Lo que viene será más distanciamiento, sin esperar cuál será la resolución de la agitada interna del gobernante Frente de Todos.
