Cuando en la campaña presidencial de 2023 Javier Milei prometía dolarizar de inmediato la economía argentina y dinamitar el Banco Central, la revista británica The Economist dijo que el entonces candidato era “intemperante, imprudente y extravagante” y “un peligro para la democracia en Argentina”. Dos años después, la misma publicación calificó a la Argentina como el segundo país más relevante del año.
Esa elección es una costumbre de la revista en cada Navidad. Este año, al primer lugar lo ganó Siria, por su notable mejora política tras la caída del régimen de Bashar al-Assad, por el retorno de refugiados y por una incipiente normalización institucional.
Todo en esta descripción es la consecuencia de un giro: cambió la opinión de la revista sobre Milei, cambió Milei las cosas que dijo que haría. No dolarizó, no cerró el Central. Y Siria es gobernada ahora por un presidente que pasó de ser un terrorista de Al-Qaeda a posar de traje y corbata, sonriente junto a Donald Trump.
Pero The Economist encontró razones para premiar el desempeño de la economía argentina. ¿Cuál es el contexto? Tras la media sanción del Presupuesto 2026, el riesgo país cerró a 560 puntos básicos, el nivel más bajo desde 2018. La inflación minorista se resiste a perforar el umbral mensual del 2%, pero la mayorista corre al 1,6% y cayó al 24,3% interanual. El desempleo bajó al 6,6%, aunque aumenta el subempleo al 42,6% y se proyecta como el gran tema de debate para la reforma laboral. La pobreza bajó a 27,5%.
Estas tendencias todavía contrastan con las reservas negativas en dólares. Los signos de estancamiento económico se acentúan: el estimador mensual cayó otra vez. El crecimiento interanual fue de 3,2%, pero impulsado por actividades que excluyen a la industria, a la construcción y al comercio. Los rubros más sensibles para la percepción social.
Es evidente que The Economist ha juzgado menos estos contrastes que los antecedentes: la economía argentina todavía es comparada con el colapso del último gobierno peronista.
La Casa Rosada podría ufanarse del reconocimiento actual. Pero es un rasgo típico de la gestión Milei: suele darse por visceralmente insatisfecha, incluso en los escenarios favorables. Al punto de forzar con su inconformismo situaciones donde se provoca dificultades autogeneradas.
Síndrome
A ese rasgo de Milei se le podría llamar “el síndrome del capítulo 11″. Teniendo en las manos la aprobación en general del primer Presupuesto de su gestión, Milei quería que los diputados derogasen, en el capítulo 11 del proyecto, las leyes de Emergencia en Discapacidad y de Financiamiento Universitario.
No era bueno que a comienzos de este año los legisladores sancionaran retazos de un Presupuesto deficitario con el subterfugio de desagregarlo en normas parciales. Tampoco es bueno que lo aprobado e insistido tras los vetos presidenciales se derogase con otro ardid jurídico, oculto en el Presupuesto.
El síndrome del capítulo 11 no parece ser producto de la alergia al consenso, sino a la percepción social del consenso. Milei siempre quiere quedar en la posición del gobernante jaqueado por la casta.
Esta especulación persistente indigna a sus adversarios y aun más a sus aliados. Pero, como dice el sociólogo francés Pierre Rosanvallon, la vida política es un cementerio de alertas impotentes para modificar las cosas. Es el padecimiento de quienes no tienen “la inteligencia de su indignación”.
El síndrome del capítulo 11 nace en la obstinación de Milei, pero se nutre de la incapacidad de sus adversarios para articular un discurso creíble.
El kirchnerismo continúa en una situación de creciente debilidad. Afectada por un problema de salud, Cristina Kirchner no pudo contener el internismo desatado en su tropa. El “diciembre caliente” se está registrando en los municipios gobernados por La Cámpora, hostigados por seguidores de Juan Grabois.
El resto del peronismo parlamentario se ha fracturado en otros tres frentes. Están el grupo de Provincias Unidas y la versión blue que armaron los gobernadores del norte. Como todo lo blue, más caro y demandado. Hay un tercer grupo: el del kirchnerismo itinerante, liderado por Axel Kicillof, con gobernadores excluidos del diálogo por la Casa Rosada.
El macrismo continúa en crisis. A la toma hostil que decidió Milei, se le ha sumado un nuevo gesto de conducción errática de Mauricio Macri. La actividad pública de Macri se centra en la promoción de un libro terapéutico sobre el intrincado vínculo que mantuvo con su padre.
Macri venía haciendo méritos para recibirse de expresidente, pero otra vez lo venció esa suerte de displicente percepción ahistórica de su rol en el espacio público.
Otro partido que acentuó su extravío fue la UCR. Tras el mandato de Martín Lousteau, la UCR eligió a un desconocido como nuevo presidente.
Se llama Lionel Chiarella, es intendente de Venado Tuerto y fue impulsado por el mismo Lousteau.
Todavía no generó ni la curiosidad de lo nuevo.
