Es ya un lugar común decir que las encuestas electorales hoy no son confiables. Pero los comicios de este domingo fueron una total sorpresa.
Argentina llegó a las urnas con la casi seguridad de que habría balotaje. Pero nadie podía asegurar si a esa instancia llegaría Sergio Massa o Patricia Bullrich. En ningún escenario se dudaba de que Javier Milei seguiría siendo el más votado. Nadie imaginaba que quedaría varios puntos debajo de su rival en segunda vuelta. Ni siquiera los encuestadores oficiales asignaban al ministro-candidato la posibilidad de un triunfo tan rotundo.
La clave del resultado hay que buscarla en el peso del aparato del PJ bonaerense, relajado en las Paso y aceitado al máximo en esta primera vuelta. Los 20 puntos de ventaja de Axel Kicillof sobre Néstor Grindetti y Carolina Píparo fueron decisivos. Al parecer, no hubo impacto alguno del affaire de “Chocolate” Rigau ni de la obscena exhibición de opulencia de Martín Insaurralde, hasta entonces jefe de gabinete del mismísimo Kicillof.
Los votantes de los circuitos electorales donde más golpean la pobreza y la inflación inclinaron la balanza. Y ante la opción continuidad o cambio, no dudaron en respaldar a quien promete mantener subsidios, a quien eludió hablar de ajuste, de reformas de fondo.
El corto plazo, el plan “platita” le ganó al cambio estructural. El tiempo dirá si en segunda vuelta esa mirada sigue siendo mayoría y, si así fuera, si realmente Massa considera viable una Argentina sin reformas de fondo.
Seguramente también influyeron el discurso cada vez más al límite de Milei y su equipo, útil para instalarse como el candidato antisistema, pero quizá excesivo a la hora de imaginarlo en la cumbre del poder.
Tras el inesperado veredicto de las urnas, la incertidumbre no sólo no cede sino que se extiende al menos hasta el balotaje del 19 de noviembre. La expectativa se centrará este lunes en la reacción de los mercados y, en especial, en ver si Massa modera el dispendio de recursos o sigue quemando las naves ahora que los votos le dan una opción real de llegar a la Presidencia. Porque si la segunda vuelta lo favorece, el 10 de diciembre recibirá la herencia que él mismo construye.
La economía ya no admite más temeridades. El motor productivo debe volver a arrancar. Al menos, no (desb)arrancar como viene sucediendo en esta larguísima e irresponsable contienda electoral.
