Es un día caluroso de diciembre, y tras un mes de que se desatara el conflicto en Salud de la Provincia, en la sala de espera solo se ve esto: sillas calientes, carteles por doquier, caras somnolientas y una persona que se acerca a un mostrador preguntando cuándo será atendido. Así están los pacientes y sus familiares en la guardia del ingreso “Libertad” del Hospital Córdoba en la ciudad Capital.
En una de las esquinas, una señora descansa en una reposera. Al lado hay un andador y un montón de bolsas y mochilas.
Hospital Córdoba: historias
“Estamos esperando que le den el alta a mi hija y nos volvemos a Río Cuarto”, cuenta. En el otro vértice, cerca de la puerta de ingreso a la guardia de demanda espontánea, hay un hombre en silla de ruedas que sostiene su rostro con su brazo a punto de caer. Después hay otras pacientes, algunas sillas vacías y personal de salud que entra y sale indiferente. Sale una médica y llama a un paciente por su nombre y apellido y vuelve la quietud.
Erica tiene 23 años y está sola. La separan 126 kilómetros de Cruz del Eje donde vive su familia y 199 kilómetros de San Francisco donde vive junto a su pareja hace un año. Él es agente del servicio penitenciario y lo trasladan a distintas cárceles cada dos o tres años. Pero la distancia que más le duele son los casi ocho kilómetros que la separan del Hospital Neonatal de la ciudad de Córdoba donde está su beba recién nacida.
Hoy Ema Isabela cumple su primer mes de vida pero no está con sus papás. Ella se recupera en una incubadora porque nació prematura. Mientras tanto Erica espera a ser atendida para que que le hagan una prueba de coagulación. La tienen que operar por un catéter encarnado que le hicieron por una complicación en sus riñones. El examen prequirúrgico lo debería haber finalizado el miércoles 30 de noviembre, pero cuando llegó al hospital ya no podían atenderla porque estaban en una asamblea. “Llegué tarde al turno pero estaba cuidando a mi beba”, relata.
El calor se apodera de la sala de espera. La mayoría de la gente permanece en su lugar. Hay poco recambio. Y el tiempo pasa. “Estamos desde las 9”, dice Rodolfo. El reloj de pared marca las 12.23. “Nos sentimos impotentes, no hay un médico que se haga responsable”, se queja.
Rodolfo tiene 65 años y más de un tercio de su vida con una diabetes crónica. Es paciente habitual del centro de salud. Vino hace dos días y esperó dos horas. Volvió hoy y ya esperó tres. Debe controlarse la bolsa de drenaje cada 10 días. Está con un tono pálido y se lo nota cansado. Su esposa Blanca toma las posta para hablar: “En las últimas semanas bajó más de 15 kilos. Necesitamos que alguien nos diga qué hacer. Ya no tiene fuerzas ni para subir una escalera”. Rodolfo se incorpora y dice: “El conflicto nos perjudica en un 100% y no se resuelve si no aflojan las autoridades”. Se vuelve a recostar y agrega: “Acá para que te atiendan te tienen que traer en camilla o ambulancia”.
Conflicto en Salud: cada caso, una historia
Luis tiene muchos problemas para caminar. Vuelve a su asiento tras insistir en el mostrador para que lo atiendan. No es el único. Pasan ciertos minutos y alguno se levanta a ver si tiene mejor suerte. El 11 de noviembre le pusieron un estent y tras varios días internado volvió a su casa en Argüello. Pasaron los días y volvió a sentirse mal. “No sé qué me pasa, me agito y me cuesta andar. Quizás necesite que me pongan otro. Pero acá no me quieren decir nada”, comenta a La Voz.
Erica sigue con la vista en el piso sin más remedio que esperar. Está angustiada. “Me cuesta comer porque con mi gorda no es un día a día, es un minuto a minuto. Pero me dijeron que tengo que comer y eso voy a hacer. Hoy después de un mes volví a desayunar y justo no pudieron hacerme el estudio. No veo la hora de llegar a mi casa con mi beba sana y volver a estar tranquilos”, suelta en medio de la angustia.
Ya se cumplió un mes del conflicto de salud. Y también Ema pasó su primer mes de vida. Y también pasó un mes para su mamá Erica. Y para Rodolfo, y para Luis.