En un contexto mundial marcado por tensiones geopolíticas, retroceso del multilateralismo y el avance acelerado de la revolución tecnológica, Julio María Sanguinetti observa el presente con la perspectiva de quien atravesó décadas de cambios profundos. A sus 89 años, el dos veces presidente de Uruguay sigue siendo una figura central en el debate democrático regional y la semana pasada estuvo en Córdoba, donde recibió el doctorado Honoris Causa de la UNC. Desde esa experiencia, advierte que el mundo enfrenta simultáneamente una transformación civilizatoria y un reacomodamiento de poder que desafía a los gobiernos, especialmente en América Latina.
En diálogo con La Voz, Sanguinetti –que se define, antes que nada, periodista– revisa el estado de la región, evalúa las posibilidades de la Argentina bajo el liderazgo de Javier Milei y reflexiona sobre la debilidad de los sistemas partidarios, la situación venezolana y el rol de Estados Unidos.
–Usted piensa todo el tiempo sobre los temas del presente. ¿En qué piensa en este momento? ¿Cuál es su mayor preocupación?
–El gran tema es que estamos en un cambio de tiempo histórico con dos planos. Por un lado, el cambio civilizatorio, o sea, de la sociedad industrial a la sociedad digital, a la economía digital, la nueva riqueza, los nuevos trabajos, los nuevos empleos y inteligencia artificial. Esto está ocurriendo y va a seguir ocurriendo. Por otro lado, nos encontramos con una suerte de resurrección de la geopolítica y de eclipse de la globalización. Justamente, a la salida de la Guerra Fría, nos encontramos o nos sorprendimos con lo que era este fenómeno de la globalización científica que venía ocurriendo, aunque estaba oscurecida por lo que era la batalla ideológica. Cuando el muro desaparece, ahí la descubrimos: la libertad comercial, la Organización Mundial de Comercio, un mundo que pretendía ser y que fue extraordinario. No nos dábamos cuenta de que estábamos viviendo una gran etapa del mundo. O alguna gente no se daba cuenta en ese escepticismo que siempre tenemos. Y el hecho está en que hubo 40 años de expansión, de crecimiento. Y luego vinieron la crisis financiera de 2008 y más tarde la pandemia, que ya puso en relieve que la globalización estaba en crisis. Y cada uno hizo lo que quiso, por lo que entró en crisis también el multilateralismo: cada uno iba hasta donde llegaba su fuerza. Y en eso estamos hoy.
–¿Cómo observa al vecindario de Latinoamérica frente a ese contexto?
–Cómo le diré...quizás sin pensarlo y sin entenderlo. Son gobiernos que están sumergidos en su propia dinámica. Venezuela en su dictadura y su bochinche. Colombia también, con un gobierno muy errático, que está muy lejos de todas esas cosas. Peru casi sin gobierno. Casi demostrando que la política no es necesaria.
–No es necesaria si la economía es estable.
–Porque el presidente del Banco Central maneja la moneda, tiene una gigantesca reserva, genera confianza, maneja el país. Siete presidentes en ocho años y no pasa nada. Chile, ante una altenativa de cambio, pero con una base institucional de continuidad que no se ha quebrado en la alternancia entre demócratas cristianos, socialistas y liberales conservadores, hasta que en 2019 reventó todo, y el milagro chileno, del cual todos hablábamos, mostró sus fragilidades, que las tenía. En definitiva en casi toda Latinoamérica hay gobiernos que no están mirando al mundo. Son gobiernos que se están mirando a sí mismos.
–¿Y cómo observa a Javier Milei?
–Todo en la política argentina requiere una larga explicación, porque no es sencillo nunca. Pero, sintéticamente hablando, yo diría que Milei arrancó con un estilo heterodoxo, de pelearse con todo el mundo, y diciendo que el enemigo era la casta. Bueno, ese Milei, a mi juicio, generaba demasiados anticuerpos. Sin embargo, puso el rumbo económico en buena dirección. No emprendió su utopía de anarquía capitalista, pero sí el ordenamiento del Estado, con un gran primer logro, que fue la bajada de la inflación. Y eso le generó un crédito importante ante la sociedad, que demostró que la Argentina también a veces puede tener paciencia. La impaciente Argentina le ha tenido paciencia a Milei. Era consciente del desastre en que estaba y fue consciente de que tenía que pasar la etapa dura. Yo diría que esa paciencia va a tener que seguir a prueba. ¿Por qué? Porque parece que Milei estuviera desde hace 20 años. No. No está hace 20 años, hace solo dos años. Y Donald Trump no está hace 10 años, está hace uno. Entonces, Milei todavía va a seguir teniendo que poner a prueba la paciencia de la Argentina. ¿Por qué? Tiene que recomponer reservas, tiene que manejar las cosas de un modo que le genere los equilibrios imprescindibles. Ahí ha habido una mutación. Y es que esta buena elección también le ha generado un estilo de moderación mayor, a mi criterio bienvenida. Porque le va a generar mayores posibilidades de llevar adelante estas reformas que tiene que hacer, que son las que tienen que generar el gran logro: la famosa institución inmaterial que se llama confianza. La que no está en ningún lado y está en todos lados. Y si no está en todos lados, no está en ninguno. A eso, la Argentina lo ha destruido tantas veces que ahora reconstruirlo requiere paciencia. Y creo que hoy está en esa condición. También es verdad que Milei no tiene una oposición que esté mostrando una alternativa.
–En Argentina ya implosionaron los partidos y ahora lo hacen las coaliciones. ¿Hay una manera nueva de canalizar la representación?
–La falta de partidos siempre es un problema. Porque los partidos son los que canalizan la opinión. Son los que hacen anclaje de opinión. Pero efectivamente en la Argentina ha habido esa implosión. Entonces yo diría que el proyecto de Milei es un proyecto de constitución de un partido. Vamos a ver si cuaja, en definitiva, y si se estabiliza lo suficiente. Ojalá sea así. La falta de alternativa enfrente creo que le da un crédito mayor. O un margen de maniobra mayor. Quizás la palabra no sea crédito. ¿Por qué? Porque en la perspectiva de dos años de una elección no parece él tener una situación muy difícil. En una palabra, si Milei no se las ingenia para perder por errores propios, da la impresión que tiene un camino bastante despejado para abrir un horizonte que le permita la continuidad que a la larga y al final del camino regenere la confianza.
–¿Qué cree que debería aprender Argentina de Uruguay?
–Nada.
–¿Cómo que nada?
–Cada país tiene su peculiaridad. Yo suelo decir que somos sociedades distintas. Y dentro de Argentina hay peculiaridades, Córdoba no es Buenos Aires. Ni el radicalismo, Córdoba fue igual al radicalismo porteño, ni el peronismo tampoco. Quiero decir que las peculiaridades están dentro de la misma sociedad. Y es lo que pasa con nosotros. ¿Uruguay es más institucional que la Argentina? Sí. ¿El Uruguay es tan dinámico como la sociedad argentina? No. La sociedad argentina es mucho más creativa, es mucho más dinámica, tiene más capacidad individual, por eso el Estado ha tenido tantas fragilidades. El Uruguay, en cambio, que ha tenido un Estado más estable, descansa mucho en él. Pero, a su vez, eso nos da mayor institucionalidad. Entonces, un matrimonio de conveniencia sería muy bueno, porque potenciaríamos las virtudes de ambos y disminuiríamos los defectos de ambos. Pero el Uruguay es un país que, luego del período dictatorial, ha tenido una democracia estable, hemos gobernado todos los partidos y hay un diálogo político normal.
–Y además tienen continuidad de políticas...
–Hay una continuidad de políticas económicas, y hay cosas incuestionables. Ya hay consenso y nadie discute el equilibrio fiscal. Entonces, creo que eso es el activo que tenemos en esa relación que, a su vez, parte de una posición geográfica entre Argentina y Brasil. Como decimos, ser uruguayo, estando entre Argentina y Brasil, no es solo una condición, sino una profesión.
–¿Cómo cree que tiene que resolverse la situación en Venezuela?
–Se tendrá que resolver, teóricamente, con un diálogo institucional que permita una salida. Esa es la situación ideal, pero el diálogo con Maduro, en los términos convencionales, no es posible, porque él no va a ceder. La solución no es una invasión, tampoco, porque la invasión puede ser una catástrofe colectiva. Sí la presión como la que estamos viendo, que en el clima de opinión pública y en el cerco económico, que haga que la propia institucionalidad militar que está sosteniendo a Maduro le diga, bueno, hasta aquí llegamos porque el país se está hundiendo, ¿no? Yo creo que estamos cerca, pero no sé cuánto, porque Trump habla en ese lengaje muy particular de él y dice que Maduro tiene los días contados. Pero los días pueden ser 18 o 360, no sabemos. Creo, sí, que hay un agotamiento ya de esa situación, un agotamiento interno que se vió en la elección que perdió por goleada, y que resultó una estafa colosal.
–¿Qué piensa del encolumnamiento de Milei con Estados Unidos? ¿Cuánto condiciona eso a Uruguay?
–No nos condiciona, nosotros tratamos de estar abajo del radar del lío geopolítico. Tenemos buenas relaciones con Estados Unidos históricas, tenemos buenas relaciones con China, no tan históricas, pero desde mi primera presidencia, las tenemos. Sabemos muy bien que Argentina y Brasil nos imponen un equilibrio en el cual vivimos. El gobierno de Milei está encadenado a Estados Unidos.
–¿Por el salavataje financiero?
–Si hubo un salvataje fue porque había alguien ahogándose. El plan económico de Milei requirió un salvataje y se lo dio Estados Unidos. Es un salvataje dinámico y precario. El propio Trump dice, “nosotros hemos hecho un negocio, y no hemos perdido plata”, les dicen los norteamericanos que no le está regalando nada a Argentina. Y creo que es así: esa asistencia fue imprescindible para ese proceso de recomposición de confianza del que hablamos. Pero es Argentina la que tiene que recomponer sus finanzas, tiene que manejar la deuda, mejorar sus reservas, y eso requiere tiempo. Esta relación de la Argentina con Estados Unidos hoy es imprescindible en la situación en la que está Milei. ¿Cuál es la otra alternativa? No la hay.
–Argentina no la tiene. Pero además Trump está enviando señales hacia toda Latinoamérica, ¿no?
–Hay señales, pero son a veces riesgosas. Porque Trump no es un hombre que se ate a los principios clásicos, no solo de la relación política, sino del derecho. Está claro que no cumple los tratados, porque incumplió el tratado con sus propios vecinos, Canadá y México. O sea, él no es un hombre que se ate a los códigos habituales. Por eso digo, cuando él mire hacia América Latina, ojalá lo haga de modo que la enmienda no sea peor que el soneto.
–¿Pensaba cuando era más joven que iba a llegar a los 89 años en estas condiciones?
–El otro día un colega me preguntó si pienso en la muerte. Y yo le dije que no tengo tiempo.
–Tiene muchos temas más importantes.
–Tengo temas. Trabajo todo el día y yo diría que soy, por el momento, un buen resultado de la ciencia y una razonable conducta. Me gusta el vino, pero no me excedo. Soy de origen italiano, me gustan los ravioles. Pero, en fin, creo que hoy hay una generación de gente de mi edad que está activa. Enrique Iglesias, que fue mi canciller, tiene 95 años. Y ahí está. Es evidente que han cambiado las edades para todos. Yo diría que para bien. Si cuando yo tenía 40 años me hubieras dicho que viviría hasta los 90, me hubiera reído. Porque un señor de 70 años ya era un viejo irremediable y los de 80 eran una fantasía. Entonces, sí, nunca lo pensé porque nadie pensaba en eso. Lo importante es no solo que me siento activo, sino que me siento bien en la actividad. Me siento bien porque trabajo mucho y trabajo mucho porque siento bien. Eso es así. Ese consejo se lo doy a todos: no paren de tener actividad. No paren de tener actividad física, y si no hacen, empiecen ya mismo. Actividad física y la cabeza funcionando. A veces me enfermo con mi país, porque es un país tan de jubilados...todos esperan jubilarse. ¿Para qué? ¿Qué vas a hacer de jubilado? ¿Qué quiere decir disfrutar la jubilación? Te van a mandar a cuidar a los nietos, te van a mandar al supermercado. Y a la vuelta te van a pelear porque trajiste el yogur equivocado. No, no, inventate otra vida.
–¿Acuerda con la regulación de la eutanasia que acaba de aprobar su país?
–Por supuesto. Yo soy un liberal que en épocas heroicas escribía a favor de la despenalización del aborto y me querían matar. También creo en la libertad de la eutanasia.
