En 1994, el escritor mejicano Héctor Aguilar Camín eligió comenzar una de sus novelas con una profesión de desconfianza.
Con acritud, declaró que recelaba del presente y de su forma suprema: el periodismo, al cual consideraba vacío por excelencia. “En los libros de historia encontré más explicaciones de los males presentes que en el registro de catástrofes cotidianas que narran los periódicos, con su inmediatez desmemoriada y su exageración profesional”.
Si así serán las cosas, habrá que decir entonces, para la narrativa histórica, que el proceso electoral argentino actual registrará hasta el domingo tres grandes fechas, dos realidades profundas y una novedad excepcional.
Las tres fechas serán la del 18 de mayo, cuando Javier Milei creyó posible ganarle al universo entero tras derrotar con sus candidatos porteños, en un mismo movimiento, al peronismo y a Mauricio Macri; la del 7 de septiembre, cuando Axel Kicillof le devolvió los azotes en la provincia de Buenos Aires, y la del 26 de octubre, cuando las urnas intentarán dirimir ese empate estratégico.
Las dos realidades que atravesaron el año electoral completo son las mismas realidades irresueltas que el país arrastra desde 2023: una crisis económica profunda y una situación de bloqueo político extremo. Entre un presidente mayoritario en votos, pero indigente de bancas y destructor de consensos, y un Congreso férreamente opositor, que se autopercibe como un muro democrático y sólo de a ratos concede esa misma admisión de legitimidad a la Casa Rosada.
La novedad inédita es la irrupción frontal de un presidente norteamericano en la administración directa de nuestra fragilidad económica, con una asistencia financiera condicionada al resultado electoral. Nunca visto. Menos con un liderazgo que ha hecho del equívoco y el vértigo su condición de identidad: el de Donald Trump.
Sinceridad brutal
Es Trump quien acaba de lanzar una frase ineludible para la historia. Tratando de explicarles a los electores norteamericanos el porqué del auxilio financiero a la Argentina, dijo: “Porque Argentina está muriendo”.
Si la ayuda condicionada a la elección ya flotaba como espada de Damocles, la declaración de agonía le agregó a la elección del domingo una dosis de dramatismo que sólo los argentinos, con el cuero indolente por sus crisis, podrían ignorar.
Hay algo de sinceridad brutal en esa declaración de agonía retratada por Trump (acaso también de grotesco histórico: que lo haya dicho un personaje como él, de contradicciones flagrantes y excesos inexcusables).
No es la primera vez que algún líder sentencia nuestra enfermedad terminal. Casi todos los presidentes argentinos desde 1983 han asumido con la descripción del abismo y de la última oportunidad. Pero tal vez Trump esté diciendo una verdad. Bastaría con que cumpla su advertencia de retirar el auxilio económico el lunes próximo para que el país mire otra vez hacia el abismo.
¿A cuánto se iría el dólar si se esfuma la chequera de Scott Bessent? ¿Qué nueva implosión sucedería si, exhausta por el ajuste, la sociedad vota el domingo por el regreso de los mismos que prometen la destitución del presidente y la erupción de un nuevo 2001?
Los analistas políticos recurren en estos días a una comparación: la de 2025 es para Javier Milei una elección parecida a las Paso de 2019 que sentenciaron el final de Mauricio Macri. Esa comparación desconoce un dato relevante: a Macri le faltaban cuatro meses para terminar su gobierno cuando perdió las primarias contra Alberto Fernández. A Milei le resta todavía la mitad del mandato.
Los catastrofistas profesionales se encargaron de alentar desde el primer día de la gestión Milei -con la inconsciente ayuda de esa cohorte desquiciada que ha dado en llamarse “Fuerzas del Cielo”- que el actual presidente estaba a minutos de consolidar una hegemonía similar a la de Viktor Orban o Nayib Bukele.
El propio Milei se creyó ese cuento, a todas luces insolvente. Ahora Trump desnuda que la musculatura del gobierno argentino se asemeja más a la fragilidad desdichada de Fernando de la Rúa. Y explica que hay que ayudar al enfermo en terapia porque la opción que asoma es la de un grupo de fascinerosos conocidos cuya mejor propuesta es desconectar el pulmotor y después vemos; total, la gente qué sabe.
La oposición eligió hacer el domingo una primera compulsa interna para disputarle la presidencia a Milei. Axel Kicillof buscará picar en punta en el distrito de mayor peso demográfico. Juan Schiaretti aspira a sumar con gobernadores aliados un módico piso nacional de 10 puntos para contrastar esa ambición.
Los incentivos de todos ellos para colaborar con Milei serán cada vez más escuálidos desde la noche del 26, porque la competencia posterior estará abierta. Y todavía falta esperar la reacción de Milei ante el resultado: una incógnita de vasta profundidad psicológica.
La agonía, según Trump, acaso sea una descripción, desagradable pero sincera, de nuestra parte de noche.