Cuando Javier Milei consiguió que los diputados aprobaran la versión reducida de la “ley bases”, el sistema político en su conjunto reaccionó a la defensiva. Cada sector se preparó para un tiempo distinto, porque si la ley conseguía superar el obstáculo del Senado, el bloqueo existente desde la asunción de Milei podía dejar paso a una nueva polarización, entre mileísmo y antimileísmo, con apoyo social inicial y predominante para el primero.
La estrategia de la oposición más dura fue entonces dilatar el mayor tiempo posible la sanción y rasguñar hasta el cansancio el texto de las facultades de emergencia y el paquete fiscal, que son el nudo normativo de la “ley bases”; apostando a que el tiempo y el ajuste económico desgasten la posición del Gobierno. Germán Martínez, vocero del kirchnerismo en Diputados, lo reveló en estos días. Sinceró, además, que la media sanción de una nueva fórmula de actualización previsional formó parte de esa construcción de una mayoría parlamentaria de veto ante la nueva polarización inminente.
Pero también el oficialismo pensó que el juego de esa polarización le convenía. La aprobación de Diputados fue a comienzos del mes pasado y pensó que llegaba a tiempo para tener su primera ley sancionada antes del 25 de mayo. Así que duplicó la apuesta y aceleró el trámite para conseguir una foto consensual, con los gobernadores, en Córdoba. El final es conocido: fracasó en el intento y apuró un recambio en la Jefatura de Gabinete con la expectativa de conseguir los votos en un día más cercano al 20 de junio. Milei también creyó que la nueva polarización tendrá su nombre como eje.
En medio de esta tensión, que es más de poder que normativa, los partidos con representación parlamentaria llegarán a la sesión clave de hoy. Quien tiene más para perder es el oficialismo. El Congreso está diciendo a quien quiera verlo que Milei no gobierna. Que en realidad sólo puede garantizar la gobernabilidad esa mayoría parlamentaria que se le opone. Que el rumbo económico que Milei propone es exactamente opuesto al que prefiere esa mayoría legislativa (que no fue votada para gobernar).
Esa mayoría parlamentaria, cuyo rostro emblemático es la dupla que integran Cristina Kirchner y Martín Lousteau, cree que la economía puede seguir funcionando con déficit fiscal, endeudamiento público creciente, emisión monetaria a discreción y subsidios estatales a diestra y siniestra. Y dicen que todo eso no generará inflación, recesión, desempleo, pobreza.
Pese a que la mayoría de la sociedad realmente existente fuera del Congreso apoya a Milei en el rumbo económico que tomó, el Gobierno no pudo conseguir todavía que los legisladores aprueben la ley inicial del oficialismo. La estrategia de la obstrucción viene ganando. Milei ruge y promete vetos al por mayor. La oposición se friega las manos. Nada mejor para quien está en el llano que ser llamado a ese juego del bloqueo. La cotidianeidad, la inercia del avance y las soluciones, siempre son responsabilidad de quien gestiona.
Emboscada de sirenas
Para salir de esa encerrona, Milei debe advertir la naturaleza de la emboscada. La polarización con su nombre en el centro puede ser muy tentadora, y más aún para quien ha probado las mieles de la construcción política populista: agitar la contradicción entre pueblo y casta; administrar un liderazgo personal y decisionista; alejarse de la farragosa semántica del consenso, y prometer los truenos de la imposición. Ese camino es el más funcional a sus adversarios. Porque la verdadera polarización no es entre mileísmo y antimileísmo, sino entre la agenda de cambio que el voto le puso en las manos al Presidente y la enorme reacción retardataria de las corporaciones políticas que se oponen a cualquier transformación.
Sólo si Milei consigue avanzar con esa agenda, su nombre tendrá la chance de liderar el proceso que viene, cuyo punto de inicio será recién en las próximas elecciones. Para llegar hasta ahí, Milei debe sacar su nombre del eje y poner su reforma liberal (si en verdad la quiere) en el centro de la nueva polarización. La oposición kirchnerista y sus aliados de circunstancia le tienen pánico a ese horizonte. El éxito de esa reforma significaría para ellos el retiro definitivo de la escena del poder. Su problema no es Milei, sino un futuro de irrelevancia. Algo que viene de abajo, del sustrato social que alguna vez tuvieron y los tiene ahora oteando el abismo del abandono.
Ya no sueñan con un derrumbe súbito del apoyo social a Milei, sino con la horadación por goteo que produce el ajuste. Pero el final para el que trabajan es el mismo: otro presidente destituido por incapacidad para administrar el país, que según ellos sólo admite una gobernabilidad peronista. Lo dijo el jefe feudal de La Rioja, Ricardo Quintela: “El plan mileísta de destrucción del Estado es causal de juicio político”.
¿Podrá Milei advertir la significación de este momento? Lo distraen miles de circunstancias. Desde el desorden interno de la administración que él mismo alimenta con su cesarismo en la gestión, hasta la seducción de la escena global que lo adula sin reservas, más por curiosidad que por los logros todavía precarios de su gobierno. Esos cantos de sirena pueden convertirlo en león llamativo, pero de zoológico.
Mientras la inflación baje y el apoyo social no le afloje, Milei estará viviendo un tiempo de oportunidad; que no es la de abrir una polarización nueva alrededor de su persona, sus ideas, sus fobias, o sus modales, sino en torno de la agenda del cambio que le sigue urgiendo al país.
