Alberto Fernández fue nominado a la candidatura presidencial a través de un video el 18 de mayo de 2019.
Hoy y con el mismo formato de mensaje, aunque sin nada del efecto sorpresa que representó aquella apuesta de Cristina Fernández de Kirchner, anunció que su etapa en el Gobierno concluirá el 10 de diciembre.
A Fernández le fue peor que a Mauricio Macri, a quien criticó con intensidad durante todo su mandato por ser el primer presidente en no lograr la reelección: Alberto no llegó siquiera tener la chance de intentar un segundo período.
El Jefe del Estado irá esta tarde a la reunión del PJ nacional con la guardia baja. Sus adversarios internos del kirchnerismo le venían pidiendo sin el más mínimo cuidado de preservar las formas que termine con el “acting” de ser candidato. Posiblemente hoy, y más por efecto de la proximidad de su autoexclusión que por otros motivos, el Presidente logre mostrar algo de centralidad.
Hace rato que la estructura política que lo aupó para llegar a la primera magistratura considera que Alberto es un lastre. Sería sensato que, además de usarlo como único chivo expiatorio de todos los males, los mismos que fogonearon su entronización reconozcan el error y los daños que generó aquella decisión de la vicepresidenta que durante largos años fue calificada de “jugada maestra”. El inclasificable Sergio Berni lo había reclamado hace ya un tiempo, cuando dijo aquello de que “quien trajo al borracho, que se lo lleve”.
Lejos está la determinación de Fernández de entrar en la categoría de renunciamiento. Por ende, tampoco es histórico, como buscan instalar su más fieles funcionarios, apelando a una épica inexistente. El Presidente no sólo no tenía ninguna expectativa electoral real, sino que, además, carece de estructura política para hacerlo. El albertismo nunca fue concebido.
Sergio Massa, Cristina Fernández y el FMI
Es tan complejo el momento que vive el país que la salida del juego electoral de Alberto Fernández no resuelve nada de lo urgente. Hay quienes dicen que es intrascendente para el curso actual de las cosas. Alberto es historia, pero queda el presente, atravesado por una inflación que arrecia y que se corporiza en la lógica escalada del dólar, que, a su vez, desdibuja cualquier previsión de cortísimo plazo.
Poco le importan a los millones de afectados por la consecuencia horadante que tiene en su día a día la crisis económica qué hará el Frente de Todos con su oferta electoral. El drama para la mayoría es saber quién gobierna y, lo que es más trascendente, qué puede hacer hasta el traspaso de gobierno.
¿Acaso habría que conformarse con convivir con una inflación mensual apenas debajo del 10%? ¿Deberían celebrar aquellos que no tienen posibilidad de acceder a un dólar que la moneda norteamericana no supere en el corto plazo los 500 pesos?
Todas las miradas, sin excepción, se posarán sobre Sergio Massa. Es el hombre con mayor poder real en el Gobierno desde que relevó a Martín Guzmán en Economía, y su centralidad debiera de aumentar en el momento más álgido de la crisis. Corrido Alberto de la escena principal, en el vínculo entre Massa y Cristina Kirchner estará la clave de lo que vendrá. El silencio de la vicepresidenta funciona como aval implícito sobre el accionar de Massa.
El tercer actor central no está en el país, aunque desde 2019 es omnipresente para los argentinos. Del Fondo Monetario Internacional depende el desenlace del frente financiero y económico de los próximos meses. Sólo allí y como prestamista de última instancia están los dólares que necesita el país para sobrevivir en medio del atolladero.
La pregunta que subyace es inquietante: ¿quién gobierna hasta el 10 de diciembre?
