Martín Llaryora hace tres años se equivocó en su primer mensaje ante el Concejo Deliberante de la ciudad de Córdoba. En un tramo de ese discurso, dijo San Francisco -la ciudad que había gobernado en dos períodos- cuando quiso referirse a la Capital provincial que gobernaba desde hacía apenas tres meses.
El jueves no se equivocó al hablar de la ciudad que gobierna. Dejó constancia de la intensidad con la que asumió esa gestión y habló con evidente orgullo de la administración que lleva adelante en la ciudad de Córdoba.
Reiteró decenas de veces que los sucesivos fracasos que había vivido la Capital en las dos décadas anteriores se debieron a malos gobiernos, se preguntó con insistencia por qué sus antecesores no habían realizado acciones elementales de una gestión municipal. Arrancó leyendo y terminó enfervorizado, asegurando que Córdoba no debe retroceder.
Todo el sistema político cordobés interpretó de antemano que era el primer discurso de la campaña de Llaryora hacia la Gobernación. No hay dudas de que lo fue: arrancó a fondo.
Así lo interpretaron también sus principales adversarios, Luis Juez y Rodrigo de Loredo, que observaron en persona ese mensaje que -sin nombrarlos- hizo referencia a ellos en numerosos pasajes. Las críticas posteriores que lanzaron fueron simétricas a la intensidad del discurso del intendente.
Llaryora pronunció el mensaje más político que le escucharon los cordobeses.
No se puso a repasar una por unas las obras de su gestión -las compiló en un video de lógica publicitaria que generó una ovación de pie en la tribuna peronista- sino que describió las grandes líneas de acción que diferencian a su gestión y remarcó una y otra vez la vital importancia del trabajo conjunto con la Provincia.
Hizo largas apelaciones a la importancia del equipo que conformaron con el gobernador Juan Schiaretti, reiteró que se cambiaron los paradigmas que habían hecho fracasar a sucesivas gestiones y describió a la suya como “una gestión reparadora”.
También dejó en claro que el peronismo que él pretende conducir va por todo: el mensaje articuló con la necesidad de continuidad del proceso de trabajo conjunto y reiteró el concepto de que Córdoba no debe “retroceder”. El viceintendente Daniel Passerini, candidato a la sucesión, fue el beneficiario directo de buena parte de esas referencias.
El último mensaje de Llaryora como intendente de Córdoba también usufructuó de algunas obras que hizo la Nación: entre ellas, cientos de cuadras de repavimentación, la planta de Bajo Grande y cuatro hospitales que están en obras y luego gestionará el municipio. También cuestionó a los anteriores intendentes por la falta del agua potable que sufrían 100 mil cordobeses, cuando ese servicio estuvo en manos provinciales hasta el inicio de su gestión. Pero a todas las demás obras, servicios y transformaciones las reseñó con estricta justicia.
El discurso fue tan político que hasta dio señales claras del rumbo por el que irá Llaryora en la carrera hacia la Gobernación: no esquivó el problema de la inseguridad, aseguró que el narcotráfico no se apoderará de los barrios, habló de la imperiosa necesidad de hacer una transformación educativa, y avanzó con tono de estadista en conceptos como la integración de Córdoba en el mundo, el desafío de la transformación digital y la integración público-privada.
Llaryora hace cuatro años le temía a la Intendencia de Córdoba y resistió esa candidatura que le encomendó Schiaretti. El jueves dejó pública constancia de que considera haber cambiado también el paradigma que decía que el municipio es una tumba política.
