“Hasta ahora, no nos resolvió nada. Se puede hablar, escucha, es una persona razonable, pero el resultado es siempre el mismo: ‘No hay plata’. Es mejor tener línea directa con alguien que esté en la mesa de las decisiones; el tema es que acá quienes deciden son otros”.
En el Centro Cívico hablan así de Guillermo Francos, el flamante jefe de Gabinete que reemplaza al desplazado y pisoteado Nicolás Posse, caído en desgracia en las últimas semanas y acusado ahora por los propios libertarios de ser un “funcionario que no funciona” y responsable único de “trabar” la aún novata y desordenada gestión nacional.
El ascenso de Francos llegó días después de que el gobernador Martín Llaryora logró su primer contacto con el presidente Javier Milei. Fueron horas de tensión en el Panal. La responsabilidad de ser anfitrión del modesto “acto de mayo” consumió las jornadas previas de decenas de colaboradores que padecieron las solicitudes y los cambios de planes ordenados por Karina Milei. “El Jefe” estuvo en todos los detalles. Hubo alivio en el Centro Cívico cuando la secretaria General de la Presidencia abandonó territorio cordobés sin decir “hasta la próxima”.
Mientras Posse estuvo en el cargo de coordinación de los ministerios, se reunió en dos ocasiones con Llaryora. El resultado de esos encuentros fue el mismo. “Nos volvimos siempre con las manos vacías”, confiesa un estrecho colaborador del gobernador.
Las dudas sobre el poder real de incidencia que tendrá Francos en su nuevo cargo exceden los límites de Córdoba. Es un interrogante que se plantean los agentes de poder en la Argentina. ¿Se sumará al trípode que lo decide todo, en el que confluyen el Presidente, su hermana y el asesor Santiago Caputo? ¿Alcanzará sólo con “descentralizar” la gestión para dotar de mayor dinamismo a los ministerios –como dijo Francos–, o lo que requiere el Gobierno es una mejora radical del nivel de reacción que mostró en la aún activa y última crisis energética que dejó sin gas a estaciones de servicio e industrias?
Dudas y certezas en el Panal
En los 20 minutos que Llaryora compartió a solas con Milei el sábado último antes de emprender regreso a Buenos Aires, el gobernador planteó algunos temas de gestión que le interesa avanzar con la Nación. El cordobés pudo transmitir sus inquietudes, pero la sensación con la que se quedó es que habló con alguien que tiene otras prioridades, alejadas de las del cordobés.
Llaryora sabe que no verá un peso de la millonaria deuda que la Nación tiene con la Caja de Jubilaciones provincial. Ese incumplimiento es flagrante y costosísimo en términos financieros para Córdoba. Por ahora, Llaryora contiene ese enojo y, mientras tanto, se ve obligado a afectar fondos que le quita a la obra pública o a planes de contención social, dos pilares de los gobiernos peronistas.
La activación del reclamo judicial ante la Corte por la Caja espera en las gateras. No parece ser este el momento más oportuno para tensar la relación con la Nación. Justo ahora, cuando hubo un primer acercamiento, jugar esa carta podría reubicar a Llaryora otra vez del lado de los “orcos”, como sucedió en febrero, cuando se cayó la primera “ley bases” y cuyos coletazos parecieron evidenciarse en los incómodos silbidos que el gobernador debió soportar en la plaza San Martín y que, rápidamente, el oficialismo atribuyó al juecismo y no al público libertario que se reunió para escuchar a su líder.
Esa silbatina puede ser minimizada por lo aludidos, pero es difícil desconectarla de la mayoría de los análisis de opinión que coinciden en que, aun soportando la severa crisis económica y concediendo que los resultados tardarán en llegar, hay una palabra que sintetiza el aguante al proyecto Milei: esperanza.
Por ahora, ni Llaryora ni ningún otro gobernante en el país pueden romper ese sentimiento que sostiene la gestión del libertario. En el Panal sobran los sondeos con esa misma conclusión.
La obra que quiere terminar Llaryora
En el Gobierno provincial también hay escasas expectativas sobre la posibilidad de que Nación transfiera obras que quedaron inconclusas de la gestión de Alberto Fernández, para que las ejecute y las finalice la Provincia.
La terminación de la autopista Córdoba-San Francisco –uno de los puntos que el gobernador le planteó a Milei– no sólo es necesaria por lo que representa como vía para la salida de la producción y para la seguridad vial. También es la conexión con Santa Fe, la provincia gobernada por el radical Maximiliano Pullaro, con quien el cordobés no para de tener gestos de acercamiento que van más allá de la pura gestión.
Para Llaryora, además, sería un hito inconmensurable poder concluir esa obra que une su ciudad natal con la Capital. No hay nada más simbólico a la vista y a mano, de cara a los comicios provinciales de 2027. En el oficialismo sueñan con un efecto parecido al que tuvo en 2019 el cierre del anillo de la Circunvalación capitalina.
