Los que venían y llegaron en 2019 ahora irán por más en 2023. Y muchos de los que están a partir de 1999 comienzan a procesar que deberán alejarse del poder en pocos meses o, como mínimo, ser menos gravitantes en la toma de decisiones. En esas dos categorías se resume, grosso modo, los dos polos que conforman el espectro mayoritario del peronismo de Córdoba. Lo “nuevo”, el llaryorismo, y la “vieja guardia”, el schiarettismo-delasotismo.
Esas dos expresiones, que están entrecruzadas por el ejercicio y la fuerza que otorga gobernar, sin embargo representan dos visiones particulares de cómo hacer política y gestionar Córdoba. Estos peronismos conviven formalmente desde 2019, a partir de la victoria capitalina de Martín Llaryora, que selló anticipadamente el capítulo de la sucesión Schiaretti-De la Sota dentro del PJ cordobés.
Llaryora ha sido todo lo prolijo que ha podido para acompañar una transición partidaria y de poder que lo tiene como protagonista central y que no está exenta de asperezas. Su vínculo personal con Schiaretti fue de menor a mayor en estos largos años que lleva la convivencia política entre ambos.
Ahora, el intendente capitalino y sus más cercanos funcionarios aguardan que el tiempo haga su trabajo y el trasvasamiento de la porción estructural de la potencia del PJ lo termine de completar como figura provincial.
“Nosotros estamos viajando en un bote a remo que tiene el motor apagado. Creemos que en octubre o noviembre Schiaretti nos va a prender el motor y ahí tendremos a disposición el poder que sabemos que el peronismo tiene en toda la provincia”.
La frase le pertenece a un íntimo colaborador de Llaryora, ocupado en la última semana en la nueva-vieja disputa con el Suoem. Llaryora se juega buena parte de lo logrado hasta aquí si conserva la ecuación que en privado defiende con vehemencia y que, remarca, lo hizo llegar a un nivel de aprobación ciudadana compatible con una candidatura provincial: menos sueldos para los municipales liderados por Rubén Daniele representan más gestión y obras para la ciudad.
“Venimos de la selva”
El llaryorismo se hizo lugar en el peronismo a los codazos, luego de dar batalla electoral en aquella recordada interna abierta del peronismo en 2013. “Venimos de la selva”, grafica un importante socio fundador de esa vertiente. Esa característica constituye un ADN propio que contrasta con otras expresiones del peronismo. Por eso, entre otras cosas, la construcción política hacia dentro de Hacemos por Córdoba es otra, y hasta lo hace a Llaryora receptor de críticas internas.
Es evidente que las dotes del intendente capitalino difieren, por ejemplo, con lo que representaba la figura de José Manuel de la Sota, un imán cautivador, cultor de las relaciones, la contención y las emociones, todos condimentos de uso corriente de una forma de hacer política que hoy no abunda. El título de “animal político” lo definía por entero. “Llaryora es más parecido, aunque no igual, a Schiaretti que a De la Sota”, lo describe otro sommelier de la cocina pejotista.
Hasta antes de llegar al poder de la Capital –y a pesar de ocupar lugares centrales en las administraciones peronistas–, el sanfrancisqueño era mirado por quienes ahora se encaminan a cumplir un ciclo como una amenaza. Decían que el hombre del interior venía por ellos. Esa desconfianza ya no es tal en esa magnitud, pero aún hay resquicios de aquella prevención.
No es casual el grito en el cielo que pusieron los schiarettistas hace unas semanas, cuando las juntas promotoras comenzaron a reproducirse en ciudades y pueblos del interior lanzando al Panal a Llaryora. Viejos caciques que aseguran que responderán al gobernador Schiaretti hasta el último día que esté en el poder transmitieron el descontento por la anticipación. Calma, peronistas.
También bufaron cuando desde el Palacio 6 de Julio se difundió la posibilidad de que Schiaretti recale en la Capital provincial como una forma de garantizar el triunfo en la ciudad si el panorama se complica en demasía en 2023. Respeto por el líder aún en funciones, reclamaron elevando el tono sus más fieles adláteres.
Algunos observan en la figuración cada vez más protagónica de la senadora Alejandra Vigo signos de recaudo. El nombre de la esposa del gobernador aparece en las alquimias posibles para la Capital. Pero también se la comenzó a nombrar como eventual compañera de fórmula de Llaryora para la provincia.
Esos mismos dirigentes, varios de ellos en funciones y con cargos importantes en la administración, muestran mayor grado de preocupación sobre el escenario electoral provincial que se avecina respecto de la percepción que traslucen más cerca del intendente Llaryora.
El peronismo mira hacia el terreno de la oposición y sueña con un regalo parecido al que recibió en 2019 con la suicida fractura de Juntos por el Cambio. Pero también pasan cosas en el patio de casa. Nada que no se pueda administrar, claro, pero ese trabajo demandará inversión de tiempo y recursos valiosos.