En uno de sus últimos escritos, mientras intentaba entender a la Argentina de 1880, Juan Bautista Alberdi describió el algoritmo nuclear del orden conservador: un régimen político donde en verdad no hay elecciones, sino gobiernos electores que controlan su sucesión. Algo de esa definición puede aplicarse a la crisis política actual. Hay un orden conservador agotado, que no encuentra el modo de producir su sucesión.
El fracaso económico del Gobierno le ha hecho más daño al liderazgo de Cristina Kirchner que todos los procesos judiciales en su contra. El relato de la proscripción es la máscara. Es la ruina económica del país lo que la excluye; lo que la convierte en aquello que siempre temió: un liderazgo cenizo, cada vez menos competitivo.
La inflación de tres dígitos que acumuló hasta ahora la gestión del Frente de Todos es sólo el preámbulo de su consecuencia más lacerante: el 30 de marzo el Indec difundirá los indicadores de pobreza correspondientes al segundo semestre de 2022. Según los últimos datos conocidos, a junio del año pasado el 36,5% de los argentinos ya cayeron bajo la línea de pobreza. Los investigadores de la trama social estiman que a fines de este mes esa cifra rondará el 40%.
A uno de cada cuatro argentinos se le abrió el suelo bajo los pies.
Estrategias de retirada
Esta realidad dramática hace que toda la estrategia política del oficialismo se haya reducido a astucias tácticas de salida. Ese desorden cardinal afecta en primer orden el sillón presidencial. Cristina Kirchner ya no se hará cargo del presidente que puso... ni de lo que ella hizo con el presidente que puso. Pero desde la perspectiva del control de la sucesión, el dato de la inflación indomable en febrero devaluó a Sergio Massa. Especialmente para Cristina. Un superministro de Economía que obtiene como resultado una superinflación no puede ser candidato en condiciones competitivas.
Esa complicación dispara otras peores. A Cristina Kirchner se le ha enturbiado también la sucesión sectorial, la de su propio espacio político. La interna inocultable de La Cámpora refleja las diferencias sobre el modo de cubrir la retirada. Máximo Kirchner parece empujar una última ofensiva por el control de las cajas nacionales e impulsa a Axel Kicillof a una candidatura presidencial. Kicillof se atrinchera en La Plata y le reza a Javier Milei para que divida el voto opositor.
¿Máximo desconfía de Kicillof? Si el gobernador retiene la provincia de Buenos Aires, podría tentarse a liderar el kirchnerismo residual con un proyecto propio. Tal vez Cristina –célebre por sus confianzas hueras– también recele de Kicillof. Pero a diferencia de Máximo, es consciente de que el algoritmo sucesorio del matrimonio Kirchner concluyó con la muerte de su esposo. Todos los esfuerzos por empoderar a su hijo fracasaron con notorio éxito.
Sin materia
En Juntos por el Cambio también hay crujidos de sucesión. Mauricio Macri alimenta todavía la incógnita sobre una eventual candidatura suya. Acaso lo haya percibido en su último regreso al país: la disputa de sus herederos está tan lanzada, ha evolucionado tan intensamente sobre las bases de su coalición política, que en breve aquella incertidumbre que alimenta podría difuminarse, quedar sin materia.
Casi como condición previa en cada diálogo con sus bases políticas, Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta son obligados a sentar posición y lo dicen de manera cada vez más irreversible: se presentarán en las Paso, aun si Macri anota su candidatura.
Si se mira desde allí, hay algo que parece resuelto en Juntos por el Cambio, aun cuando se perciban todavía como una incertidumbre supuesta: si alguien competirá con Macri en las primarias, es porque la sucesión ya se resolvió. Macri influye, pero no elige. Puede incluso ganarle a un competidor. Pero ya no elige.
A Macri, la inflación lo daña más que a sus herederos. Fue el fracaso más sonoro de su gestión. Puede argumentar –y le asisten varias razones– que aun así hizo con lo que tenía a mano todo lo que había que hacer. Pero esa argumentación defensiva lo erige más como orientador programático que como candidato competitivo.
Para peor, Javier Milei corre por derecha maximizando aspectos centrales de las convicciones liberales de Macri, hasta llevarlas a extremos ridículos: ¿Es usted uno de los nuevos pobres? Confíe en sus méritos: venda un riñón.
La emergencia de fenómenos como el de Milei deja servida, además, una hipótesis (más general) por resolver. ¿Y si es la Argentina entera la que no está entendiendo que el orden conservador está agotado y busca en discursos incendiarios resucitar la vieja pócima operativa para perpetuar su sucesión?
Suelen ser comunes en la historia de las naciones los ciclos recurrentes de encanto y desencanto. Cristina Kirchner busca afanosamente una salida al desencanto crepuscular con sus ideas. Las nuevas generaciones la miran con acidez, como en la decadencia de la antigua Roma. Pero al mismo tiempo se encantan con la motosierra del profeta libertario que promete demoler lo que los precios cabalgando enterraron como ruina.
Suele ocurrir que entre el ruido de los derrumbes prosperen los encantos del pensamiento mágico. Como dicen los estudiosos del esoterismo: calderos medievales burbujeantes de milagros; reliquias sagradas que detienen flujos de lava; ríos sorprendentes que fluyen cuesta arriba.