“Una mañana, tras un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se despertó convertido en un monstruoso insecto”. De Franz Kafka se ha dicho que sufría de un insomnio impiadoso; que desfallecía entre el sueño y la vigilia, y que allí encontraba las pesadillas que escribió y pidió que nunca fuesen publicadas. Cuando murió, su amigo Max Brod traicionó esa voluntad, para bien de la literatura.
La más conocida de esas alucinaciones es la que cuenta la transformación de Gregorio Samsa, un oscuro viajante de comercio que amanece convertido en un bicho repugnante, trastorna por entero la vida de su familia y muere abandonado en su agonía.
Acusado por Javier Milei de haber pactado con Cristina Kirchner el fracaso del proyecto de ley de ficha limpia, Mauricio Macri declaró que el Presidente está alucinando. Añadió que esa incriminación es tan injusta que le provoca una desilusión infinita. De pronto amaneció convertido en un insecto peor que atroz: vetusto.
Tres de los nombres olímpicos de la escena argentina se entrecruzan en esa alusión recíproca de pactos inconfesables. Dos expresidentes y el actual jefe del Estado. El cuarto nombre estelar está recluido: Alberto Fernández, cascarudo mayor en juicio de residencia, abandonado por el peronismo, que en su momento lo percibió eternauta.
La imagen decadente que ofrece la discusión por el aborto de ficha limpia no está muy lejos de lo que muestran las elecciones distritales de este año, que ya comenzaron, en dirección a las nacionales de octubre. Si alguien esperaba un milagro con el cambio de gobierno, una decantación acelerada de la crisis de representación política, ese milagro no está sucediendo.
El espacio de opinión adverso al peronismo (que gobernó el país durante cuatro mandatos presidenciales desde que comenzó el siglo) sigue mostrando una disputa interna enzarzada y salvaje. En otra de sus declaraciones furiosas, el presidente Milei mostró esas fracturas: además de su acusación a Macri –el aliado del balotaje–, volvió a descalificar a la vicepresidenta Victoria Villarruel.
A casi dos años de haberla elegido como compañera de fórmula para las primarias de 2023, Milei advierte ahora que Villarruel se adscribe al nacionalismo católico, que según él es incompatible con el pensamiento liberal. Para no dejar dudas, el Presidente subraya que Villarruel tiene vedado el acceso a las deliberaciones del gabinete nacional.
La exhibición más cruenta de las divisiones políticas del centro a la derecha será el próximo domingo en la vitrina política del país, la ciudad de Buenos Aires. Es tan dispersa la oferta electoral que el candidato kirchnerista Leandro Santoro tiene posibilidades de colarse y triunfar en la ancha autopista de la diáspora. Santoro se imagina a sí mismo como Sergio Massa, que entró al balotaje primero, sorteando los escombros de la interna entre cambiemitas y mileístas.
La escena no es muy distinta en el espacio político de raíz peronista. Otra vez la foto muestra a Cristina Kirchner renegando con los delfines que elige. Ocurrió con Amado Boudou; sucedió con Alberto Fernández; sobreviene con Axel Kicillof. De nuevo reclama para sí el rol de electora dirimente. Esta vez se hizo con el sello nacional del Partido Justicialista, el mismo que reservaba para suturas, en tiempos en que nadie hablaba de mandriles.
Pero el sello del PJ viene siendo objeto de derrotas estrepitosas en las elecciones locales. Ganan gobernantes que llegaron desde esa estructura, como Carlos Poggi o Gustavo Sáenz, pero ahora no le hacen asco a la metamorfosis. El camuflaje es el secreto de la evolución natural. Especímenes del estilo de Carlos Rovira. A veces salen de sus cubiles para alguna depredación notoria y regresan rápido para invernar, más discretos.
Reformas inconclusas
Entre las grandilocuencias que los gobernantes de turno suelen proclamar, una de las más insistentes es la reforma política. Las autoridades actuales sostienen que la crisis de representación está superada por el imperio de dos cambios importantes en el régimen electoral: la boleta única de sufragio y la suspensión de las primarias partidarias obligatorias.
¿Por qué, entonces, la foto de la política sigue siendo la misma? El desdoblamiento al infinito de los calendarios electorales persiste; la negación recíproca de legitimidad ha vuelto a manifestarse en la controversia por el proyecto de ficha limpia; la opacidad del financiamiento político asomó en el Libragate antes de que caducaran los mecanismos tradicionales al estilo de la causa Vialidad.
Tal vez por eso la crisis de representación sigue sacudiendo con su carga de corrosión institucional y desilusión infinita. En el Congreso de la Nación, con el juego de vetos cruzados de suma cero. En la Justicia, donde terminó la aventura de una persecución por juicio político al tiempo que comenzó un intento de intervención con la frustrada candidatura de un juez de ficha oscura. En la arena del debate público, donde los ideólogos libertarios de la nueva hegemonía de turno también se han transformado, como el gris Gregorio Samsa.
Deambulan por las redes, como una metamorfosis sintética de los viejos cascarudos que crepitaban contra sus enemigos en las misas oficialistas de 6-7-8.