El expresidente Alberto Fernández protagoniza, en el rol de presunto victimario, el último gran escándalo nacional. La fuerte movilización política y el debate general que este genera en tiempo real aún no dejan advertir en toda su magnitud los efectos que tendrá para el sistema político –y especialmente para el peronismo kirchnerista– la denuncia por maltrato físico y psicológico presentada por la ex primera dama Fabiola Yañez.
Para Fernández, parece claro que se trata de un nuevo descenso (otro más) de una carrera política que ya lucía terminada cuando el pasado 10 de diciembre entregó lo que le quedaba de poder.
Quien se jactaba de “honorable” y le enrostraba al kirchnerismo no ser igual a ellos cuando de corrupción se hablaba, ahora tiene prohibido acercarse a 500 metros de distancia de su expareja. Además, tiene pendiente dar cuenta ante la Justicia sobre comprometedores chats en los que aparece interviniendo a través de su secretaria privada a favor de un amigo, en lo que asoma como el caso de corrupción más importante de la era albertista.
Apoltronado en el Sillón de Rivadavia, el presidente Javier Milei saborea las desventuras de su antecesor en el cargo.
Como era previsible, el libertario aprovechó la oportunidad para reforzar su discurso anticasta y también antifeminista. Lo hace apalancado en una contradicción flagrante que Fernández le sirvió en bandeja.
Milei hace lo que tanto rédito le dio durante la campaña electoral. Sólo tuvo que agregarle ahora la especificidad que marca el momento: linkeó sus ideas en contra de cualquier cosa que tenga que ver con promover políticas de género con el cinismo manifiesto que lo expone a Fernández en el drama revelado por Yañez. Se trata de la misma y efectiva lógica que lo hizo jefe del Estado: sintetizar conceptos y hacerlos entendibles para el gran público, conectar con el hartazgo de un sector de la sociedad y ofrecer otro relato sin contemplar nada, pero nada, de lo hecho antes.
Milei contrastó la conducta de Fernández con la política de género que llevó al expresidente a crear un ministerio de la mujer. Y lo simplificó en una palabra que “rima” con casta: “Estafa”. El Gobierno llegó incluso a anunciar la venta del inmueble donde funcionó hasta hace unos meses ese ministerio.
Mientras le saca rédito al presente, nada dijo aún el Presidente del grave hecho que representó la visita que seis diputados de su espacio le hicieron a genocidas en la cárcel de Ezeiza.
El episodio Yañez, sin embargo, representa un claro triunfo para el libertario en el plano simbólico. Ese es el otro daño que produce Fernández con su accionar reprochable, al margen del más importante que habría sufrido Yañez. Por eso, en términos políticos, es imperdonable para el peronismo todo y para el kirchnerismo en particular.
Si bien los avances logrados por años de trabajo de los colectivos feministas no se derrumbarán ahora –entre ellos, por ejemplo, el hecho de que Yañez haya podido denunciar su situación y obtener rápidamente medidas preventivas y de resguardo de parte de la Justicia–, el mero debate habilita posiciones que no habían encontrado margen hasta aquí para germinar en el jardín de la discusión pública.
Por caso, el tuitero y streamer libertario Daniel Parisini, más conocido como “el Gordo Dan”, lanzó en las últimas horas su receta simple y fácil para prescindir de la inversión que demandan las políticas de género. “La única solución comprobada es meter bala”, dijo, como propuesta de castigo para maltratadores y abusadores.
Las piedras del peronismo
Entre el cálculo político y el desprecio personal, el kirchnerismo comenzó ayer a procesar públicamente el profundo rechazo que tiene por Alberto Fernández. Aunque todavía resta que se exprese Cristina Fernández de Kirchner, principal responsable de que el profesor de Derecho Penal de la Universidad de Buenos Aires haya gobernado el país. Nadie más que ella hizo que Alberto fuera candidato, ante la imposibilidad propia de volver a serlo.
Quien sí habló y sorprendió por lo dicho es Juan Grabois, exprecandidato presidencial del peronismo. Admitió en X que votó a Fernández, a Sergio Massa y a Daniel Scioli aun a sabiendas de sus inmoralidades. Y aseguró que volvería a hacerlo porque lo que había enfrente era una opción peor. Toda una confesión del amigo del Papa, que expone una conducta del peronismo negado a regenerarse.
¿Habrá margen, luego de esta nueva crisis, para que peronistas no kirchneristas ganen espacio como alternativa dentro del PJ, ante la evidente descomposición que exhibe el sector que durante los últimos 20 años lideró el partido del general Perón? La pregunta, aún sin respuesta, entusiasma a quienes están cerca de Juan Schiaretti, el exgobernador que construye su partido nacional bajo la consigna de un peronismo federal, moderno y productivo.
