Martín Guzmán fue desde siempre el ministro de la deuda. Asumió con pleno apoyo de Alberto y Cristina para ejecutar una renegociación que sorprendería al mundo de las finanzas globales. Venía con el aval del premio Nobel Joseph Stiglitz, el apoyo del papa Francisco y el trato preferencial de Kristalina Georgieva.
Silvina Batakis reemplazó a Guzmán en medio de una corrida. Con inversores de todo tipo escapándoles a los bonos de la deuda externa privada renegociada por Guzmán. El valor de esos bonos cayó a niveles catastróficos. Como si aquel acuerdo con Guzmán no hubiese existido nunca y la deuda estuviera otra vez en cesación de pagos.
Batakis y el Banco Central anunciaron, además, que intervendrán con medidas de emergencia para evitar también el colapso de la deuda interna. Una bola de nieve que tiene en vilo al sistema financiero como en las épocas previas a los corralones y los corralitos. Batakis asumió con pleno apoyo de Alberto y la aprobación de Cristina, la que volteó a Guzmán.
Entre la caída de Guzmán y las primeras jornadas de Batakis, el dólar se fue a las nubes. El peso se depreció a pasos agigantados. Diciendo que hacía todo para evitar una devaluación brusca, el Gobierno provocó una devaluación brusca.
El poder de compra del salario se volvió a licuar.
Martín Guzmán le recomendaba al Presidente decir que no tenía un plan económico. Que no tenía sentido explicar ese programa sin tener despejada la variable central del diseño: la restricción de la deuda. Luego corrigió el relato y dijo que el plan era el Presupuesto.
Al primero que tuvo lo invalidó la distorsión pandémica. Al segundo lo calculó con una inflación irreal. Al tercero se lo volteó Cristina. El Fondo le escribió a Guzmán el único boceto al que este podía aferrarse.
Al asumir, Silvina Batakis se abrazó al recuerdo de José Ber Gelbard, el ministro del último Juan Perón, admirado por Cristina. Menos de una semana después, Batakis dijo que el Gobierno cumplirá el plan acordado con el Fondo.
El dólar cedió unos momentos al escucharla recitar el credo. Tampoco aflojó tanto: tres empanadas.
Juan y Emilio
Juan Grabois viajaba al Vaticano con la misma frecuencia que Guzmán. El Papado lo invitaba a las tertulias de economía populista. Acaso creyó en esa arcadia que imaginaba Stiglitz cuando sobrevino la pandemia. Un mundo desglobalizado y fraterno, un jubileo indulgente del cual resultaría el perdón de todas las deudas; el colapso definitivo del capitalismo global.
A Dios rogando y con el mazo dando: Grabois continuó mientras tanto con su objetivo más pedestre, la sindicalización estatal del desempleo. Si la arcadia no funcionaba, lo que iba a quedar era más pobreza. Un nuevo sujeto histórico: el desempleo crónico subsidiado. Más poderoso y rentable que las corporaciones apolilladas de la Carta del Lavoro.
Emilio Pérsico acompañaba de a ratos. Sin tantas cruces, ni aprontes, ni encargos para el Eterno. Organizaba en paralelo los mismos piquetes del desempleo, para reclamar más subsidios al desempleo. Como no tenía el auspicio de Roma, jugó sus tejos a la interna de la Casa Rosada.
Apoyando a Alberto contra Cristina, conquistó la gerencia de gerencias de los planes sociales.
Juan Grabois acaba de cruzarse en el camino damasceno de la ministra Batakis. No se puede servir a dos señores, le advirtió. O firma un decreto para transformar en universal el subsidio del miedo o se alinea con Georgieva, como el finado Guzmán.
Emilio Pérsico está en otra pelea. Cristina domina el Gobierno y le apuntó con un láser. Pérsico devolvió un par de tiros. Dijo que en el mejor momento del gobierno de Cristina “el país era una mierda”, con 11 millones de trabajadores sin derechos. Y que hablar de la “tercerización” de las políticas sociales –como la vice– es una visión gorila: “Evita hizo su obra a través de una fundación; Perón, a través de los sindicatos”.
Coincide con Grabois en el final del camino. Pérsico critica los subsidios al desempleo. Dice que son reflejos culposos de la pequeña burguesía progresista. Que el peronismo es la representación del trabajo. Hay que asegurar un salario. Y si la economía en crisis no lo provee, pues que el Estado lo pague por decreto.
El eufemismo está completo: a los desempleados se les cambia el nombre. Son trabajadores de la economía popular. A la representación sindical la tienen armada. Un poco para Juan; otro poco para Emilio; una cuota Inadi para la izquierda tradicional.
Que imprima billetes y pague Batakis, que para eso reemplazó a Guzmán.
