El cordobés Juan Schiaretti fue durante dos años una figurita difícil en el álbum de la política nacional. Apenas asistió a una de las reuniones de gobernadores convocada por Alberto Fernández a principios de su gestión y recién reapareció en Buenos Aires en diciembre pasado, cuando Alejandra Vigo juró como senadora.
Todo cambió de repente.
Todo sobre lo que pasa con el gobierno de Schiaretti
Desde hace un mes, el gobernador viene mostrando fotos con dirigentes nacionales que concurren a su despacho –primero los radicales Gerardo Morales y Facundo Manes, y ahora el gobernador chaqueño Jorge Capitanich, todos con ambiciones presidenciales– y la semana pasada estuvo en dos reuniones de alcance nacional que impactaron en el estado de ansiedad generalizada que invade al sistema político argentino.
En el primero de esos encuentros, una cena sin fotos organizada por el exgobernador salteño Juan Urtubey, los comensales fueron Schiaretti y Morales, los diputados Florencio Randazzo, Graciela Camaño, Rogelio Frigerio y Emilio Monzó, el exsenador Ángel Rozas y el intendente rosarino Pablo Javkin.
Un verdadero elenco antigrieta que busca más protagonistas y que parece estar esperando a Sergio Massa.
Al día siguiente, el gobernador de Córdoba fue a un evento social organizado por el operador Guillermo Seita y ampliamente difundido. Schiaretti –quien concurrió con el intendente Martín Llaryora, su candidato para la sucesión– compartió escena con Horacio Rodríguez Larreta y con el santafesino Omar Perotti.
Mañana, además, Schiaretti asumirá la presidencia temporaria de la Región Centro y se reunirá en Santa Fe con sus pares Perotti y Gustavo Bordet (Entre Ríos). La agenda nacional del gobernador estaba sin uso y de repente se llenó de citas.
Incertidumbre histórica
El momento que eligió Schiaretti para levantar el perfil es mucho más significativo que los nombres propios de sus interlocutores.
Hay que volver a principios de siglo para encontrar un nivel de incertidumbre comparable al que genera la crisis que exhiben de modo cotidiano Alberto Fernández y Cristina Kirchner en momentos en que la gestión nacional oscila entre las decisiones contradictorias y la parálisis total.
Mientras tanto, todos los problemas se agravan hasta llegar a absurdos tales como la falta de gasoil a la hora de levantar la cosecha que promete un ingreso récord de dólares al país.
Schiaretti nunca albergó ninguna expectativa sobre la gestión del Frente de Todos, y descontaba desde el vamos que este momento iba a llegar. Fue el único gobernador peronista que no apoyó la fórmula Fernández-Fernández, su pesimismo se profundizó al extremo en estos dos años, y desde hace un semestre es un opositor pleno.
Los schiarettistas hace tiempo que sostienen que el gobernador habla con mucha más gente de lo que se conoce, y reiteran que es un “hombre de consulta” tanto de representantes del ámbito privado como entre sus pares. Ahora se entusiasman con otra figura: “piloto de tormenta”.
En qué puede traducirse ese repentino protagonismo nacional del gobernador cordobés es un enigma que no puede resolverse –ni siquiera plantearse– mientras no se conozca la evolución de la crisis en la cúspide del Gobierno nacional.
Está claro que Schiaretti no permanecerá en silencio en el Panal como lo hizo durante dos años.
Más claro todavía parece que el peronismo cordobés considera fundamental tenerlo al gobernador disputando un espacio nacional para la continuidad sin sobresaltos en la provincia: Martín Llaryora es el más entusiasta defensor de la proyección nacional del gobernador.
La gestión sobre el partido
Lo que Schiaretti procurará a nivel nacional –sea cual fuera el espacio que pueda disputar– es lo mismo que Llaryora intentará dentro de los límites de la provincia: defender una idea de gestión antes que una pertenencia política. La identidad peronista del schiarettismo es escasa y estará cada vez más relegada.
Las señales nacionales de Schiaretti fueron la única novedad de peso de la política cordobesa. En Hacemos por Córdoba, el vicegobernador Manuel Calvo y el intendente de Río Cuarto, Juan Manuel Llamosas, también levantan el dedo para ratificar que están en carrera para 2023.
Ya nadie habla de internas en el oficialismo, donde lo más sustancial a resolver es quién encabezará la boleta para la Intendencia de la ciudad de Córdoba. Esa selección es cada vez más compleja, ya que en el oficialismo comienza a imponerse la idea de pegar esa elección con la provincial.
La oposición no modificó en nada el cuadro de situación que rige desde las elecciones de 2021.
Luis Juez y Rodrigo de Loredo ratifican a diario la extraña sociedad que los tiene a ambos lanzados en campañas provinciales mientras todo el resto de Juntos por el Cambio es un hervidero de versiones contrapuestas, alimentado de forma permanente por la interna nacional del PRO y las confusas señales de Morales, el presidente del radicalismo nacional que repite reuniones con Schiaretti.
Sobran las incógnitas locales. Pero es la incertidumbre nacional la que marca el cuadro general: aunque algunos aceleran, 2023 queda muy lejos. Demasiado para el tamaño de esta crisis.