A grandes rasgos, los expertos en comercio internacional se dividen en estos días en dos grupos: quienes dicen que comenzó una nueva guerra comercial globalizada y quienes dicen que esta ya venía desarrollándose de manera solapada y ahora cruje con ruidos tras el inicio de la nueva administración Trump.
En Argentina, la diferencia entre ambas descripciones no parece ir más allá de una discusión de matices. Una preocupación mayor es la que manda: ¿cómo impactará en el país esta novedad global? O, más bien: ¿está yendo el equipo económico en la dirección adecuada para evitar cualquier impacto negativo o acelera en un rumbo contrario?
Trump no está haciendo sino aquello que prometió: elevar las barreras de protección de la economía estadounidense. Empezó con los vecinos más próximos -México y Canadá-, para obligarlos a negociar. Ni bien los mercados se asomaron a ver esa nueva escena, una ráfaga de inversores migró de sus distintos activos financieros hacia el dólar fortalecido por las expectativas sobre Donald Trump.
En Argentina, el equipo económico se aferró al programa cambiario con medidas que parecen orientarse en sentido opuesto: redujo el ritmo de microdevaluación, pese a las observaciones de los críticos que objetan un atraso cambiario.
Para los legos, el contraste entre lo que hacen otras economías para enfrentar la escena global de guerra comercial -inminente o detonada- y lo que hace ante el mismo desafío el equipo económico de Javier Milei es una gran incógnita. Muchas voces de economistas advierten por el rezago cambiario en Argentina y por su impacto negativo en la competitividad, el nivel de actividad y el sostenimiento del empleo. Pero el Gobierno dice que todos esos economistas fracasaron con sus pronósticos sobre la baja de la inflación tras el incendio legado por el kirchnerismo.
Acaso lo primero que habría que desencriptar es el objetivo y el alcance real del proteccionismo económico de Trump. El analista Carlos Pérez Llana sostuvo días atrás que los mensajes que lanza la nueva Casa Blanca anuncian que el objetivo excede el cumplimiento de las promesas de campaña referidas a la protección del empleo norteamericano.
“América primero” era una consigna central de Trump para su primer mandato: una consigna que se traducía como protección prioritaria del empleo y la economía familiar norteamericana. Pero en el segundo mandato esa misma consigna podría expresar, con las mismas palabras, una idea distinta: la de construir un nuevo orden mundial, donde Estados Unidos recuperaría la centralidad casi excluyente que alguna vez tuvo.
En esa perspectiva, la guerra comercial (o aquello que se le parezca, aunque use otro nombre) es, además de un impulso de protección hacia el frente interno, una herramienta de realineamiento geopolítico en su frente externo. Pérez Llana la denomina “la reconstrucción de la presidencia imperial”.
Dos gestos iniciales de la diplomacia norteamericana parecen alentar esa mixtura de recomposición geopolítica, expresada en los términos del comercio global. El nuevo secretario de Estado, Marco Rubio, explicó la aspiración norteamericana sobre el Canal de Panamá. Para la administración Trump, el funcionamiento del tratado sobre ese punto estratégico del comercio mundial debe ser revisado, por la creciente influencia china en su administración, potenciada por la inauguración reciente del puerto peruano de aguas profundas en Chancay.
Un segundo gesto geopolítico expresado en términos comerciales es la sorpresiva aspiración norteamericana sobre Groenlandia, que recuerda la compra de Alaska a Rusia en 1867. Pérez Llana advierte: también China se ha declarado “potencia ártica” a propósito del debate sobre esa gigantesca isla de hielo, yacimiento de todo tipo de minerales.
Pero, además, señala una coincidencia interesante: Donald Trump, Xi Jinping y Vladimir Putin parecen adherir, en medio de las trifulcas comerciales y diplomáticas, a una idea en común: las grandes potencias tendrían el derecho a poseer una zona de influencia. En su impulso proteccionista, Trump arrancó alineando a México y Canadá. ¿Será esa la razón por la cual el equipo económico de Milei camina tan confiado con su dólar con cepo y a contramano? ¿Debería el equipo económico argentino morigerar su exceso de confianza o sus críticos aligerar su aversión al riesgo?
El infierno son los otros
No será fácil saberlo hasta que los resultados estén a la vista. Entre otros motivos, porque también en el ámbito de los economistas, el libertarismo ha cavado zanjas para ganar nitidez. Milei trata a los economistas que disienten con él como si fuesen enemigos.
Esa inclinación por dividir tajantemente las aguas es una curiosa coincidencia entre sus ideólogos y aquellos que inspiraban los discursos de Cristina Kirchner. En algunos ensayos de Agustín Laje, la distinción de la diada amigo-enemigo se expresa a veces en los mismos términos de Ernesto Laclau.
En unos textos ocasionales que publicó en 2011, Umberto Eco hizo un repaso histórico somero (pero de una erudición desbordante y exquisita) sobre la idea de “construir al enemigo” señalando como amenaza al diferente. Catilina, para Cicerón; los paganos, para Agustín; los cristianos, para Plinio; los negros (defenestrados hasta en la circunspecta Enciclopedia Británica), los judíos, los bizantinos, los sarracenos, los homosexuales, los gitanos para Lombroso, las mujeres (incluso para el laico Bocaccio), los leprosos, los herejes para Bernardo Gui, las brujas (cuyos juicios inquisitoriales fueron luego imitados en los procesos de Stalin).
“La figura del enemigo no puede ser abolida por los procesos de civilización”, concluye Eco con resignación. Pero advierte: “La instancia ética sobreviene no cuando fingimos que no hay enemigos, sino cuando se intenta entenderlos, ponerse en su lugar”. Además de sus devocionarios sobre economía, Milei también podría leer esas páginas del erudito italiano.
Escribe Eco, recordando a Jean Paul Sartre: “Por una parte, podemos reconocernos a nosotros mismos sólo en presencia de Otro, y sobre este principio se rigen las reglas de convivencia y docilidad. Pero, más a menudo, encontramos a ese Otro insoportable porque de alguna manera no es ‘nosotros’. De modo que, reduciéndolo a enemigo, nos construimos nuestro infierno en la tierra”.