Hay un argumento que atraviesa con notoria regularidad la casi totalidad de las expresiones políticas que tienen bancas en el Congreso y que no se identifican ni con Javier Milei ni con Cristina Kirchner. Menos que un argumento, es un reproche. Se expresa así: el Gobierno y el kirchnerismo eligen polarizar entre sí porque les conviene electoralmente.
De tan obvio, el razonamiento es cándido. Visto desde la Casa Rosada, bien podría traducirse en estos términos: “Estimado señor presidente: ¿sería usted tan gentil de polarizar con nosotros –que no somos kirchneristas–, así nos beneficiamos de los éxitos que obtenga en la gestión, sin arriesgarnos a ser oficialistas? ¿O para sacar rédito de sus tropiezos, sin que la gente nos critique por obstruir?”.
Simplificando: “¿Sería tan amable, señor Milei, de facilitarnos el acceso a la presidencia que no pudimos alcanzar? Y usted, señora Kirchner, ¿podría por favor retirarse definitivamente de la política, así sus votos comienzan a deambular sin destino, hasta que al fin nos encuentren?”.
En la política real, cada quien confronta o acuerda con quien quiere hacerlo, y toma los riesgos por las consecuencias. No existe algo así como la donación de poder. Si Milei y Cristina emergen como referentes en una polarización, es porque las cosas que hacen son para el electorado objetivamente opuestas. Esas posiciones no se regalan: se conquistan.
Si Milei toma el riesgo de polarizar con Cristina, es porque asume un cálculo de poder. Si ella elige persistir en la confrontación, también. Tal vez en su condición de condenada por corrupción, íntimamente comparta la conocida consigna “¡viva la libertad, carajo!”. Pero los motivos tal vez son lo de menos. Ella asume el riesgo de obstruir, de cara a la sociedad. La sociedad premiará (o castigará) con su voto esa posición.
Que Milei y Cristina jueguen sin reparos a confrontar no invalida de ninguna manera la necesidad (o la urgencia) de los matices. Pero quienes asumen como posición política la crítica a la bipolaridad, a la grieta y la división binaria y reivindican la necesidad de diluir el blanco y el negro en grises indispensables no pueden levantar como argumento que los dos referentes de los polos dominantes los ignoran y no los miran para legitimarlos.
En todo caso, están obligados a persuadir al electorado con estrategias más enfáticas y convincentes sobre los beneficios de la moderación. La relevancia es la condición de toda política. No se mendiga en el escritorio: se gana en la cancha. Ni Milei ni Cristina serán dadores de sangre.
Casi todos los espacios políticos que reclaman legitimación en el debate como espacios de centro despliegan un discurso descriptivo sobre la profunda crisis de representación que dio lugar al surgimiento de Milei. Crisis con raíces económicas evidentes, como el pánico a una nueva hiperinflación que amenazó al país hace apenas un año. Crisis de la trama social, que a la pobreza estructural de un tercio le añadió 20 puntos de la población.
Pero también crisis del modelo de organización política de coaliciones inestables e inorgánicas, que fue la salida al derrumbe de la convertibilidad, a principios de siglo. Esa descripción del modelo caído es casi siempre detallada y exacta. Una descripción con precisión forense. Pero se trata de una autopsia hecha por los mismos cirujanos a quienes se les escapó la salud del paciente.
El cierre del año parlamentario ha sido una muestra de esa crisis de la política, asumida por toda la sociedad menos por la política. Cuando Milei comenzó su gobierno, los parlamentarios amagaban con comérselo crudo. Su condición en el Congreso era ultraminoritaria. No tenía gobernadores, ni intendentes, ni jueces, ni sindicatos, ni piqueteros que lo respaldaran. Pero los congresistas terminaron el año con discursos plañideros porque el minoritario no aportó el cuórum para tratar sus proyectos.
¿Cómo se las arregló Milei, entonces? ¿Eran tigres de papel los referentes del contrapoder parlamentario? ¿Será que Milei les tenía las costillas bien contadas, interpretando al resto de la sociedad? ¿Percibió mejor que en medio de una crisis de representación la debilidad no es sólo de quien está en el gobierno, sino compartida por todo el sistema?
Dispersión, concentración
En el embudo final de las sesiones ordinarias, se amontonaron temas de lo más diversos: la regulación necesaria para evitar la ludopatía; la limitación de los mandatos sindicales; la exigencia de ficha limpia para candidatos condenados por corrupción; un doble intento de limitar el uso discrecional de los decretos de necesidad y urgencia. Mientras la estrategia opositora se distraía en esa diáspora temática, el Gobierno concentró sus plazos negociando el próximo Presupuesto. Sin que sus interlocutores alcanzaran a tener claro si de verdad quería tener aprobado un presupuesto.
El período de sesiones ordinarias concluyó y los mismos tigres de papel que hace un año auguraban idus de marzo ruegan que el Ejecutivo les arme un plan benevolente de sesiones extraordinarias.
Hay en ese pliego de cuestiones abiertas un tema al cual buena parte del sistema le teme: la eliminación de las Paso. En la reconfiguración del sistema político tras la crisis, Milei ya obtuvo un avance significativo con la instrumentación de la boleta única. Algo que los caudillos provinciales resistieron siempre en el Congreso. El solapamiento de sus respectivos electorados distritales con el de Milei los conminó a ceder.
Pero la boleta única es sólo una herramienta. El régimen electoral es una combinación de normas: la de partidos políticos; la de primarias obligatorias; las que ordenan calendarios electorales; la de financiamiento de campañas y acceso a medios de difusión. ¿Cómo se rearmará el sistema? Tras la caída de la convertibilidad, se reconstituyó con la novedad de las grandes coaliciones. ¿En la cabeza de Milei seduce más el modelo bipartidista, al estilo norteamericano? Es casi un dato indiscutible que las primarias obligatorias perdieron legitimidad social. Sólo las defienden los referentes de la crisis de representación. Los cirujanos forenses.
¿Volverá el modelo de los grandes partidos nacionales, pero con diferente identidad?