Circula en las redes sociales, como pez en fondo barroso, un sarcasmo que asegura: “Un progresista es al progreso lo que un carterista a una cartera”; una exageración injusta, pero comprensible tras las últimas dos décadas de poder en Argentina.
El presidente Javier Milei alude a esos años como los del “populismo empobrecedor”. Habla como economista; restringe la idea de populismo a un modo estatizante de administración de la economía. Para Milei, populismo, keynesianismo, socialismo y colectivismo son más o menos la misma idea. Una idea que se encuentra en las antípodas de la economía liberal. Aclara que en Estados Unidos la palabra “liberal” suele usarse como un opuesto a “conservador” y que a veces adquiere un matiz ligeramente socializante, que le disgusta.
Milei prefiere definirse como libertario. (Aunque el rótulo de libertario tampoco está muy claro en la historia reciente. Liberales libertarios también fueron llamados, en Europa, Daniel Cohn Bendit y sus revoltosos de izquierda en mayo de 1968; en rigor, algunos les decían “li-li,bo-bo”, libéraux-libertaires bourgeois-bohèmes).
Cuando Milei se define como libertario, suele hacerlo a renglón seguido de sus menciones a economistas liberales clásicos o neoliberales, que tampoco son lo mismo entre sí. Milei subraya su admiración por Murray Rothbard, economista de la escuela austríaca, considerado fundador del anarcocapitalismo. Una vertiente diferenciada dentro del universo libertario, que postula el “principio de no agresión”.
Pero hay un apelativo que Milei no admite. De ninguna manera tolera que le digan populista. Insultó el lunes pasado al prestigioso escritor Jorge Fernández Díaz por haber sugerido que el Presidente es un “populista de derecha”. Milei le reprocha haber traducido de manera insolvente un escrito de Rothbard donde este recomienda adoptar el populismo como estrategia para la construcción de una anarquía capitalista, sin tutela del Estado como institución.
Milei dice que Fernández Díaz leyó “populista” donde Rothbard quiso decir “popular”. Es decir: hacer del agrado de las mayorías sus ideas sobre la libertad.
Fernández Díaz recomendó en enero pasado un libro del filósofo Luis Diego Fernández donde se desliza una ironía: “Nunca dos libertarios piensan lo mismo y siempre uno termina acusando al otro de socialista”. Ese mismo autor salió ayer a decir que Milei miente, no leyó, o no entendió el texto de Rothbard, porque dice que este quería crear un “liberalismo popular” cuando plantea explícitamente el desarrollo de un programa “populista de derecha”.
El manifiesto de Rothbard –explica– se llama Right Wing Populism, la traducción admisible es la obvia y “no es sólo una narrativa, sino una hoja de ruta electiva electoralmente y una guía de acción”.
Luis Diego Fernández explica que a Milei le cabe perfectamente la categoría de populista de derecha. Es un ejemplo de liderazgo discursivo que coloca todos los males en una elite gobernante (”la casta”) versus un pueblo (”los argentinos de bien”).
Padre, hijo
Javier Milei suele repetir un párrafo de Alberto Benegas Lynch (h), a quien presentó en el último Foro Económico Mundial de Davos como “el máximo prócer de la libertad de nuestro país” (sic). Ese párrafo parece aludir a Rothbard: “El libertarismo es el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo, basado en el principio de no agresión, en defensa de la vida, la libertad y la propiedad de los individuos”.
Aquel mismo prócer firmó días atrás una nota en la que elogia políticas de Milei pero le objeta su cercanía con Donald Trump, un intolerante, promotor del asalto golpista al Capitolio en Estados Unidos. También la inclusión de Carlos Menem en la galería de próceres de la Casa Rosada. Son dos políticos a quienes otros han señalado como ejecutores eficaces del “populismo de derecha”.
Benegas Lynch (h) es el padre de “Bertie” Benegas Lynch, diputado libertario que se despachó con una declaración menos que decimonónica en contra de la educación obligatoria. Menos que decimonónica porque la propia Generación de 1880 –que el Gobierno describe como un faro liberal que condujo el momento de mayor progreso del país– fue la autora de la ley 1.420 de educación obligatoria, que recogió los anhelos de Domingo Sarmiento y Juan Bautista Alberdi e impulsó a la Argentina como modelo en la región.
“Bertie” Benegas Lynch fue tan extremo que pasó por encima del “principio de no agresión”: el proyecto de vida del prójimo es para él irrestricto siempre y cuando no se trate de un niño al que su padre necesite en el taller. El mismo Milei que elogió a un Benegas Lynch como prócer debió desdecir a otro Benegas Lynch por su opinión prejurásica. Pero lo hizo con reservas. Dijo que el error del diputado fue haber pisado el palito de una periodista insidiosa.
El propio Milei dió una clave de interpretación. Sugirió que los libertarios actúan con candidez porque no son manada y provienen del ámbito académico, acostumbrado al debate de ideas sin intenciones políticas subalternas. Y elogió al kirchnerismo: “Ellos entienden cómo es. Nosotros estábamos del otro lado y decíamos que eran unos ‘cabeza de termo’, pero en realidad entienden que vos tenés el poder y te lo van a querer sacar”.
Milei apenas disimula su admiración por esa lógica del poder. Parece insinuar que la única manera de sostenerse en el gobierno es aplicarla con la ideología inversa. Le disgusta que lo llamen populista sólo porque la palabra es, en su biblioteca económica, sinónimo de estatismo. Pero ignora la enorme biblioteca que ha estudiado al populismo como fenómeno político y se enoja porque hay un eco de esa indagación en el manifiesto de Rothbard que recordó Fernández Díaz.
Hay un riesgo en esa ignorancia y en ese enojo. Un riesgo que lo excede, aun en el supuesto de que su gestión de la economía resultara exitosa. Que, después de su experiencia, lo libertario termine siendo a la libertad lo que un autoritario define como autoridad.
