En el fútbol hay una máxima: “Equipo que gana no se toca”. En la política, existe otra regla de oro, no escrita, pero igualmente poderosa: “A un ganador contundente en las urnas no se lo enfrenta”.
Esta vez, el que dio el primer paso para convocar al diálogo fue el presidente Javier Milei, fortalecido y con el impulso fresco del triunfo electoral del domingo pasado.
La mayoría de los gobernadores que llegaron ayer a la Casa Rosada lo hicieron con cierta inquietud. Temían encontrarse con un mandatario eufórico, soberbio, agrandado por el respaldo popular. Pero no fue así, según relató una fuente cercana al gobernador Martín Llaryora.
Milei, quien en repetidas oportunidades había acusado a los gobernadores de ser “degenerados fiscales”, sorprendió al reconocer el esfuerzo de las provincias por sostener la paz social, en medio del ajuste más severo del Estado nacional en décadas.
Puede parecer un gesto menor, una formalidad sin peso político. Pero, para los gobernadores, no lo fue.
Aún no está claro si el diálogo que propuso el Presidente prosperará. Sin embargo, 20 gobernadores decidieron ir a escucharlo a la Casa Rosada. Y eso ya marca una diferencia: apenas un mes atrás, con el Gobierno nacional debilitado, y con los maltratos presidenciales todavía frescos, los legisladores alineados con los mandatarios provinciales hacían fila en el Congreso para aprobar leyes que el oficialismo libertario no podía ni siquiera intentar frenar.
Algo cambió. Al menos, el clima político.
Sin dudas, dos factores influyeron para ese viraje: el respaldo explícito del Gobierno de los Estados Unidos a la gestión libertaria y, por supuesto, el contundente triunfo de Milei en las elecciones legislativas del domingo pasado.
Más allá de las diferencias ideológicas y de los reparos que genera la influencia directa de Washington en los mercados financieros locales, la dirigencia política –y especialmente los gobernadores– interpretó que ese apoyo granítico de los Estados Unidos otorga a Milei un horizonte más estable y con mayores perspectivas de futuro.
Un capital político impensado hasta hace poco para un gobierno sin estructura territorial ni mayoría en el Congreso.
Fortaleza política
La victoria electoral del domingo también fortaleció al oficialismo en el Congreso. El Gobierno nacional aún no tiene la fuerza suficiente para sancionar leyes sin negociaciones, pero al menos recuperó los votos propios para sostener los vetos presidenciales, que hace apenas dos meses caían uno tras otro.
Durante el encuentro, Milei pidió a los gobernadores respaldo para aprobar el Presupuesto del año próximo. Espera un gesto, una señal de acompañamiento tras su ratificación en las urnas.
Pero los mandatarios provinciales también tienen su lista de urgencias: buscan recuperar –aunque sea parcialmente– los fondos que la motosierra del Presidente les recortó en los últimos 22 meses.
Pelea por los recursos
Más allá de las sonrisas, de las fotos y de los saludos ampulosos del jefe del Estado que difundió la Casa Rosada, el pronóstico es que la discusión por el Presupuesto será áspera.
Por primera vez en casi dos años de gestión, el gobierno libertario deberá sentarse a discutir dinero con los gobernadores.
Hasta ahora había esquivado esa negociación, administrando sin Presupuesto o, más precisamente, con el heredado y desactualizado del último año del gobierno de Alberto Fernández.
En los hechos, el ministro de Economía, Luis Caputo, fue quien tuvo la lapicera en la mano: decidía qué partidas distribuir y cuáles no. Así lo comprobó la mayoría de las provincias, que vieron caer convenios y transferencias que venían de gestiones anteriores.
Los gobernadores saben que no obtendrán todo lo que reclamen, pero también entienden que necesitan un Presupuesto aprobado para no depender de la discrecionalidad de Caputo, el hombre fuerte de las finanzas. Milei también dejó una advertencia: “Estamos dispuestos a discutir con las provincias, pero el equilibrio fiscal no se negocia”.



















