Con expresa intención, el gobierno de Javier Milei busca llevar al límite cualquier punto de tensión. A fondo, incluso sin importar que pueda romperse. Nunca menos. Es su estrategia.
La política convencional y buena parte de los mortales entendemos esa jugada como irracional, indescifrable y hasta peligrosa. Inviable cuando se trata de conseguir los consensos que, gusten o no, hacen falta para gobernar.
Pero así hizo campaña, así ganó la presidencia y así entiende Milei que debe seguir gobernando. Es más, el ataque a la “casta”, la identificación con nombre y apellido de quienes se oponen al cambio, y la acusación de “degenerados fiscales” a los gobernadores son el corazón central de esa estrategia. Milei está construyendo una postura pública –el famoso “no la ven”– que hoy es imprescindible para edulcorar la feroz licuación de quienes ganan pesos o tienen ahorros en pesos. En 75 días, todo aumentó en promedio un 70%, con ingresos que casi no se movieron.
Milei sabe que ese bono social no será eterno y que, aunque las encuestas dan cuenta todavía de un apoyo significativo, el descontento se irá sumando a diario, por goteo. Más cuando lleguen las boletas de electricidad y de gas.
Por lo tanto, estamos en un momento de puja por el desgaste. Es una pelea hasta ver quién tira la toalla primero. No quién gana, sino quién abandona primero.
Los movimientos sociales, los gremios y ahora los gobernadores apuestan al hartazgo social. Saben que Milei es un presidente débil en términos institucionales y que su único (y gran) capital es el 56% con el que llegó a la Casa Rosada, pero que eso no es eterno.
Lleva consumidos 75 de los teóricos 100 días de luna de miel de los que goza, en teoría, cada recién llegado al sillón de Rivadavia. En esa tesitura, hay que leer incluso la postura de los gobernadores, que también ganaron en las urnas sus puestos de gestión y que conocen muy bien la tiranía del reloj de arena que es el apoyo popular. Ninguno quiere militar el ajuste ni ser “el héroe del recorte”: huyen del término. A los peronistas les da escozor, por eso quieren que públicamente sea la Nación la que asuma todas las culpas de la malaria.
Carrera contra el tiempo
Del otro lado, Milei también corre contra el tiempo. Sabe que el desgaste sucede, pero su apuesta es lograr resultados económicos rápidos: que la inflación ceda al 8% (e incluso menos) para abril; que la recuperación de reservas sea tan significativa como para que se levante el cepo; que se restaure un nivel fluido de importaciones, de modo que sea la competencia la que fuerce la baja de precios, y que, con la inflación en baja, los salarios comiencen a recuperarse. Los dólares de la soja para marzo-abril dinamizarán la actividad.
Tiene a su favor algo que jamás sucedió en la Argentina: la gente quiere ajuste. No el propio, aunque les toque igual sin que nadie les pregunte. Quiere que la carga sea más repartida, que el corte de la tijera alguna vez les llegue a quienes hasta ahora han sido intocables.
Ahí Milei lee muy bien el sentir popular: las Lali de la vida que hacen recitales pagados por algún fisco; los 400 empleados militantes del Inadi; los fondos fiduciarios; las cajas de Grabois y de Axel Kiciloff; las millas de Aerolíneas Argentinas; los camporistas enquistados en el Pami; los “degenerados fiscales” de los gobernadores que le siguen esquivando a la jeringa.
Milei va por el déficit fiscal cero. Cueste lo que cueste, porque entiende que es la única medida para frenar de cuajo la inflación.
Los gobernadores creen en las bonanzas del equilibrio fiscal, aunque acto seguido le agregan varios peros: que no se puede hacer a hachazo limpio; que hay convenios firmados que no se pueden desconocer; que con la plata ajena es fácil; que no hay que perder de vista el clima social. Con la mano en el corazón: muchas de esas razones fueron esgrimidas en los últimos 20 años para no equilibrar las cuentas, y así estamos, con un Estado quebrado.
Es que, en el fondo, a los estados les interesa poco combatir la inflación, porque la suba de impuestos les reporta un adicional de recaudación que les hace agua la boca y les da un margen infinito a la hora de asignar recursos, con presupuestos que a los tres meses quedan desactualizados. Eso de “gastadores seriales” no está, en algunos casos, muy desajustado a la realidad.
El punto es saber qué sucede antes: si los resultados o el hartazgo social. Milei necesita comprar tiempo para que pase lo primero. La defensa en masa del statu quo, que encabezaron los gobernadores detrás de Ignacio Torres, le quedó a Milei servida en bandeja para la narrativa que pretende construir.
Necesita que la gente vea que el esfuerzo es compartido, quizá por primera vez en décadas. Que si bien les toca la peor parte, al menos ahora también le llegó la hora a “la casta”. Fulbito (del bueno, eso sí) para la tribuna. Hasta que algo en la economía cante un gol. Ahí deberá abandonar la pirotecnia y sentarse en serio a discutir las reformas de fondo que den músculo al crecimiento.
