El rey anticasta sólo tendrá chances electorales en el balotaje con el auxilio de lo más selecto de esa casta que aborrece. Esta debe abrirle un salvoconducto que lo rescate del estancamiento en el que quedó luego de los comicios generales del domingo, respecto de las Paso.
Javier Milei asoma atrapado en la encerrona que él mismo se tendió: su autosuficiencia electoral le alcanzó para ganar las primarias y sumar una treintena de diputados y casi una decena de senadores en las generales.
Para una fuerza nueva y carente de la más mínima estructura, esa cosecha legislativa es significativa por donde se la mire. Sin embargo, el límite en la búsqueda de ir por la Casa Rosada es indisimulable.
La siguiente fase en el camino del líder de La Libertad Avanza es en extremo desafiante. Lo pone en el lugar incómodo de construir; acaso su falencia más notoria.
Si hay una característica que define a Milei en la política es la de parecerse bastante a un gerente de una empresa de demoliciones.
Su imagen portando una motosierra es el símbolo identitario que usó para alimentar el deseo de sus seguidores de recortar privilegios. Los damnificados por los hachazos prometidos son los mismos a quienes Milei debe ir a buscar ahora.
De la autosuficiencia, a la sociedad forzada
El candidato pareció haber entendido muy rápidamente que la administración de la transición entre las Paso y las generales fue equivocada. La potencia de la ola libertaria mostró en las urnas su límite: 30%.
Ese reconocimiento se evidenció en su discurso del domingo por la noche. Con tono pausado y cuidándose de gritar, Milei buscó tender puentes con quienes pueden ayudarlo en el decisivo balotaje.
Como cualquier sociedad –lo saben Milei y sus eventuales socios–, la entente requiere de una mínima acta constitutiva que resuma el pliego de coincidencias y de condiciones. Es ni más ni menos que el arte de negociar, aunque con las reglas de la política, que no son precisamente las mismas que rigen en un contrato entre privados. Nada queda asentado ante escribano. Son necesarias otras artes, tal vez bastante novedosas para el finalista electoral del 19 de noviembre.
Milei mira exclusivamente la canasta de más de seis millones de votos huérfanos que quedaron tras la decepción electoral de Juntos por el Cambio. El segundo de los comicios generales cree que de esa masa de votos saldrá la oportunidad de una victoria ante Sergio Massa, el nuevo y sorpresivo favorito para el balotaje.
La apuesta se concentra en la cuota macrista de esa gran tajada. Milei fue explícito en las últimas horas en promover un acercamiento con Patricia Bullrich, la tercera y marginada de la competencia. “Si Bullrich quisiera sumarse, cómo no la voy a incorporar”, lanzó, ávido de engrosar sus filas.
Aún están frescas las declaraciones con las que Milei acusó y agravió a la líder del PRO haciéndola responsable de poner bombas en jardines de infantes para Montoneros en los años 1970.
En la misma entrevista en la que habló de hacer un “borrón y cuenta nueva” –la manera que encontró para pasar al olvido la etapa en la que denostó al por mayor a dirigentes políticos de distintos pelajes–, Milei se asomó peligrosamente a los balcones de la incoherencia y de la desesperación electoral.
El candidato dijo que no hay nada mejor que cuadros de la izquierda para llevar adelante políticas sociales en el “ministerio de capital humano”, el área que planea crear en caso de llegar a la presidencia. ¿Alguien puede imaginarse un trotskista en las filas de Milei?
Las primeras horas post primera vuelta muestran rasgos antinaturales en las acciones del dolarizador. Además de eventual socia, Bullrich debería ser un ejemplo fresco de las consecuencias que podría sufrir un desperfilamiento del sentido que lo trajo hasta aquí en la política.
Milei parece decidido a explorar el riesgo de dejar de ser Milei.
