El domingo 18 de mayo se rompió otra costumbre de la política argentina. Por primera vez desde 2007, el PRO perdió una elección —legislativa o no— en la Ciudad de Buenos Aires. Y no solo dejó de ganar: cayó al tercer puesto en el distrito que gobierna, que gobernó durante 17 años y que convirtió en símbolo de gestión y poder.
La Libertad Avanza, con Manuel Adorni como candidato, orilló los 30 puntos, casi duplicó su —breve— performance histórica y se erigió como la fuerza más votada de la Ciudad. El peronismo, con Leandro Santoro, volvió a ocupar su lugar habitual: no alcanza para gobernar, pero sí para seguir cumpliendo el rol de oposición. Y el PRO quedó en el peor lugar posible: no ganó, no polarizó, no incomodó.
Hasta ahora, el partido fundado por Mauricio Macri era una rareza en el sistema político: una fuerza local convertida en actor nacional, que se había tragado incluso a un centenario (e incómodo) radicalismo. Era el modelo alternativo al peronismo kirchnerista. Era, con CABA, uno de los pocos distritos que no habían sido terminados de conquistar por Milei en 2023. Pero desde aquel último triunfo de los globos amarillos, una sucesión ininterrumpida de errores propios, y algunos pocos aciertos ajenos, terminó de erosionarlo.
El resultado deja una marca histórica. El PRO se convierte en el primer oficialismo provincial que no logra imponerse en este nuevo ciclo político. El viejo discurso de eficiencia en la gestión ya no alcanza. La promesa de ser un polo -“el” polo- alternativo al peronismo nacional, tampoco.
El peronismo de Santoro necesitaba ganar para festejar. Pero el segundo lugar sigue siendo un buen negocio político. Aunque queda por verse hasta dónde enfrenta una crisis de expectativas: más de uno creyó que ganaba.
Se lamenta el PRO, lejos de sus mágicas noches de Buenos Aires. Lejos también del 46% de 2021 y el 49% de 2023, la suma de sus dos listas no llega al 24 %. El PRO necesitaba, al menos, superar a Adorni. Pero hoy, hay un nuevo rey en la selva de cemento.
Festeja Milei. Y está bien que lo haga. Es un triunfo electoral en el distrito que durante casi dos décadas definió el pulso de la oposición al justicialismo nacional. Y sobre todo, es un triunfo en términos de liderazgo: porque durante meses, la jefatura del espacio no peronista pareció compartida, confusa, en discusión. Pero hoy, no.
Ganaron los libertarios. Y ese resultado, más que una victoria, es un mensaje: el mapa de la política argentina cambió. Y la Ciudad, también.
(*) Director Ejecutivo de Analítica427.