La eternidad de las ocho semanas que faltan hasta la elección presidencial del 22 de octubre parece ofrecer tiempo suficiente para que Javier Milei, Patricia Bullrich y Sergio Massa reinventen varias veces sus discursos: Milei lo hace con la convicción de imponerse en primera vuelta; Bullrich y Massa, con el objetivo de no quedar afuera de la segunda.
Hay indicios de que Juan Schiaretti comenzó a pensar más en los 100 días que le quedan al ciclo histórico que protagoniza desde hace 24 años que en la cada vez más dificultosa carrera nacional que emprendió en las Paso.
Los argentinos, mientras tanto, vivimos los días más difíciles de los últimos cuatro años. El período post Paso coincide con la fiebre inflacionaria de la post devaluación. Los precios siguen su escalada hacia el 200% anual, un kilo de carne cuesta más de cuatro mil pesos, los conflictos gremiales se multiplican, la pobreza se agudiza y el fantasma de la violencia masiva se pasea por las redes sociales y amenaza en las calles: todo esto se sintió especialmente en Córdoba en la última semana.
La Capital provincial volvió a temer que la pesadilla de diciembre de 2013 irrumpa en otras madrugadas, y Bell Ville mantiene su estupor por el intento de saqueo del jueves por la noche. No hay evidencia de que detrás de las rudimentarias convocatorias a asaltar comercios haya mucho más que delito común, marginalidad e imitación lisa y llana, facilitada por la crisis y por la instantaneidad de los mensajes.
Sí parece evidente que el estado de sobresalto que se instaló es el que dominará todos los fines de ciclos que se vivirán hasta el 10 de diciembre.
Un imán para candidatos
Los 565 mil votos que el gobernador Juan Schiaretti obtuvo en las Paso dentro de los límites de la provincia son un imán para los tres postulantes que encabezan la pulseada presidencial. Muy posiblemente sean también un imán para la conflictividad.
El peronismo cordobés hará su mejor esfuerzo en la defensa de ese 27,5 por ciento de los votos –constituyen lo sustancial del 3,8% logrado a nivel nacional–, porque de eso depende la fortaleza del bloque de diputados nacionales que obedece al Panal y que Martín Llaryora pretende conservar para lo que viene desde el 10 de diciembre. Pero hasta los más optimistas descuentan que la caída en el caudal electoral será muy importante para Schiaretti.
El viernes pasado, Sergio Massa hizo gestos muy elocuentes hacia ese electorado peronista. Un acto oficial en Tío Pujio, presencia en Villa María, elogios reiterados a los gasoductos troncales de Schiaretti y guiños a Llaryora y al peronismo, en busca de frenar el drenaje hacia Milei que evidencian todas las encuestas.
Tras los elogios de Massa, el gobernador tuvo un gesto hacia el Gobierno nacional: defendió la incorporación al bloque que integran Brasil, Rusia, China, India y Sudáfrica (Brics), por las alternativas de financiamiento que puede suponer para el país. Se trata del primer gesto de ambigüedad que se permite Schiaretti respecto del peronismo nacional, y son muchos quienes empiezan a ver en esa señal política un anticipo del gran dilema que le espera al cordobesismo: Milei o Massa.
Bullrich, por la reconquista
Patricia Bullrich hará el jueves próximo su desembarco en procura de recomponer con los cordobeses el largo romance que por una década supo cultivar Mauricio Macri. Juntos por el Cambio hizo la peor elección de la década en Córdoba y recuperar votos mediterráneos es un objetivo de primer orden para que la coalición opositora tenga chances de llegar a la segunda vuelta.
Se trata de un objetivo de dificultad extrema para Bullrich. Todos los sondeos señalan que el crecimiento de Milei fue sostenido en las dos semanas que le siguieron a las Paso y no hay evidencia de actividad política –y mucho menos de entusiasmo– entre la dirigencia cordobesa. Las sucesivas derrotas en la Provincia y la Municipalidad de Córdoba pesan cada vez más en el radicalismo y el juecismo, y las chances de un acuerdo con el peronismo cordobés también parecen esfumarse.
El peronismo cordobés piensa menos en los dos meses que faltan para la elección que en los tres meses que restan hasta el recambio generacional integral en el poder provincial. Con el regreso de Llaryora, se pone en marcha desde el lunes el rearmado de los equipos de la Provincia y el municipio. Ese proceso genera mucha inquietud en todo el oficialismo, ya que el hermetismo del gobernador electo es total: hasta ahora, sólo confirmó a Sergio Busso en Agricultura, aseguró que Julián López seguirá en el Gobierno –no será ministro de Seguridad y Justicia, y tampoco ministro de Gobierno– y anticipó a los suyos que Horacio Ferreyra será el encargado de aplicar la reforma educativa que constituye uno de los objetivos centrales de la futura gestión.
Más que los nombres, a Llaryora lo desvelan las circunstancias. La conflictividad que ya evidencia la UEPC –rechazó una paritaria que garantiza la cobertura de la inflación, y el miércoles habrá paro docente– se volvió una preocupación y las cuentas también empiezan a preocupar: el peso de la deuda se disparó, la producción cordobesa se frenó y el abrupto freno a la obra pública es el anticipo de otros recortes inminentes.
En simultáneo, tanto la Provincia como el municipio iniciaron un festival de aumentos tarifarios que muy pronto se trasladará a los presupuestos 2024, con subas impositivas contundentes.
El peronismo cordobés comienza a preocuparse mucho más por lo que vendrá después del 10 de diciembre que por lo que ocurrirá en la elección de octubre.
