La participación en las elecciones en Córdoba capital fue del 60%, la cifra más baja desde el regreso de la democracia. El dato es clave para entender el núcleo central de la campaña electoral planteada por Hacemos Unidos por Córdoba.
Desde las elecciones provinciales, con el mapa de la Capital detallado del voto cordobés en las computadoras del oficialismo, hubo un doble objetivo: movilizar a los sectores que no habían ido a votar (sobre todo en los sectores más populosos de la ciudad, que habían votado a Martín Llaryora) y desalentar la participación en aquellos que habían optado por Luis Juez.
En el medio, hubo una campaña que movió todos los botones posibles: el relato central fue montarse en el concepto de “equipo” que representaba la victoria de Daniel Passerini. Optar por el candidato oficialista era mantener la estructura de poder de los últimos cuatro años, con el tándem gobernador-intendente del mismo partido.
Con la gestión detrás (difundida con profusión), la campaña avanzó con inauguraciones de obras en compañía del gobernador Juan Schiaretti codo a codo en muchas de las apariciones mediáticas y de redes sociales de Hacemos Unidos por Córdoba.
Hubo una tarea no menor: bajar el desconocimiento que tenía Passerini al comienzo de la carrera electoral. El médico de Cruz Alta debió surfear su propia campaña, solapada y detrás del propio Llaryora, que por entonces buscaba la gobernación, y Schiaretti, que quiere ser presidente.
A diferencia de Juntos por el Cambio, que prescindió de Luis Juez y posicionó sólo a Rodrigo de Loredo en cartelería, fotos y campaña, el peronismo entendió que para ganar la Capital la imagen que debía dar era siempre junto a Llaryora y a Schiaretti.
Passerini, sobre la campaña sucia
Por un momento, De Loredo pudo establecer agenda. La inseguridad, al tope de la preocupación ciudadana, fue el “caballito de batalla” del radical, que propuso que la Provincia transfiriera 10 mil policías a la Capital.
Pero la iniciativa tuvo vuelo corto. A los pocos días, el PJ contraatacó con dos causas por narcotráfico que involucran a personas relacionadas con candidatos a concejales de De Loredo. Fue un enchastre confuso, que cerró la posibilidad de debatir ideas para mejorar la vida de la gente y terminó en acusaciones y desmentidas del minúsculo círculo partidario de los contendientes.
¿Influyó en la campaña? Un consultor que trabaja con el PJ desde hace años decía que la “campaña sucia” no había disminuido la intención de voto que sostenía De Loredo. “No vemos que haya bajado la intención de voto... Quizá los bloqueó y los dejó paralizados”, admitió el jueves.
Para el consultor, el 40% de De Loredo no había variado desde el comienzo de las mediciones.
“Lo que pasó es que creció Passerini, y en forma exponencial”, analizaba, para recordar que dos meses atrás el candidato de Hacemos Unidos llegó a estar más de 10 puntos debajo de De Loredo. Al menos, en las encuestas que manejaban en Buenos Aires.
El consultor insistió: la clave de la campaña era hablar del “equipo”, pero con un riesgo que Llaryora corrió varias veces: el delgado límite entre esa opción y la extorsión al ciudadano, al advertir que el triunfo opositor haría renacer viejos conflictos entre Provincia y Municipalidad.
Llaryora cruzó ese límite en reiteradas ocasiones. “¿Me ponen de gobernador y ahora me van a poner un contrapeso? No lo entiendo”, dijo en un conversatorio con socios de la Fundación Mediterránea.
Con la idea del equipo instalada, con la “campaña sucia” exprimida al máximo y con Passerini instalado, llegaría el sábado negro de la Junta Electoral Municipal, que publicó un aviso publicitario en el que decía que, aunque el voto es “obligatorio”, no se pondría multa a quien no sufragara.
Todo junto, al final, dio resultado. Hacemos Unidos movilizó a los sectores favorables y evitó una oleada de los desfavorables. Y el “equipo” Schiaretti-Llaryora-Passerini festejó la continuidad.